El drama de la droga se extendía por Salamanca como una maldición. No respetaba ni a ricos ni a pobres, ni colegios públicos ni privados. Daba lo mismo que fueran familias con formación que iletradas. Nos planteamos la creación de un centro para la rehabilitación de drogadictos en colaboración con El Patriarca, fundación que trabajaba con cierto éxito con jóvenes enganchados a la droga. Colaboró con nosotros la Asociación Salmantina de Alcohólicos Rehabilitados. La iniciativa no llegó a pájaros nuevos pese al empeño que pusimos en ello.
La Asociación Salmantina de Sordomudos tuvo una relación con el Ayuntamiento muy estrecha por razones obvias, mi vinculación a la Unidad de Foniatría, Logopedia y Audiología Infantil del Hospital Universitario. Llegamos a cederles recuperada la sala de exposiciones de la Rúa, refugio antiaéreo en la guerra y urinarios en la posguerra. El Plan General de Urbanismo contemplaba en esa intersección un jardín, posteriormente se colocó una escultura al músico Francisco Salinas.
En 1979, la Casa de Socorro hacía tiempo que había abandonado el palacete de la Avenida de Mirat. Sus dependencias habían pasado a un ala del Hospital de la Santísima Trinidad.
Los lectores que tengan una cierta edad recordarán las Casas de Socorro. Estos centros sanitarios urbanos fueron muy populares en nuestras ciudades. A ellas se recurría tanto para suturar una brecha, vigilar una pitera resultante de una pedrada, la mordedura de un perro o para ponerse unas inyecciones.
En sus instalaciones se realizaban pequeñas intervenciones quirúrgicas que no necesitaban hospitalización. También, en ocasiones, se las utilizaba para despertar de una melopea a un compañero de juerga nocturna y, en más de una riña, en las que las diferencias se habían saldado con algún herido leve, para curar a los malparados contendientes.
