Vídeo | El tirón de Jesús Málaga

Jesús Málaga inauguró el ciclo de conferencias preparadas por el Centro de Estudios Salmantino para homenajear a Carmen Martín Gaite en su centenario
De izq a drcha. Jesús Málaga, María Jesús Mancho y Vicente Sierra Puparelli.

Jesús Málaga es Marca Salamanca. Si no se han dado cuenta hunos y hotros, que decía Unamuno, están tardando. O lo que dicen en mi pueblo que el que a buen árbol se arriba, buena sombra le cobija. Málaga ampara y hospeda a partes iguales.

Tenían reservada la Sala de la Palabra en el Liceo. Málaga era el encargado de abrir las conferencias sobre Carmen Martín Gaite con el que el Centro de Estudios Salmantino homenajea a la escritora por su centenario, con el título: ‘La vida cotidiana en Salamanca durante la época de Carmen Martín Gaite’. Y, se centra en la novela Entre Visillos.

Hasta ahí todo correcto.

Lo que no esperaban los organizadores, craso error, porque Málaga tiene tirón y mucho, es un desacierto no tener esto en cuenta. Y, pasó. A eso de las 19.30 horas, la conferencia empezaba a las 20.00 horas, comenzó a colocarse escuchantes en la puerta, uno a uno, en grupo, parejas, amigas… Así hasta formar una L que llegaba desde la plaza del Liceo a la calle Rector Lucena o un poco más.

Imposible. Esas más de 300 personas no cogían en la Sala de la Palabra. Los responsables del teatro Liceo respondieron con profesionalidad y habilitaron el teatro. Colocaron la mesa, instalaron la megafonía, encendieron las luces y dieron paso a cien, doscientas, trescientas… y así hasta que cerraron la puerta. Colocando sillas y más sillas en los palcos.

La conferencia comenzó puntual y el aplauso que recibieron Jesús Málaga y sus fieles escuderos, María Jesús Mancho y Vicente Sierra Puparelli, fue unánime.

De izq a drcha. Jesús Málaga, María Jesús Mancho y Vicente Sierra Puparelli.

Salamanca tuvo la suerte de tener a Jesús Málaga como alcalde durante sus primeros años en Democracia. La rescató del gris, zurció donde fue posible y rescató del olvido edificios y rincones que eran proscritos para los salmantinos.

Uno de ellos era el barrio chino y el casco antiguo. Nadie se atrevía a atravesar la Plaza Mayor después de puesto el sol.

Eso mismo le ocurría a Carmen Martín Gaite cuando vivía en Salamanca y gracias a la conferencia de Jesús Málaga en el Liceo, la autora de Entre visillos volvió a recorrer las calles de su infancia. Curiosamente, las mismas que transitó Jesús Málaga cuando era un niño del barrio de San Benito.

Málaga compartió con el respetable que conoció a la escritora en 1986, siendo alcalde, cuando toda la corporación municipal votó para darle la Medalla de Oro de la Ciudad. Como los buenos y, para que no caiga en la desmemoria, Málaga aprovechó que siendo procurador en las Cortes de Castilla y León pidió hacerle un museo a la escritora y acoger su legado en Salamanca. No se consiguió entonces y tres décadas después, mucho de Martín Gaite descansa en el Centro Internacional del Español (antiguo Banco de España).

Vayamos a la conferencia. “Carmiña escribió de enero de 1955 a septiembre de 1957 el que podemos considerar el libro de la Salamanca que le tocó vivir, Entre visillos. Sin nombrar en ningún momento que lugar está describiendo, cualquier salmantino puede seguir sus paseos por la ciudad sin equivocarse. Hace un relato cercano a la realidad de la vida de posguerra de la sociedad burguesa salmantina, los vencedores, con escasos escarceos en la vida cotidiana de las clases bajas y republicanas”, compartió Jesús Málaga.

El ex alcalde cuenta que cinco son los lugares de la Salamanca de entonces que aparecen con más frecuencia en su novela: el instituto de enseñanza media, instalado en el noviciado jesuítico del paseo de San Antonio; la plaza Mayor con sus paseos por los soportales; el Casino, lugar preferido por la sociedad acomodada para divertirse y encontrarse; el barrio Antiguo y las orillas del río, espacios estos últimos preferidos para el paseo por los universitarios.

Málaga recordó en su conferencia  que finalizada la Guerra Civil, comenzaron a salir de Salamanca los representantes de los partidos políticos, los embajadores de las naciones que habían reconocido el régimen de Franco, los altos funcionarios y los mandos militares; así mismo, finalizó la labor del Cuartel General del Generalísimo en el palacio del obispo.

El prelado, abandonó la Sala de la Pizarra en la Clerecía donde había instalado su despacho y vivienda, y volvió a su domicilio en el Palacio Episcopal. De repente, la ciudad fue perdiendo el vigor de capital del bando sublevado, solamente quedó en activo el Hospital del Generalísimo en el Noviciado de los Jesuitas que, al explotar el polvorín y los vagones estacionados en la estación de Peñaranda de Bracamonte, con centenares de heridos y fallecidos siguió funcionando unos meses más para atender las demandas sanitarias de la desgracia.

 La ciudad se fue sumiendo y trasformando en la capital provinciana que siempre había sido, con una universidad pequeña y con escasas funciones docentes, con barrios empobrecidos sumergidos en la indigencia y un centro urbano que iba quedándose vacío de familias nobles y con fortuna que apoyaron el régimen de Franco y que se acogieron a su amparo durante la guerra en hoteles y casas alquiladas en los alrededores de la plaza Mayor y en el barrio catedralicio.

Con estos cimientos sobre la salamanca de hace más de 80 años, Jesús Málaga relata que Carmen Martín Gaite nos presenta la Salamanca inmersa en el nacionalcatolicismo más puro. En los templos llenos hasta la bandera se entonaban cánticos religiosos interpretados por la mayoría de los asistentes enfervorizados: Avemarías y Padre Nuestros, rosarios de la aurora que llenaban de voces en oración las calles salmantinas de madrugada. Las filas de fieles, sobre todo mujeres, alumbrando en las procesiones, algunas descalzas, eran incesante. Desde los confesionarios se controlaba el comportamiento de cada uno de los charros, especialmente en lo referente al sexto mandamiento, la forma de vestir de las mujeres, si llevaban o no escote y cuantos centímetros del pecho de las féminas eran los permitidos por la Iglesia enseñar sin pecar. Se decían misas a todas las horas, los domingos se celebraba la Eucaristía mayor a las doce del mediodía o a la una de la tarde. Había convocatorias de madrugada en los Dominicos para que los que viajaran o fueran de caza cumplieran con el precepto. Las mujeres tenían la obligación de cubrir la cabeza con un velo al entrar en el templo.

Con respecto a la cesta de la compra, Jesús Málaga explicó en la conferencia que, la economía de la sociedad salmantina que refleja Carmen Martín Gaite estaba a años luz de la escasez sufrida por la asentada en los barrios. Sus mujeres podían permitirse el lujo de hacer dieta para adelgazar, cuando sus convecinos estaban delgados por pasar hambre; iban a la peluquería para hacerse la permanente, cuando en la mayoría de los hogares se hacía jabón con la sosa y la grasa de deshecho. Las jóvenes burguesas tenían mantones de Manila, novios o maridos con coche, jugaban al tenis o se depilaban las piernas, lujos que estaban solo en los sueños de la inmensa mayoría de las salmantinas. Las jóvenes acomodadas usaban bolsos de marca mientras las de los barrios llevaban capachos ajados por el uso. Las señoritas compraban discos, tenían picú y organizaban guateques. Respondía al nuevo estilo de vida de la juventud pudiente de la dictadura.

El niño del barrio de San Benito, o lo que es lo mismo Jesús Málaga, vivía a escasos 300 metros de todo lo que describe Carmen Martín Gaite en Entre visillos, pero estaban en otra dimensión. “Acababa de cumplir trece años, las vivencias que recuerdo de mi barrio son más interclasistas, convivíamos familias de clase alta, media y baja y, por tanto, mi visión de la Salamanca de entonces difiere de la descrita por Carmiña”, matiza.

Y para muestra, Jesús Málaga cuenta lo que le ocurrió a Feli, una niña a la que conoció en aquellos años de la postguerra capitalina.

La Fefi era una niña de nuestra edad, su madre la acompañaba a primera hora de la mañana para instalarla en la calle del Prior, enfrente de la calle Prado, junto a la entrada de los billares, salón de juegos muy frecuentado por el mocerío de entonces.

Cuando anochecía, volvía su madre para buscarla, marchaba cargando con el cajón de chucherías y el taburete hasta el día siguiente. Hiciera frío o calor, lloviera o nevara, hiciera ventisca o el viento estuviera en calma, allí estaba la Fefi protegiendo su género. Eran los años del hambre en España y la pobreza se extendió a casi todas las capas sociales. La Fefi no iba al colegio como nosotros, trabajaba doce horas al día siendo una niña, no la conocimos otro vestido que una especie de babi marrón, no tenía abrigo y siempre calzó las mismas zapatillas desvencijadas por el uso.

Esta fue una de las anécdotas contadas en el Liceo, porque Jesús Málaga, es historia viva de Salamanca y puede dar cuenta de este y de otros sucesos. Además, Jesús Málaga es generoso. Incluso al concluir la conferencia hizo cómplice al público. “Seguro que entre mi auditorio se encuentran personas que pueden enriquecer con sus experiencias la Salamanca de aquellos duros años. Ahora sí, termino, gracias por su asistencia”, concluyó.

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