Castilla no es aquella, tan generosa un día,
cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía
(Antonio Machado)
Tomo el título, un poco modificado, de un reciente artículo de Enric Juliana en La Vanguardia. En él comentaba la iniciativa de UPL de promover un referéndum para constituir una nueva comunidad autónoma con las provincias de León, Zamora y Salamanca. La propuesta ni siquiera fue admitida a trámite en las Cortes de Valladolid, donde ya nos imaginamos a la bancada ultra repitiendo aquello de «¡España una y no cincuenta y una!».
Pero la idea debería merecer más respeto, aunque solo fuera por su veteranía. Como recuerda Juliana, ya se planteó durante la transición, cuando el leonés Martín Villa, ministro de Gobernación, hubo de emplearse a fondo para evitar que cuajara. (Además del particularismo leonesista, también estaba en juego el control del canon eléctrico, que iba a primar a las provincias excedentarias en electricidad). Pero no fue la única opción alternativa a Castilla y León con Valladolid como capital (por cierto, el estatuto no fija la capitalidad). También Burgos quería revalorizar su historia como «cabeza de Castilla» frente a «Pucela» y algunos preferían una «autonomía uniprovincial» no muy distinta del viejo caciquismo, como Modesto Fraile, por ejemplo, líder de la UCD en Segovia, que hablaba de sus «privilegiadas relaciones con Madrid» como lo hubiera hecho un Romanones o un Vizconde de Eza en otros tiempos. Por no hablar de los defensores de una «Gran Castilla», que abarcara desde el Cantábrico hasta Sierra Morena.
Pero el gobierno de Suárez prefería una Castilla y León amplia, para que esa fidelidad de los castellanos al orden y la tradición -léase: a la derecha- sirviera con sus votos de «contrafuerte» (es la expresión de Juliana; creo que quiere decir «contrapeso») a los de catalanes y vascos. Luego ha venido la lamentable utilización electoral del anticatalanismo por estos lares, cuyo ejemplo señero fue la absurda campaña de «los papeles del archivo». A ello se sumó un sistema electoral que primaba, y lo sigue haciendo, a las provincias del interior. Véase que, con el cinco por ciento de la población de España, Castilla y León aporta el 9 % de los diputados y casi el 15% de los senadores. El resultado ha sido una comunidad que, según Juliana, «carece de atmósfera regional» y es «el eslabón débil del sistema autonómico».
Además, y esta es mi opinión, la derecha local nunca se ha tomado demasiado en serio lo de las autonomías, a cuyo carro se ha subido cuando ya no había más remedio (algo así ya ocurrió en la II República). Esa actitud es la que explica que esta fuera la última de las regiones en tener estatuto; que sea, junto con La Mancha, la única en carecer de himno (aunque el Himno a Castilla de Antonio José podría servir, pero, claro, era un rojo al que se hubo de fusilar) y que la festividad de Villalar fuera primero ridiculizada por los políticos y medios derechistas, y luego boicoteada por José Mª Aznar con lo de la celebración «itinerante» del 23 de abril durante nueve años.
Con lo cual llegamos a una situación que es un círculo vicioso político: la región vota una y otra vez a los principales responsables de su actual estado, pues han gobernado en ella casi siempre, con lo que en el pecado lleva la penitencia.
(Dejamos para otro momento el debate acerca de la autonomía leonesa. Creo que, después de todo, la propuesta de UPL tiene cierto grado de racionalidad, aunque no está carente de ella tampoco la configuración castellano-leonesa realmente existente).
























1 comentario en «Castilla… ¿y León?»
Lexit ya