Perder la salud no solo transforma el cuerpo:
reordena la vida entera, el modo de habitar
el tiempo y la conciencia de uno mismo.
Hay pérdidas que no dejan un hueco visible, pero que duelen igual. Perder la salud es una de ellas. No se lleva solo la capacidad de moverse o respirar con facilidad, se lleva la ligereza con la que uno habitaba el mundo. La enfermedad, más que un suceso biológico, es una experiencia emocional y existencial: el cuerpo se vuelve un territorio incierto, y lo que antes era natural -levantarse, caminar, reír, no pensar en la respiración o en el latido del corazón- se convierte en un esfuerzo consciente.
La medicina tiende a describir con precisión los síntomas de cualquier enfermedad e intenta comprender lo que el paciente siente, pero pocas veces nombra lo que significa sentirlo. Sin embargo, cada diagnóstico implica una forma de duelo. Se pierde la salud, sí, pero también la sensación de control, la confianza en el funcionamiento -e incluso en la continuidad- del propio cuerpo; a veces, hasta la identidad. Porque quien enferma deja de ser quien era: pasa a ser alguien que vive pendiente de su cuerpo, de sus límites, de un reloj distinto.
La enfermedad no irrumpe solo en el organismo: entra también en la conciencia. No solo altera parámetros clínicos: reordena la biografía íntima. Invita a mirar atrás y reconocer, con asombro, todo lo que se daba por hecho. Porque perder la salud no es únicamente perder bienestar, es perder la confianza basada en la inocencia. Es descubrir que la vida pende de un hilo más frágil de lo que parecía, que lo cotidiano puede desmoronarse sin aviso y que el cuerpo -ese aliado silencioso que habitamos- puede volverse, de pronto, un territorio hostil.
El sentimiento de pérdida que acompaña a la enfermedad es complejo, es un duelo discreto, sin rituales, que cada cual libra a solas: la despedida del cuerpo que fue, del tiempo sin miedo, del yo que no sospechaba su vulnerabilidad. No es solo tristeza; es perplejidad, miedo, rabia, a veces nostalgia por la versión de uno mismo que parecía invulnerable. Pero, con el tiempo, también puede ser una fuente inesperada de lucidez. Muchas personas descubren en la fragilidad un sentido nuevo: la salud deja de ser un estado invisible para convertirse en un bien consciente, agradecido, casi sagrado.
La enfermedad también replantea los vínculos. Revisa el mapa afectivo, revela quién sabe estar y quién se asusta, quién acompaña en silencio, quién huye del dolor ajeno, quién ofrece una presencia discreta pero firme. Pocos cambios transforman tanto una relación como la fragilidad: obliga a hablar de lo que duele, a pedir ayuda cuando cuesta, a sostener y dejarse sostener. Y esa reconfiguración, a veces dolorosa, revela verdades que en la salud permanecían ocultas.
Recuperarse -si se puede- no siempre significa volver a ser el de antes, sino aprender a ser de otro modo, a reconciliarse con el cuerpo que queda y con sus límites, a vivir con la herida de la enfermedad sin dejar que defina toda la vida. Aceptar la fragilidad, al final, no es resignarse: es comprender que vivir nunca fue una promesa de invulnerabilidad. La enfermedad enseña lo que la salud suele ocultar: que la madurez consiste en asumir que somos finitos, que existimos en un equilibrio delicado entre lo que perdemos y lo que aprendemos, y que cada día es una negociación silenciosa entre la herida y la esperanza.
Miguel Barrueco Ferrero, médico y profesor universitario jubilado
Despoblación, dispersión, envejecimiento y asistencia sanitaria. https://t.co/Wl2IcDprD2
— Miguel Barrueco Ferrero (@BarruecoMiguel) November 9, 2025





















4 comentarios en «Cuando la salud se va»
Completamente de acuerdo contigo al cien aunque creo que solamente ha quedado un detalle el que te puedas sentir culpable repasando tu vida atrás si has hecho algo mal para merecer lo que estás pasando y lo que estás sufriendo no sabes si hubieras actuado de otra manera en tu vida también te hubiera llegado esta enfermedad u otras un abrazo Miguel
Gracias Miguel. Me he sentido retratada con todo lo que has dicho. Lo interesante sería saber asumir ese cambio tan evidente. Un abrazo
Y no digamos si además de la salud pierdes la cabeza, el binomio perfecto de la desintegración de la persona.
La enfermedad forma parte de nosotr@s muchas veces sin darnos cuenta y sin síntomas claros. Enfermedades silenciosas terribles como es el Cancer de pulmón día mundial hoy mismo 17 de Noviembre.