Hoy más que nunca, el 25 de noviembre tiene que ser una llamada a la acción, a la solidaridad y a la responsabilidad colectiva. Seguiremos saliendo a las calles, seguiremos alzando la voz y seguiremos incomodando. Cada paso, cada protesta y cada palabra cuentan. La lucha feminista no busca privilegios, busca derechos.
El 25 de noviembre conmemoramos el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las mujeres. Esta fecha fue declarada oficialmente por la ONU en 1999 en memoria de las hermanas Mirabal, conocidas como Las Mariposas, que fueron asesinadas en República Dominicana por enfrentarse a la dictadura. Desde entonces, cada año millones de mujeres salen a las calles para alzar la voz contra una violencia que no cesa y que sigue siendo una de las más graves violaciones de derechos humanos en el mundo: la violencia machista.
En España, las cifras deberían alarmarnos. Desde 2003 más de 1.240 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas. Solo en 2024, 56 mujeres perdieron la vida a manos de la violencia de género, según datos del Ministerio de Igualdad. A ello se suman los casos de violencia vicaria, en los que los hijos e hijas son utilizados como arma para castigar a las madres, el grado más cruel del machismo.
Y es que el machismo no solo mata, también discrimina, invisibiliza, condiciona y silencia. Lo vemos reflejado en los techos de cristal que aún persisten en el mundo laboral, la brecha salarial que sigue siendo una realidad, en los juicios sociales hacia las mujeres que deciden o no ser madres, la doble carga laboral y doméstica, el acoso callejero, los micromachismos cotidianos que se disfrazan de chistes inocentes, o la presión de una sociedad que sigue mirando con lupa a las mujeres que deciden disfrutar libremente su vida.
Estos datos deberían bastar para entender que la lucha feminista no es una moda ni un discurso. A pesar de ello, los discursos negacionistas crecen y se normalizan. La ultraderecha se dedica a desacreditar el feminismo, ridiculizarlo y presentar la lucha por la igualdad como un enfrentamiento entre hombres y mujeres. Hablan de “ideología de género”, poniendo en duda la existencia de la violencia y atacan a quienes denuncian. Este intento de desprestigiar el movimiento feminista supone debilitar los derechos conquistados y silenciar las voces que los defienden.
Frente a este retroceso, el mensaje debe ser claro: el feminismo no odia, no divide, no excluye. El feminismo salva vidas, y gracias a todas las mujeres que durante décadas han luchado por la igualdad efectiva y se atrevieron a alzar la voz cuando nadie las escuchaba, hoy disfrutamos las mujeres de derechos fundamentales: sufragio, acceso al trabajo, control de la propia vida y cuerpo o leyes que protejan ante la violencia. Pero no olvidemos que aún no se ha alcanzado la igualdad real, y eso es lo que convierte el 25 de noviembre en una jornada imprescindible.
Necesitamos una transformación real que pasa por la educación de nuestros niños y niñas. La educación es la herramienta más poderosa para enseñar en igualdad, en respeto y libertad. Debemos enseñar que amar no es poseer, que los celos no son amor y el consentimiento no se negocia. Hay que trabajar para no dejar a las generaciones futuras la herencia del machismo.
Amnistía Internacional lo expresa con claridad: la violencia de género es una violación de derechos humanos que exige una respuesta integral. No basta con leyes si no hay recursos suficientes, formación para jueces y policías, educación en igualdad o compromiso político real. La raíz del problema está en las estructuras patriarcales que sostienen la desigualdad y la dominación, y solo transformando esas bases podremos hablar algún día de una sociedad verdaderamente justa.
Hoy más que nunca, el 25 de noviembre tiene que ser una llamada a la acción, a la solidaridad y a la responsabilidad colectiva. Supone un recordatorio de memoria y justicia con todas las que nos abrieron el camino y con las que vendrán después. Porque tampoco podemos olvidar a las mujeres que en otra parte del mundo siguen viviendo un infierno: niñas casadas a la fuerza, mutilaciones genitales o mujeres encarceladas por defender sus derechos. La lucha feminista no entiende de fronteras.
Seguiremos saliendo a las calles, seguiremos alzando la voz y seguiremos incomodando. Cada paso, cada protesta y cada palabra cuentan. La lucha feminista no busca privilegios, busca derechos.
Por. Julia de Castro Revuelta, defensora de Derechos Humanos





















