Vivimos un tiempo de cierta exteriorización de lo religioso. Aunque pueda sorprender, no hay que olvidar que el cristianismo nació precisamente del testimonio público de Jesús de Nazaret. Sin embargo, no puede afirmarse que el ambiente actual rebose espiritualidad. El siglo XXI no está dando para más, entre tanto cinismo político y tanta masacre civil. Por eso sorprende más aún que una artista de la talla de Rosalía se zambulla en la religión con ese álbum, Lux, mucho más cerca de la genialidad que del marketing, que ha puesto en pie unánimemente a los críticos.
Tampoco ha de chocar, en este contexto, que hace un año lleve sonando ese tema, de reacción crítica positiva no menos unánime, del grupo británico Cold Play titulado “Oramos” (“We pray”), canción en la que diferentes artistas de todo el mundo entonan con el grupo un mantra que no cesa de repetirse: “and so we pray” (“y así oramos”).
No es malo que los jóvenes -al menos parece surgir de ellos esta corriente- propaguen el misticismo y la oración por el mundo. Ya hay suficientes generaciones al mando encargándose de perpetuar la violencia y el odio. ¡Qué triste, qué obsceno, qué egoísta es el comportamiento de quiénes podrían cambiar el mundo y sin embargo contribuyen a pudrirlo…! Y lo más sorprendente es que se trata de personas comunes y corrientes, con hijos y nietos que heredarán lo que ellos mismos están destruyendo.
En fin, descendiendo a nuestra modesta perspectiva tormesina, desde la que contemplamos el horizonte en esta columna, cabe destacar que hace apenas unos días el poeta soriano Fermín Herrero visitó Salamanca, donde compartió su visión sobre la poesía en nuestra región. Lo anteriormente expuesto, junto con lo ya señalado, lleva a quien suscribe estas líneas a rememorar una reciente y breve colección poética publicada hace unos meses por este autor. Aunque son únicamente nueve poemas, su fuerza es tal que el título escogido para el conjunto, Plegarias, resulta plenamente justificado: tras su lectura, permanece en el aire una resonancia que continúa acompañando el alma del lector durante largo tiempo.
Se trata de peticiones que todos podríamos compartir, seamos creyentes o no, y son por lo general muy claras y concretas: comprender la belleza que hay a nuestro alrededor; volver a sentirnos iluminados por la infancia, sentirnos igualmente acompañados al final de la vida; clemencia y también generosidad -dones más allá del tiempo-, esquivar la envidia y tener, por el contrario, compasión para con los demás; templanza, permanencia… O perdón para la mentira, para la rendición y el interés propio. El lector se enfrenta en ellas a cuestiones profundas y trascendentales; sin embargo, el poeta las expresa con la naturalidad de verdades desprovistas de artificio, que encierran una hondura que trasciende su sencillez.
A veces la demanda del poeta se entronca en la tradición secular, como la petición de atender el “jardincillo virgiliano, / […] antes de ponerte / a leer, con ganancia, las palabras / donde descansa el tiempo”. Conocido es el consejo de atender ese jardín, en la senda que va desde Epicuro hasta Byung Chul-Han o Pia Pera, pasando por el Cándido de Voltaire.
En otros casos la plegaria es más etérea en su formulación, aunque sin perder toda su fuerza: “una memoria clara […] / que, por encima / del tiempo, me aquietase el ánimo”; “algo para quedarse en el consuelo / un rato”. ¡Ay, si tuviéramos la suerte de tener ambas cosas al llegar al final de nuestras vidas! Asimismo, como el propio ser humano, tantas veces lleno de contradicciones y complejidad, las plegarias también pueden resultar paradójicas en ocasiones: “Perdona a quien desea lo imposible / o desvaría, […] / quien obra / a la ligera y sólo a su favor”.
Son plegarias en las que la fe queda en un discreto segundo plano, cediendo todo el protagonismo a la esperanza. Esa es, en última instancia, la esencia de la oración: esperar contra toda adversidad y a pesar de todo. Sé que no existen, en cualquier caso, plegarias desatendidas, ni siquiera en el reducido margen de tiempo que marcan nuestros deseos más inmediatos. Aunque pueda parecer que el tiempo divino comparte, como señalaba María Zambrano respecto al tiempo histórico, esa “mala costumbre de medirse de forma inadecuada para la modesta vida de los hombres”.
“El mindfulness -ha escrito el filósofo Byung Chul-Han- es la espiritualidad del régimen neoliberal”. Sin embargo, nunca antes los relojes nos habían recordado, como lo hacen ahora, que debemos detenernos en medio de nuestras ocupaciones diarias para dedicarnos un instante a nosotros mismos. Poco importa de dónde provenga el consuelo, si nos brinda la serenidad indispensable para aspirar a ser mejores y vivir conforme a lo que verdaderamente se espera de nosotros. Gracias, poeta, por señalar ese camino























