Hace cuarenta años Mecano cantaba que No es serio este cementerio, una traviesa canción donde los muertos salen a dar una vuelta, eso sí, sin pasar de la puerta… Quizá fue la primera canción donde la muerte no está vista desde un lado lúgubre. Ese ‘espíritu’ es el que propone Miguel Blanco en su Salamanca de Muerte cuando pasea el cementerio San Carlos Borromeo de la capital.
Blanco hace que nadie muera del todo, porque logra que se sigua hablando de ellos, de sus vidas y de sus legados. Si además, esos nombres están asociados a una actividad que dejó huella en la sociedad que les tocó vivir, no solo sus familiares los recuerdan, también la historia.
Miguel Blanco, de Salamanca de Muerte, explica en su paseo por el cementerio San Carlos Borromeo, que la muerte nos iguala, pero el cómo nos entierren, nos distancia. No es lo mismo un nicho que un panteón y no es lo mismo una lápida con tu nombre y fecha de nacimiento y muerte que una fosa común.
La visita que proponen desde Salamanca de Muerte comienza en la misma puerta del cementerio, donde explican que comenzó a ‘acoger’ a nuestros muertos en 1832. Es un proyecto del arquitecto Tomás Francisco Cafranga y más adelante, a partir de 1867, el arquitecto José Secall y Asión realizó una mejora de la fachada y una serie de ampliaciones del terreno.
Antes, hasta los siglos XVI y XVII los enterramientos se hacían en el interior de las iglesias, después los sacaban al exterior y Unamuno los denomina ‘Corrales de muerto’. Estos aposentos son insuficientes al llegar épocas de pandemias, por lo que se empieza a pensar en sitios aireados y alejados del núcleo de población. Así nacen los cementerios promovidos por Carlos III allá por 1783.
Entremos.

Damos unos pasos y Miguel Blanco hace el primer alto de este paseo para recordar la figura de Filiberto Villalobos. Uno de los prohombres de la ciudad, médico de formación y filántropo por vocación. Se dice que su funeral fue el más multitudinario que se recuerda en Salamanca. Hizo mucho bien.
Blanco hace hincapié en señalar que conocemos poco nuestra cultura de Todos los Santos y abrazamos Halloween sin pararnos a pensar que la raíz celta es la misma. “Nuestros antepasados ya colocaban calabazas y se ponían sábanas para ahuyentar a los espíritus. Nosotros unimos a estos ritos a la cultura cristiana y en la Fiesta de Difuntos en lugar de esperarlos como hacían los celtas, nosotros tocábamos las campanas toda la noche para alejarlos”, matiza Blanco.
Seguimos este caminar pausado por el San Carlos Borromeo y nos acercamos a Venacio Gombau, cuya cámara dio testimonio de la Salamanca del siglo XX, al igual que la de Pepe Núñez, de la familia de los dueños de El Adelanto. Y si de periodistas hablamos no podemos olvidar a Villar y Macías, el hombre que publicó la Historia de Salamanca y cuentan que puso mal un dato. No pudo soportar la humillación y se suicidó.
Involucrada en la cultura de Salamanca también está la familia Sánchez Ruipérez. Detrás de este apellido está la librería Cervantes, la editorial Anaya y la Fundación Sánchez Ruipérez. Literaria es su tumba, como no podía ser de otra manera.
Blanco le brinda una mención especial a Unamuno ya al final del paseo. “Este es espacio para los rectores, porque están los Esperabé, Lucena y Unamuno”, señala. De los cuatro, el más humilde es el de Unamuno, pero también es el más visitado, porque el 31 de diciembre, la asociación Salamanca Memoria y Justicia recuerda al filósofo con un acto entrañable.
Sin dejar de lado Universidad, pero sin salir de los muros del cementerio se encuentra Dorado Montero, uno de los hombres que ha dado renombre a la Universidad de Salamanca. Murió ateo y se enterró en el cementerio ‘civil’, aunque todo está dentro de los muros del San Carlos Borromeo.
Las órdenes religiosas tienen sus panteones en el Campo Santo y aquí también se ve la singularidad de unas y otras.
Como especiales son los panteones del cementerio charro. Uno de los más monumentales es el de Teresa Zúñiga, ‘La Corneja’, de estilo neoromántico, construido en 1890. Teresa Zúñiga dejó una huella importante en el urbanismo de la ciudad. Era la dueña de casas y terrenos que estaban entre la Plaza Mayor y la plaza de Anaya. Al adquirirlas el Ayuntamiento ideó lo que hoy es la Rúa.

Hay un rincón, donde se levanta el memorial republicano por los hombres -y alguna mujer- que fueron asesinados en la Guerra Civil y cuyos cuerpos siguen -muchos de ellos- en cunetas. Sobrecoge. Aquí, la familia de los desaparecidos tiene su lugar donde llevar flores el Día de Todos los Santos.
El San Carlos Borromeo no es un cementerio donde encontrar grandes obras de arte fúnebre. Pero, las hay. Hay esculturas de Agustín Casillas, enterrado aquí, y también de Amelia García, una escultora salmantina con nombre en el archipiélago Balear. Y, ya con siglos de antigüedad, encontramos el crucero de San Cebrián. Está en una glorieta y todas las tumbas miran al centro, al crucero. Esta columna y la escultura que la coronan estuvieron hasta el siglo XVI en la iglesia de San Cebrián, donde se encuentra la Cueva de Salamanca.
A lo largo de las casi dos horas que dura el paseo por el San Carlos Borromeo, Miguel Blanco, de Salamanca de Muerte, va desvelando historias, contando leyendas de Salamanca y supersticiones asociadas a la muerte y los muertos. Hace que los paseantes recuerden nombres al ver sus tumbas y, en un momento determinado, Miguel se para y dice: ‘Devuélveme la asadura que me has robado’.
Si quieren saber que le pasó al que robó la asadura… den un paseo… porque este cementerio es muy serio…
Fotografía. Pablo de la Peña.
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