Ya están llenos los patios escolares de niños ansiosos por volver a ver sus compañeros y compartir con ellos, un curso más.
Volver al cole, después de un verano que se supone divertido para todos ellos, debería de ser un gran motivo de alegría. Pero no todos se ríen, tampoco se han divertido y tampoco vuelven con alegría. Al contrario, ellos, sí que temen la vuelta al cole.
Aquí no hay sonrisas, ni anécdotas, ni ganas de volver a un patio donde se le ignora, se le excluye o se le pega. Vuelve la apatía, la desgana, el miedo y la tristeza.
Para muchos padres la temida vuelta al cole no es monetaria, sino emocional y un sufrimiento a voces, ante la desidia, la incertidumbre y las miradas que esta sociedad entre lástima y descrédito les dedica.
Hablamos de humanidad, de cambiar las cosas, de solidaridad y de respeto y sin embargo suspendemos una y otra vez. Año tras año se llenan las mochilas de buenos deseos y apariencia.
Esos es lo que tenemos en muchas ocasiones, mochilas cargadas de piedras que pesan a quien el acoso escolar, marca de por vida.
Volverán las ‘cosas de niños’ a hacer de las suyas, mientras ‘lo que pasa en el cole, se queda en el cole’. ¿Les suena?
Me hubiera gustado no tener que hablar una vez más de esto, decir que vuelven los colores y que la vida es happy, pero abran los ojos, todo esto, sigue existiendo y sigue ocurriendo, en una sociedad que presume de valores y de ética, mientras miran hacia otro lado y lavan la conciencia de vez en cuando.
El acoso escolar marca a quienes lo padecen de por vida, en muchas ocasiones, sin miramientos, a destajo y sin tener en cuenta que son solo niños.
A los niños hay que cuidarlos, no negarlos, ni maltratarlos, no son el futuro, son el presente de una sociedad que no sabe estar a la altura y lo demuestra día tras día, con actitudes como la de pedir, que se castigue a una alumna, que hizo público el acoso a otro compañero para ayudarle. Vergüenza es poco.
La insensibilidad crece a medida que crecen los problemas en una sociedad que acusa la soledad y esconde la cabeza como los avestruces para seguir demostrando que mientras no les toque a ellos, aquí no cambiara nada.























