Opinión

Figueruela de abajo: Tierra de un misionero español en Siria

Fray Romualdo Fernández Ferreira.

El próximo 14 de diciembre, Figueruela de Abajo tributará un homenaje a fray Romualdo Fernández Ferreira, uno de sus hijos ilustres, al conmemorarse el décimo aniversario de su fallecimiento en el Hospital Francés de Damasco.

Como la biografía del fraile zamorano se puede encontrar en los medios digitales sin problema alguno, se me antoja dejar que broten unas palabras que reflejen mi experiencia a su lado recorriendo Siria en el año 2000. Haciendo justicia a su memoria y a ese homenaje que las buenas gentes de Figueruela le van a tributar, me siento obligado a dar fe de ese amor incondicional que el padre Romualdo mantuvo a lo largo de su vida hacia los surcos de la tierra que lo vio partir a los trece años camino de su destino vocacional en las tierras del oriente.

Viajando por Siria, al pernoctar y convivir con los frailes en los distintos conventos de la Custodia Franciscana de Tierra Santa, recibí una de las grandes lecciones de la vida, cuando pude percibir que la humildad de los hijos del Santo de Asís se dejaba ver en los gestos caritativos al socorrer a quienes se acercaban a ellos demandando ayuda sin tener en cuenta la religión que profesasen.

Al lado de fray Romualdo visité las ciudades muertas del noroeste de Siria donde él desarrolló una labor impresionante como arqueólogo experto en el arte bizantino. Posiblemente sus trabajos e investigaciones, junto al fraile italiano P. Castellana y al español Ignacio Peña, cobren en un futuro cercano la importancia que ostentan, al ser ahora testimonio relevante de lo que la guerra ha destruido.

Fray Romualdo me mostró los vestigios de aquellos pueblos cristianos de los primeros siglos de nuestra era, que se diseminaban por un vasto y extenso paisaje sobre el que las espadañas de las iglesias erguían su frente queriendo besar las alturas. Sus eruditas explicaciones sobre lo que él investigaba en aquellas interesantes ruinas causaban una emoción sublime e inenarrable. Después de haber visitado las ruinas de la basílica de San Simeón el Estilita, fray Romualdo me llevó hacia un territorio árido a través de un corredor entre montículos. Allí me pidió ayuda para retirar los zarzales que se amontonaban en un rincón de aquel desértico secarral. Detrás de las malezas apareció un pequeño hueco que escondía tras él un auténtico tesoro que fray Romualdo identificó como una tumba original de la época de Cristo.

Me explicó que aquel hallazgo, que nada más conocían los tres estudiosos frailes, debía ser escondido hasta que lo tuviesen suficientemente documentado. Después darían cuenta de su localización a las autoridades para que hiciesen con la tumba lo que considerasen oportuno.

En Siria pude ver cómo era querido y respetado por las religiones cristianas no católicas del país y cómo era recibido en los museos y mezquitas musulmanas con un cariñoso respeto, digno solo de los grandes hombres que saben empatizar con quienes se encuentran en el camino.

Durante su larga enfermedad, el jefe de negocios de la embajada de España en el Líbano, cuando le hice saber que el único misionero español que quedaba en Siria estaba ingresado en un hospital, adelantó el viaje que tenía previsto a la ciudad damasquina. A su regreso a Beirut me llamaba desde el coche oficial para decirme que no le cabía en el alma tanta emoción, pues además de los cuidadores que le habían puesto de forma permanente los franciscanos, vio a varias personas a la puerta esperando para poder visitarlo, cosa que, según le comunicaron, ocurría todos los días.

Fray Romualdo, durante aquellos largos meses en los que sufría un coma irreversible, fue alimentado a través de una sonda nasogástrica cuya comida facilitaba la gente que la preparaba en sus propias casas como muestra del cariño que le tenían.

Reincidía aquel amable diplomático desde el Líbano en hacernos ver que teníamos que desistir en el empeño por traerlo a España, pues aquí difícilmente podría ser atendido como en aquel hospital de Damasco.

Por aquel tiempo, el fraile que lo había sustituido en los importantes cargos que fray Romualdo ostentaba vino a Madrid para hacernos saber que los franciscanos nunca lo dejarían salir de Siria, pues fray Romualdo había dado instrucciones de que ante cualquier percance que sucediese debería ser enterrado en el Memorial San Pablo, que él había reconstruido años atrás por encargo de la Custodia Franciscana de Tierra Santa.

Durante estos años, desde su fallecimiento, descubrí cómo los frailes españoles de la Custodia Franciscana de Tierra Santa, al mencionar a fray Romualdo, recuerdan a su Figueruela de Abajo, porque siempre el pueblo alistano salía de forma constante en las conversaciones que mantenían.

En un vídeo que la hermandad Franciscana del Cristo de la Humildad de Salamanca está realizando actualmente (hermandad nacida por la influencia de fray Romualdo), los frailes que aportan su testimonio desde distintos lugares de España e Israel mencionan a Figueruela de Abajo, porque, según ellos, aquel pueblo sencillo que emana del corazón de Aliste era parte inseparable del aliento que sostenía a Romualdo Fernández Ferreira lejos de su amada tierra.

Solo por esto fray Romualdo merece ese homenaje sencillo, del que dejará constancia la placa que se descubrirá en las paredes de la iglesia de Figueruela de Abajo, para que la memoria del tiempo recuerde a quien, según los franciscanos, fue un ángel de paz, pequeño, pero con un corazón grandioso.

Por. J. M. Ferreira Cunquero, poeta y escritor.

Deja un comentario

No dejes ni tu nombre ni el correo. Deja tu comentario como 'Anónimo' o un alias.

Te recomendamos

Buscar
Servicios