Hay resacas personales que se curan con un café bien cargado y un par de horas a oscuras y en silencio. Y luego está otro tipo de resaca que no sabemos curar, fruto de una borrachera colectiva de violencia e impunidad, que no solo parece no tener final, sino que se agrava día a día.
La comunidad internacional se desangra víctima de genocidios, guerras, invasiones, amenazas nucleares, muros y alambradas cada vez más altas y diplomacias que acuden compungidas al sepelio del Derecho Internacional, un difunto al que nadie echa de menos salvo los muertos, los desplazados y quienes viven bajo drones que zumban como un moscardón sobre sus cabezas. Los verdaderos dueños del mundo imponen por la fuerza su propia ley de la selva, con la tranquilidad de quien sabe que nadie va a frenarlos.
En la política, la verdad ya no importa. Los programas han sido sustituidos por insultos, gestos teatrales y una bronca interminable. El Parlamento se parece una taberna a la hora del cierre, donde se imponen los que gritan más fuerte para ocultar que no tienen nada que decir -ni mucho menos que proponer- a los ciudadanos y, ya de paso, para tapar a quienes puedan tener algo que aportar. Ruido, mucho ruido para sepultar ideas.
Y si en la política la verdad se ha evaporado, tampoco la Justicia escapa a esta embriaguez colectiva: jueces que opinan más en tertulias que en sentencias, filtraciones a medida y decisiones que huelen más a estrategia política que a derecho. Los ciudadanos tenemos la sensación de que los poderosos gozan ante la justicia de bulas y privilegios tipo 007: tienen licencia para delinquir y evitar la cárcel.
Y, mientras tanto, el cuarto poder, el periodismo, ha muerto. Los medios más influyentes fabrican verdades al gusto del que les paga, moldeando la opinión pública como si fuera plastilina. Los medios convertidos en la voz de su amo. Cuando la información se convierte en arma, la Democracia se reduce a un decorado que se resquebraja al menor roce.
Y la calle refleja el desastre. Matones políticos se sienten autorizados a intimidar a quien es distinto o piensa diferente, crecidos por la impunidad. Saben que pueden hacerlo: arriba nadie les pide cuentas; abajo reinan sobre el miedo. Así van ocupando espacios, señalando cuerpos y vigilando acentos, como si la ciudad fuera suya y los demás, intrusos.
La violencia se multiplica porque la impunidad la sostiene, la alimenta y la justifica. Quizá un día se nos pase esta resaca y nos preguntemos en qué momento permitimos que la impunidad, el ruido, la soberbia y la violencia sustituyeran a la ley, al diálogo y al respeto. Quizá, pero por ahora el ruido es insoportable. Ojalá aún estemos a tiempo de hacernos la pregunta y, sobre todo, de corregir la respuesta. Porque la impunidad, cuando se instala, nunca se marcha sola.
Miguel Barrueco Ferrero, médico y profesor universitario jubilado.
*Vacunarse: ese pequeño acto revolucionario – La Crónica de Salamanca*https://t.co/GmwLkMrnC6
— Miguel Barrueco Ferrero (@BarruecoMiguel) November 22, 2025
























2 comentarios en «Borrachera de violencia e impunidad»
Y nos quejamos de la sanidad porque nos citan con diez once meses para mirar cualquier cosa y qué pasa con la justicia que se ponen a mirar casos cuando ya han ccaducadoy si nunca educado como el caso de los Puyol que les van a juzgar ahora después de 30 o 35 años cada vez creo en menos cosas
Sí, toda la razón, Miguel.