Me refiero al sentido que deberían ir adoptando organizativamente en el mundo empresarial. El reto de la excelencia en la actualidad pasa por estar vinculado a la democratización de pautas innovadoras, como paradigma de ello el mittelstand alemán volcado en las pymes industriales, y que con similares características replican modelos nipones como el método kanban en Toyota, coreanos en Pangyo o chinos con la filosofía guanxi. Todos ellos comportan el diálogo entre los nuevos conocimientos asociados a la tecnología digital y los viejos saberes cimentados en la experiencia expertise, un mix que cristaliza en el capital organizacional.
Sobre estas mejoras de lo ordinario, se sustenta una filosofía que aporta visión largoplacista e implementa esquemas participativos, energía positiva que sirve para resistir en momentos de tormenta o para resurgir después de una crisis. En el corto plazo, sabremos si la empresa verticalizada y monárquica, dominante hoy en día, caracterizada por el dominio absoluto del primer ejecutivo, está capacitada para afrontar los nuevos retos o da paso a otro tipo de empresa que se podría denominar republicana, abierta a la participación de la fuerza del trabajo en el gobierno empresarial y con los poderes compartidos.
Es una evidencia que los actuales retos organizativos tienen su complejidad y no se resuelven a golpe de aplicaciones excelsas elaboradas por emprendedores de la ‘cultura del garaje’. Lo que en su momento fue identitario de la innovación disruptiva business angel, ya no puede reproducirse en la transformación industrial. Es fundamental que la concentración de talento se retenga y se agrupe, en paralelo con la agrupación de poder. Se trata de que la actual transformación digital facilite un gobierno más democrático en las empresas. Con la incorporación de la robótica, la IA y los algoritmos en la globalidad de sectores del sistema productivo, el cambio tecnológico afecta ahora de lleno en las actividades con más arrastre en el empleo: construcción, agroalimentación, energía, automoción, transporte, telecomunicaciones, sanidad o enseñanza, todas ellas sometidas a mayor presión del cambio tecnológico. En general, son sectores de actividad con culturas organizativas muy consolidadas, con gran presencia sindical, rutinas innovadoras asentadas, con estructuras complejas, herederas del fordismo.
Centrándonos en los cambios provocados a nivel global en las tendencias del gobierno corporativo, vemos que lejos de impulsar empresas más participativas y horizontales, la transición digital ha fortalecido la desintermediación y la verticalidad del poder empresarial. Esa transición digital ha provocado en el mundo del trabajo lo que se ha denominado “ahuecamiento” o lo que viene siendo el vaciamiento de profesionales de cualificación media y algunos cambios en la división del trabajo con gran efecto en desigualdad, al provocar una creciente dispersión salarial entre grupos de trabajadores perjudicados y beneficiados por el cambio tecnológico. Estos cambios están asociados a un nuevo taylorismo digital, que se caracteriza por el atornillamiento del sistema para la capitalización y extracción de perfiles y rutinas del trabajo humano. El objetivo empresarial en este sentido es trocear tareas, fragmentar procesos, también en actividades intelectuales, hasta llegar a unidades estandarizadas y volcadas en aplicaciones, la tiranía de la fragmentación. Similar a lo aplicado hace más de un siglo en procesos puramente materiales.
El capitalismo digital resolvió las crecientes necesidades de conocimiento igual que los resolvió la revolución industrial, sustituyendo trabajo por capital, eterno conflicto. Las tecnologías digitales permiten extraer gran parte del conocimiento humano y lo capitaliza en sistemas y aplicaciones. El sistema económico en la actualidad no necesita un volumen de conocimiento vivo tan alto para producir bienes y servicios, supliéndolo con mayor conocimiento muerto, entendiendo este concepto como aquel que se cristaliza y condensa en IA, robots, sistemas y aplicaciones. La IA evocaba rasgos de una sociedad superior que entronca con la sociedad del conocimiento, pero en realidad está asociada al empobrecimiento intelectual de amplias mayorías sociales. En definitiva el capitalismo digital necesita menos trabajadores/as del conocimiento.
Por. José Antonio Gallego Alejandre.























