Vino a Salamanca a presentar El viaje de mi padre a Letras Corsarias. Nos encontramos con Julio Llamazares cuando recogía la llave de la habitación del hotel, recién llegado de viaje, pero en plena forma, sin ápice de cansancio. Fue un gusto conversar con él de la Guerra Civil, un poco del rey, mucho de los voceros del reino y al final… de una profesión que admira.
¿Qué le parece que El viaje de mi padre compita por un puesto en las librerías con Reconciliación del Rey y con Vera, una historia de amor?
Pasa en todos los sectores de la vida. El farinato de Salamanca compite con el fuet o el chorizo de no sé dónde. El 90% de los libros que se venden en las librerías, no tiene nada que ver con la Literatura. Lo que pasa, es que el libro, aparte de ser un objeto cultural, es comercial. En mi caso, no compito con nadie, ni siquiera con los escritores literarios. Si algo tiene la Literatura es que es un territorio de libertad y hay sitio para todo el mundo. Lo que sí que hay que distinguir es entre lo que es literatura y lo que no.
Ambos libros, el del rey y el suyo, son un viaje al pasado. ¿Cree que tendrán un punto de encuentro?
Difícilmente, porque yo hablo de los perdedores y los desfavorecidos y el rey habla de otra cosa.
Julio, el viaje que inició su padre en 1937 fue casi iniciático. ¿Dónde se aprende más en las batallas o en las guerras?
Creo que se aprende en todas las fases de la vida. Se aprende en las guerras y en la paz; en las batallas y en los momentos de calma y de placidez. Si es algo la vida es un aprendizaje que cuando lo cumplimos y lo completamos, dejamos de existir. Pero, es el destino de todos los seres humanos, aprender a vivir y cuando, los que han aprendido o consiguen aprender lo que es la vida, nos morimos.

Se dice que la Primera Guerra Mundial fue la última de las románticas y la primera de las modernas por aquello de que ya había fotografías y no se podía ocultar el horror de una guerra. ¿Cómo ha sido la selección de imágenes que podemos ver en su libro?
En las guerras no hay poesía, ni romanticismo…
Sí, pero hasta la Primera Guerra Mundial no había fotografías…
Los que quieren enviar a la gente a las guerras, que los chicos vayan de soldados y combatan, lo tienen que adornar con épica y romanticismo. Pero, la guerra es una carnicería.
Siempre.
Decía un piloto alemán de la Segunda Guerra Mundial, que la guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen ni se odian, se matan entre ellos por culpa de viejos que sí se conocen y se odian. Por eso, no creo que ni la Primera, ni la Segunda Guerra Mundial, ni la Guerra Civil tienen nada de romántico, como no lo tiene la de Ucrania o Gaza. La guerra es el fracaso de la civilización.
Fracasamos…
…continuamente. No aprendemos. Por ejemplo: viendo lo que ocurre ahora en Europa; viendo cómo está la política española, que vuelve a aquella época preguerra civilista, con insultos y amenazas en sede parlamentaria y entre la gente… habría que pararse y reflexionar, porque estamos volviendo a jugar con fuego. Al final, lo que parece que ya es imposible, deja de serlo en cualquier momento si alguien se lo propone.
Hay personas que están empeñándose con ahínco en eso a través de las redes sociales, donde hay mucho palmero
En el anonimato y en la impunidad todo el mundo se manifiesta como realmente es. El pacto social se basa en la convivencia, cuando la gente deja de convivir y se aísla, ya no ve al vecino como una persona con sus opiniones y sus ideas, lo ve como un adversario, incluso como un enemigo. Ese es el principal problema que estamos viviendo, que la gente en general no escucha a los demás, no intenta entenderlos. Todos estamos aislados detrás de las pantallas, de los móviles, de las redes sociales y no escuchamos, ni tratamos de entender a los demás. Eso es algo muy peligroso.
Siempre decían que el que recurre al insulto es porque le falta argumentación. Ahora que se recurre al agravio, ¿qué es lo que se le puede decir?
Es difícil. Solo soy escritor, no sociólogo.
Pero, maneja las palabras.
El que recurre al insulto, ya no hay posibilidad de diálogo. Esto es como los bares a las tres de la madrugada, con los borrachos no discutes, porque no hay posibilidad de conexión. El problema es que cada vez se oye más a los que insultan que a los que dialogan; a los que embisten que a los que piensan, usando la terminología de Machado, que hay un español que embiste y otro que piensa. Mete más ruido el insulto que el pensamiento.
¿Qué se debería hacer? ¿Dejarlos que sigan gritando? Porque gritar más fuerte no se puede.
El insulto no se combate con el insulto; ni la amenaza con la amenaza; ni la violencia con la violencia. Hasta ahora se decía que se combatía con la Educación, pero está claro que no sirve, porque los niveles de instrucción son los más altos que ha habido nunca en España. Y, sin embargo el animal prehistórico que todos llevamos dentro, cada vez aflora más a la superficie. No sé la solución, como sí tienen los que insultan que en seguida tienen soluciones para todo.
Depende a lo que llamemos solución…
Estamos viviendo una época complicada, difícil y peligrosa donde, a los que más se oye, es a los que no piensan, a los que gritan y el peligro es que se contagie a toda la sociedad.

Volvamos a su libro, El viaje de su padre, si para él fue de iniciación ¿Cómo ha sido el suyo?
Decía alguien en un artículo que leí hace unos días, que El viaje de mi padre era un viaje de retención.
¿En qué sentido?
En cierto modo es así, no porque yo lo pensara.
Curioso.
En realidad, cuando yo me eché al camino, no tenía un… Yo empiezo a pensar en los libros que escribo, después de haberlos escrito y publicado, cuando me preguntáis, que te obligan a dar una respuesta y, por lo tanto, a pensar. Digamos que yo hago los libros que me apetece hacer, pero no me pongo a pensar demasiado en el motivo, la causa o el porqué de los libros. Cada libro es una respuesta a una pregunta que nos hacemos y, en este caso, trata de ser una respuesta a todas esas preguntas que no llegué a hacer a mi padre.
¿Por qué?
Porque cuando somos jóvenes, pensamos que la única vida interesante es la nuestra. Luego te das cuenta que no es así.
Luego es tarde.
Sí y cuando quieres hacer esas preguntas muchas veces es tarde. Sin saberlo, lo que he pretendido en este libro es a buscar en el paisaje y en la gente que habita esos territorios las respuestas a las preguntas que no le hice a mi padre.
Puede que en estos casi 90 años haya cambiado mucho.
¡Claro que ha cambiado! Lo que pasa es que los paisajes son contenedores o depósitos de memoria y conservan la pátina de los hechos que sucedieron en ellos. Si sabes escuchar los paisajes, te hablan, como las persona.
En los viajes siempre se aprende. ¿Se le han pinchado muchas ‘ruedas’ a modo de caerse mitos o ha sabido encontrar los parches?
No se me han caído muchos mitos, porque nunca los he tenido.
Con relación a este viaje…
No. Simplemente ha sido un viaje con el trasfondo de la Guerra Civil, con aquellas historias deslavazadas y escasas que mi padre contaba a veces y su amigo, con el que pude hablar más. O escuchar a la gente que no era familiar mío. También los libros que he leído. Contrastar las historias y la Historia, en letras grandes, con los lugares donde ocurrieron, siempre es un ejercicio de aprendizaje y de conocimiento.
¿A qué se refiere?
Tú puedes leer muchas cosas sobre Salamanca. Leer el Lazarillo de Tormes, La Celestina… pero, cuando vienes a Salamanca y ves el río Tormes y sus calles, entiendes mucho más lo que has leído. Eso pasa con todos los lugares y también con este libro, que visitando y recorriendo los territorios de los que hablaba mi padre y su amigo Saturnino, entiendes mucho más el miedo, el frío, la angustia que debieron de pasar esos chavales de 18 años y los miles de españoles que fueron llevados al matadero por la ambición, el odio… de unas clases más o menos dirigentes, que en muchos casos solo buscaban su beneficio revestido de épica y patriotismo, pero en el fondo eran todo intereses políticos y personales.
Ahora se oye mucho: ¡Viva España!
Sí, continuamente. Y los que más gritan ¡Viva España! Y los que más banderas llevan en la muñeca… nunca van a la guerra. Hay mucho patriotismo, pero cuando el Ejército español tienen que ir a una misión internacional, la mayoría son bolivianos, ecuatorianos… que para ganarse un sueldo se han alistado al Ejército o chicos de familias humildades, como ocurrió en la época de ETA que iban a jugarse la vida, mientras los patriotas siguen en los bares de Madrid o Salamanca llenándose la boca de patriotismo y de gambas.
Siempre morimos los mismos.
Siempre mueren los mismos y siempre pierden los mismos. No sé si somos nosotros.

Su padre era maestro, profesión que no está entre las preferidas de los escolares. ¿Qué han significado para usted los maestros?
La propia palabra sugiere que es la profesión más digna que existe. Es alguien que dedica su vida a enseñar a los que empiezan a aprender, que son los niños, los jóvenes. Respeto todas las profesiones, pero me parece que la de maestro nunca estará bien pagada y nunca estará lo suficientemente reconocida. Ahora está menos reconocida que antes.
Tuvieron épocas peores.
En la Guerra Civil fueron los que más sufrieron las represalias de la guerra, porque el régimen que triunfó tenía muy claro que los que estaban soliviantando a las clases humildes y pobres, eran esos maestros que en las escuelas de los pueblos de España, despertaban a la gente de su ignorancia y les hacían ver cuál era su situación. El historiador Secundino Serrano dice que la Guerra Civil fue una guerra entre curas y maestros.
¿Sí?
Por eso los depuraron tanto, porque al final de esa guerra había un enfrentamiento entre la razón y la fe, entre el conocimiento y la oscuridad.
Durante la dictadura no estaba ‘penado’ no ir a la escuela.
Ahora es obligatorio, pero se sigue sin dar la importancia que tiene la profesión de maestro o enseñante. Por unas razones o por otras son siempre un eslabón muy débil. Lo he vivido porque mi abuela era maestra, al igual que mi padre, mi hermana y un tío que desapareció en la Guerra Civil. Me he criado en medio y viendo el sacrificio, la dedicación y la vocación que la mayor parte de los maestros tienen. Me parece que la palabra maestro es de las más dignas que hay en el lenguaje español.




















