Llevamos décadas dándole vueltas al episodio del 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la Usal, donde el rector Unamuno se enfrentó dialécticamente al fundador de la Legión. Casi se podría hablar de una «industria» en torno a ello, pues ha movido congresos, publicaciones, debates y películas, de lo que se ha beneficiado el turismo y la vida cultural local. (No todo trigo limpio: véase la patraña esa del asesinato de Unamuno).
Pero cabe remontarse a unos años antes para ver otro 12 de octubre que, teniendo también como protagonista a Unamuno, resulta tan significativo o más que el de 1936. Corría el año 1922. Cuatro años antes Alfonso XIII había instaurado la efeméride del 12 de octubre como ‘fiesta nacional’ y ‘Día de la Raza’, recordando el ‘Descubrimiento’ de América y las relaciones con los pueblos del continente. Estos fastos sintonizaban con las ideas de algunas élites americanas y con las de muchos pensadores de la época, tanto liberales como integristas. Ortega y Gasset, en su España invertebrada, de 1922, libro de cabecera del falangismo español, decía que “… la unidad de España se hace para esto y por esto [la Conquista de América]. La unión se hace para lanzar la energía española a los cuatro vientos, para inundar el planeta, para crear un imperio aún más amplio”. Lo que estaba no muy lejos de la Defensa de la Hispanidad de Maeztu, que «creó la Historia Universal y no hay obra en el mundo, fuera del Cristianismo, comparable a la suya”, pues logró “la unidad moral del género humano» mediante el dogma católico.
Unamuno no comulgaba con esta logomaquia. Aunque, según José Luis Abellán, él fue quien puso en circulación el concepto de hispanidad en 1909, lo entendía de otra manera. Criticaba el sesgo racista e imperialista dado a la efeméride y lamentaba que se hubiera impuesto la religión a los indios por la fuerza, siendo de carácter muy distinto al español, o que se trataran de ocultar los fines políticos y crematísticos de la colonización. En un acto celebrado en la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1922 manifestó su preocupación por el sesgo “impuro y bárbaro” dado al concepto de raza, que llevaba a definir a algunos (judíos, masones) como “antiespañoles». Y afirmó que la relación con los pueblos americanos debía plantearse en pie de igualdad, no con el espíritu de superioridad paternalista de los círculos oficiales.
(Es posible que estas discrepancias latieran en el famoso acto de 1936, en el que Unamuno, que presidía como rector, no debía de estar muy cómodo y en el que en principio no tenía pensado intervenir. Lo hizo por reacción a las barbaridades que escuchó, lo que provocó a su vez la desaforada réplica de Millán Astray).
Hoy seguimos festejando el 12 de octubre, pero, ¿con qué sentido simbólico, si es que tiene alguno para la mayoría de los españoles? Según Enric Juliana, la jornada se está convirtiendo en el ‘Día del sabor latino’ en Madrid, donde los fastos, más bien de jolgorio con muchas polleras de colores y sombreros charro-mexicanos, duran nueve días y se llevan dos millones del presupuesto, de los cuales casi la cuarta parte ha ido al caché de Gloria Estefan. Lo que complementa el ceremonial patriótico castrense con el rey y su sucesora en la tribuna y la claque azul de fondo insultando al gobierno.
En todo caso, todo muy lejano a la sensibilidad de los países americanos, donde son muy pocos los que celebran este día como el de la ‘Hispanidad’ o del ‘Descubrimiento’. En Argentina el 12 de octubre es el ‘Día del respeto a la diversidad cultural’; en Bolivia, el de ‘la descolonización’; en Nicaragua y Venezuela, el de ‘la resistencia indígena; en Chile, el del ‘encuentro entre dos mundos’, etc. Sin embargo, Trump, siempre dispuesto a dar la nota, se ha descolgado hace poco declarando ‘Día de Colón’ el 13 de octubre (Roosevelt ya lo había fijado el 12 de octubre en 1937), para «honrar al héroe americano original, gigante de la civilización occidental» y vituperar de paso las «violentas y despiadadas» campañas que tratan de empañar su imagen.
Y, quitando algunos intelectuales latinoamericanos muy escorados al neoliberalismo, como Vargas Llosa, son pocos los que ahora se sumarían a la fiesta sin un sentido muy crítico de la misma, un poco en la línea del rector salmantino. He aquí por qué merece la pena recordar la valiente postura de Unamuno, que, un siglo después, nos aporta ejemplaridad moral y política.























