La muerte, siempre presente, reconocernos vencidos cuando doblen las campanas no es una opción, es una realidad. Nos duele tanto aceptar esta derrota que recurrimos a la eternidad del alma como solución de continuidad a nuestro paso por este mundo, el único que conocemos. Un atisbo de esperanza para perdurar en el tiempo más allá de la memoria.
Utilizamos la eternidad para no afrontar el miedo a dejar de existir, cuando nuestro cuerpo es parte del proceso biológico que da sentido al ciclo de la vida, como árbol caído. Buscamos en la fe la negación de que todo terminó, siempre luchando por sobrevivir, incluso después del último suspiro. Somos alma que abandona la carne para liberarse de las cadenas de este mundo.
Alma liberada que cruza una puerta imaginaria ente el cielo y la tierra. Hay quien se asomó y volvió; de entre estos viajeros del tiempo ninguno vio tras la puerta desdicha o dolor: la tragedia no se embarca en este viaje. Solo el alma trasciende; la carne es prestada, no nos pertenece, en polvo se convertirá.
Últimamente, están de moda los avances de la ciencia para prorrogar nuestros días hasta perder la cuenta del cumpleaños. Parece ser que le comentó Putin a Xi Jinping en su última visita a China que ya es posible vivir 150 años, y además con una gran calidad de vida. Agotada la noticia, empezaron a difundir que la vida casi indefinida podría ser una realidad en este siglo.
En el programa televisivo En primicia de La 2 TV, que dedicaron a la carrera profesional del periodista Arcadi Espada, trataron este tema de refilón, y opinó el entrevistado que sería una faena ser parte de la última generación mortal, no llegar a tiempo a la inmortalidad, pues le gusta tanto la vida que le gustaría vivir para siempre.
Esto de la inmortalidad abre muchas incógnitas, pero sobre todo siento curiosidad por saber cómo adaptaríamos nuestras diferentes culturas religiosas a esta nueva circunstancia. Casi todas las religiones convergen en la existencia de vida después de la muerte, en el cielo o en el paraíso que nos espera con los brazos abiertos.
No sé si sabremos acoplarnos a esta hipotética realidad en la que ya no necesitamos una segunda oportunidad, desprendiéndonos de la materia para seguir existiendo en el más allá. Si esto se hiciese realidad, es posible que la cultura de la muerte, que nos acompaña desde el principio de los tiempos, se quedase en un cuento de terror para el Día de Todos los Santos.
Siempre quiso el ser humano semejarse a sus dioses.























