Opinión

El silencio de las sirenas (I)

La Sirena de Copenhague. Imagen de Kurt Wiedwald en Pixabay.

Para Bea Hernández,
cuyas canciones tanto añoramos.

Bertolt Brecht corrige a Homero al narrar el episodio de las sirenas en la Odisea. En uno de sus relatos cortos duda de que las sirenas cantaran para atraer a Ulises y a su tripulación y luego matarlos en su isla. «¿Querrían aquellas poderosas y hábiles mujeres -se pregunta Brecht- prodigar su arte con gente que no tenía libertad de movimientos?”. Así que, enfurecidas, se limitaron a insultar a Ulises mientras éste se retorcía atado al mástil, avergonzado.

Me sonaba esta historia. Luego recordé que Kafka, de quien he tomado el título de este escrito, cuenta algo parecido al respecto, aunque más complejo y profundo. Las sirenas, dice, «poseen un arma mucho más terrible que el canto: el silencio». Así que enmudecieron al pasar la nave de Ulises, quien, sin embargo, “no oyó el silencio”, pues creía escucharlas y por ello su rostro expresaba felicidad. El relato subraya el lado erótico del momento: las sirenas redoblaron sus mañas seductoras: “se estiraban, se contoneaban (…), los labios entreabiertos, (…), más hermosas que nunca, desplegaban sus húmedas cabelleras al viento (…), querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises”. Este forcejeaba queriendo soltarse, de modo que sus compañeros Perimedes y Euríloco debieron reforzar las cuerdas que le ataban al palo mayor.

Kafka, sin embargo, acaba el relato expresando una duda inquietante: Ulises era muy astuto y nadie, ni siquiera los dioses, era capaz de penetrar en su fuero interno, de modo que «tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan solo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses».

Pero, puestos a especular, creo que se pueden concebir otras versiones de esta aventura, más peregrinas aún. Para ello hay que reflexionar sobre la naturaleza de las sirenas y de su canto (o de su silencio, si lleva razón Kafka), así como sobre la personalidad y la historia de Ulises. Las sirenas son monstruos, como las esfinges o el Minotauro, y como tales son expresión de lo sobrenatural y pueden transmitir avisos y mensajes de los dioses, o conocimientos de cosas ocultas o futuras.  Podemos suponer que las sirenas usaron tanto del silencio como de la voz para comunicarse con nuestro héroe, al que odiaban tanto como amaban.

De entrada, el poema describe la escena sobre un paisaje silencioso: a la nave “un soplo feliz la impelía, / mas de pronto cesó aquella brisa, una calma profunda / se sintió alrededor: algún dios alisaba las olas”. Es entonces cuando las sirenas invitan a Ulises a unirse a ellas y escuchar sus dulces palabras. Mientras esperan la respuesta, vuelve a reinar el silencio. Y ocurre -esta es quizá la idea principal- que el silencio es tan expresivo, a veces incluso más, como los sonidos y las palabras. ¿Necesitan los amantes, mirándose a los ojos, usar su voz para decir lo que sienten?…

Cabe imaginar el silencio al principio de los tiempos, antes de que Yavéh decidiera iniciar la creación. A título de hipótesis suponemos que, así como Yavéh separó la luz de las tinieblas, también creó el sonido el primer día, rompiendo el silencio para que luego las cosas móviles, los animales y los humanos fueran capaces de aturdirse unos a otros con sus vibraciones, ronroneos, gritos, palabras, músicas y canciones. Y fue creado junto con la luz, con la que comparte su naturaleza de ondas que atraviesan el espacio hasta llegar a un receptor. (Moisés no debía de saber gran cosa de física y por ello se olvidó del sonido en el Génesis, como se olvidó del espacio y del tiempo y sus coordenadas.)

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