Opinión

El viaje de Sorolla

La representación de Nuria Galache, junto a su grupo, La Befana, y José Ramón Cid Cebrián en el patio de La Salina.

Joaquín Sorolla estuvo en Salamanca al finalizar la primavera de 1912. El motivo fue un encargo de gran envergadura —el mayor en su trayectoria—, los catorce cuadros de enormes dimensiones que el fundador de la Hispanic Society, Archer Milton Huntington, le encargó un año antes para la biblioteca de su recién fundada institución. Estos cuadros, denominados Visiones españolas, constituyen uno de los conjuntos más logrados de la pintura contemporánea española. Con ellos se pretendía presentar una visión, lo más realista posible, de la diversidad territorial española. Las regiones de la península, a través de sus gentes y tradiciones, debían quedar reflejadas en los lienzos. Y para ello Sorolla recorrió el país durante varios años, puesto que en cada territorio quería reflejar la autenticidad de sus gentes.

Comenzó por Castilla y Salamanca fue una de las provincias elegidas para buscar la inspiración. Al parecer tardó en llegar. Los charros lígrimos se le resistieron. No corrían buenos tiempos para encontrarlos. Al final, después de un viaje a Candelario, Fernando Pérez Tabernero se los agenció en la finca de Villar de los Álamos de Aldehuela de la Bóveda. Con estos bocetos y estudios previos, junto a los de otras provincias que también visitó, al año siguiente pintó la monumental obra titulada Castilla, la fiesta del pan, que mide casi catorce metros de largo y se convirtió, con diferencia, en la pintura de mayor tamaño realizada por el autor. El cuadro acaba siendo una síntesis de personajes y elementos de las dos Castillas, aunque la presencia de trajes salmantinos es notable. El trigo y el pan aparecen como los elementos unificadores.

Este hecho tuvo en su momento un gran impacto en la vida sociocultural de Salamanca y dada la grandeza del autor, no es de los que quedaron en el olvido. El proyecto Poéticas salmantinas, capitaneado por Isabel Bernardo, ha vuelto a recordarlo durante los últimos meses con varias actividades. La última, que sirvió de clausura, fue la representación teatral llevada a cabo en el patio del Palacio de la Salina. La Diputación Provincial es la entidad que ampara estas iniciativas y David Mingo, diputado de Cultura, su gran valedor. Mingo está resultando ser un político diferente, de los pocos que valoran la cultura sin imposturas ni intereses, y Santa Marta, el municipio que rige, se está beneficiando de su gestión.

El reto tenía dificultad. Hilvanar fidedignamente una obra de teatro con la información recogida en la prensa y las cartas que el pintor escribió a su esposa, Clotilde, no es tarea sencilla. Pero una vez más, Nuria Galache ha demostrado sus dotes para la escena y junto a su grupo, La Befana, y José Ramón Cid Cebrián, que asume el protagonismo musical con la gaita y el tamboril, nos regalaron un momento inolvidable junto a don Joaquín. Primero con sus fantasmas, ante la sequedad inicial, después con el ímpetu creativo al encontrar la autenticidad de las gentes de esta tierra. La apoteosis final, con la ofrenda festiva del pan, puso el broche de oro a la clausura de un ciclo cultural en el que el gran maestro valenciano volvió a ser protagonista en Salamanca.

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