Una de las cosas hermosas que me han pasado este verano ha sido asistir a una de las “veladas poéticas” (la última de ellas) que han tenido lugar durante los meses de julio y agosto en la urbanización Campo Charro, también conocida como La Rad 2, aquí en Salamanca. En nuestros días las urbanizaciones que no son de primera residencia, es decir, aquellas que sobre todo cobran vida en verano, me recuerdan a lo que hace treinta o más años, eran las vacaciones en los pueblos. Un lugar donde niños y jóvenes pueden descansar a la vez que viven en pandilla y se divierten con la consciencia (o no) de que el verano toca a su fin y todo acaba durante un año.
Lo que viví aquella tarde se lo debo a Marisol. Decir que ella es una de mis alumnas de la Experiencia en la Universidad Pontificia sería faltar a la verdad, pues en realidad su universidad y la mía, aquella en la que hemos aprendido cuanto sabemos de fe y amistad ha sido la parroquia de La Purísima, y a evocar aquellas “clases” dedicamos parte de la tarde.
Todos los miércoles, a las 8 de la tarde, se reúnen junto a una encina o, como fue el caso este pasado miércoles debido al cambio de tiempo, bajo una pequeña carpa que ofrecía cobijo a personas de todas las edades y, supongo que también, formas de ser, cuyo único lazo en común es la poesía. En algún momento llegué a contar cuarenta personas, número bíblico y perfecto que da buena cuenta de la importancia del acto, pero, sobre todo, de la jerarquía de valores de quienes pasan su verano en esa urbanización.
Debo decir que, para mí, acostumbrada a hablar en este tipo de actos, fue una verdadera delicia escuchar leer poesía a otros, despreocupada y atenta, sorprendidamente. Alrededor, la vida de la urbanización en agosto brillaba con toda su fuerza: la gente disfrutaba del paseo, el bar, los juego… Pero bajo aquella carpa se creó un clima de civilización culta como pocas veces lo he sentido en Salamanca, y tal vez no sea ajeno a ello que el apellido Unamuno rondase por allí también. En cualquier caso, téngase en cuenta que no era un ambiente universitario, ni institucional, tan sólo una actividad relajada en el mes de agosto.
Allí se leyeron versos de Neruda (y nos reímos comentando cuántas mujeres han sido engañadas pensando que sus autores eran los hombres que se los recitaban); allí se leyó, con suprema devoción, la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández, con un móvil por atril; allí se leyó también, deliciosamente, “Tan bonita, Margarita, tan bonita como tú…”, de Rubén Darío (¡todo un siglo acercando la infancia al presente de quien la recuerda!). Un hombre de 90 años –quizás se llamaba Pablo– declamó, obviamente de memoria, un poema del miembro del 27 Rafael de León, y recogió un merecido aplauso.
Percibí que los aplausos, espontáneos, aunque unánimes, no eran para todos ni rompían el ambiente creado, si no que premiaban, especialmente, la lectura de poemas propios o ciertas capacidades en la lectura como la entonación o un modo de recitar cuidado. Pero todo era bienvenido: el libro, el móvil o la memoria como soporte de los versos; el micro o la voz propia como único altavoz; la corta edad o la timidez, rasgos que definen a los más y mejores devotos de Calíope; o la seguridad y la veteranía de quien –como Luis Melero– ha pisado las alfombras del éxito que supone haber visto publicados ya sus versos…
Recuerdo, especialmente, a la joven Carla, que nos leyó un poema “no acabado” de temática amorosa del que resuenan en mis oídos aún sus versos, de la mano guiados por la anáfora “Me llevaste al Prado”. Sin duda que despertó cierta envidia en los mayores la imaginada anécdota que había dado vida a aquellos versos. Con acierto el historiador del arte Martínez Frías indicó a la autora que, respecto al aviso de ella de que el poema aún no era definitivo, algo que sirve para todo en la vida: que “mejor hecho que perfecto”.
Es agradable saber que entre las cosas que este verano algunas de esas personas hayan podido disfrutar se halle el noble acto de leer en alto, y ante otros, poesía, o de escucharla en silencio junto a otros. No, no es cierto que todo vaya a peor, como a veces escuchamos y hasta decimos inconscientemente. La vida sigue su curso, en ocasiones, de forma oculta, como en secreto, y las flores más hermosas brotan –quién sabe cómo– cuando menos lo esperamos.
Se ponía el sol sobre el campo charro cuando pensábamos en la vuelta a Salamanca. Cenamos en Mambré (Gen 18,1-14) de inequívoca evocación hospitalaria, la casa familiar donde habitan en verano Marisol y su marido Pedro, el que habría podido ser general y cambió aquellas estrellas por Marisol y los otros tres soles que son sus hijas Elena, Isabel y Raquel. Con la constelación familiar de ambos pasé junto con Fernando (Nano para los amigos de siempre) unas horas que nunca olvidaremos. Si yo hubiera tenido hijos, habría querido una familia como la que ellos riegan y cuidan cada día. Dios os bendiga.























2 comentarios en «La Rad, territorio poético»
Me he emocionado. muchísimas Gracias por tus palabras. Es un resumen maravilloso.( El barbero de la cuevas.)
Me ha emocionado leer este hermoso artículo que tan bien describe las fenomenales tardes poéticas que hemos disfrutado y pensamos seguir disfrutando los próximos veranos.