Opinión

¡No te metas en política!

Congreso de los Diputados.

Hace mucho tiempo, durante los estertores del franquismo, una de las recomendaciones más repetidas por los padres a sus hijos era: “no te metas en política”. Un consejo propio de un tiempo en el que expresar opiniones, reunirse o manifestarse conllevaba riesgos que ellos –que provenían de un tiempo de silencio impuesto y conocían bien el precio de significarse públicamente– pretendían evitar a sus hijos.

Más tarde, ya en democracia, en muchas reuniones familiares –un cumpleaños o en Nochebuena o Navidad sin ir más lejos–, los padres pedían que en la mesa “no se hablase de política” para evitar las discusiones apasionadas que solían estropear el postre. Aquellas disputas, llenas de gestos y tonos exaltados, ponían en peligro la armonía doméstica más que el exceso de turrón o las copas de cava.

Viene todo esto a cuento de algo que escuchamos hoy con frecuencia en boca de algunos políticos cuando, ya en el poder, se les critica la gestión que llevan a cabo: eso es hacer política, dicen, como si la política fuera un privilegio exclusivo de iniciados y no un derecho ciudadano. Esa frase traduce dos ideas por parte del político que la pronuncia: el intento de apropiación en exclusiva del término y de la propia práctica política y, sobre todo, un desprecio profundo del verdadero significado de la política, que no es otro que la forma de organizar la convivencia cívica.

El truco, sin embargo, es viejo. Convertir hacer política en una ofensa arrojadiza pretende desacreditar cualquier argumento sin rebatirlo. Si una médica denuncia la precariedad del sistema sanitario y la falta de recursos, está haciendo política. Si un maestro habla de las ratios imposibles, hace política. Si una vecina protesta por los precios del alquiler, hace política. En ese discurso perverso, las reivindicaciones dejan de ser legítimas en el momento en que tocan el nervio de lo colectivo. Y el colmo de la perversión llega cuando acusan de hacer política a las propias víctimas de una gestión deficiente del poder político.

Aclaremos las cosas: todo es política. Todo lo que afecta a la vida común se rige por decisiones políticas. Por eso, cuando un político utiliza esa frase para desautorizar a un ciudadano deberíamos ponernos en guardia, lo que realmente quiere decir es: no pienses, no cuestiones, no me recuerdes que lo mío también es política. Les resulta más cómodo mantener la política como un coto privado donde solo pueden entrar quienes cobran por ejercerla y, frecuentemente, por ejercerla mal.

No hay nada más incongruente, autoritario y antidemocrático que un político acusando a otros de hacer política. Lo irónico es que quienes más repiten ese mantra son profesionales de la política que viven precisamente de hacerla. Solo que a la suya no la llaman política: la llaman gestión, sentido común, moderación. Palabras que sirven para disfrazar decisiones ideológicas e intereses económicos bajo un barniz técnico o pragmático. Como si subir o bajar impuestos, cerrar camas hospitalarias o privatizar servicios públicos no fueran actos políticos.

Hacer política es consustancial a la vida. Hablar de cultura, educación o sanidad es hacer política. También lo es hablar de vivienda, transporte o medio ambiente. Criticar o alabar la gestión pública es hacer política. Porque la política está en todo: en el precio del pan, en la factura de la luz, en el aula donde estudian nuestros hijos, y en el aire que respiramos. Si el aire está limpio o lleno de humo, también es una decisión política. No hay política sin vida, como no hay vida sin política.

Aristóteles definió hace veinticuatro siglos al ser humano como un animal político. No porque milite, sino porque convive. La política no es una enfermedad que haya que evitar: es la condición misma de la vida en sociedad. Quizá lo más subversivo hoy sea precisamente hacer política: opinar, hablar, cuestionar, participar. No desde la trinchera, sino desde la conciencia de que cada acto público –cada ley, cada presupuesto, cada silencio– dibuja la forma y las condiciones de nuestra vida común y, por ello, tenemos el derecho y el deber de opinar.

Por. Miguel Barrueco Ferrero, médico y profesor universitario jubilado

4 comentarios en «¡No te metas en política!»

  1. Lo que pasa que también podemos caer en la tentación de que creer que sabemos más de todo que todos somos los más listos en fútbol los más listos en medicina sobre todo cuando sí equivocan con alguna cosa que nos hacen somos los más vistos en el tiempo y ya ni el tiempo los del hombre del tiempo te dice cuando va a llover ni hacer el sol y ya por discutir y por hacer de todo somos mucho más listos que los políticos esos sobre todo y solo entendemos el 10% de cada cosa como mucho

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  2. Hacer política es sobretodo tener criterio propio y pensar por ti mismo, y en estos momentos es un acto subversivo para los corruptos que detentan el poder.

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