Hace unos días, a una persona muy querida y cercana, se le práctico, en el hospital Universitario de Salamanca, una resección de un lóbulo pulmonar a causa de unos nódulos cancerígenos. Se utilizó para ello el robot da vinci que consigue una mayor precisión, visualización tridimensional que concluye en una cirugía menos invasiva, menos tiempo de hospitalización y menor riesgo de complicaciones postoperatorias.
Curioseando por internet sobre el coste de esta intervención en la sanidad privada recibí un golpe de realidad que echa por tierra toda la argumentación anti impuestos que ya hace unos años domina el panorama político-mediático. El precio en el mercado de la sanidad privada de esta intervención oscila entre los treinta y cinco y los setenta mil euros, una fortuna para la inmensa mayoría de la población. A este coste habría que añadir los quinientos euros de la resonancia magnética, los mil o dos mil euros del Pet, otros dos mil de la broncoscopia, etc. En todo caso cantidades insoportables para una economía baja y media, la de la mayoría
Encontrarse en estas situaciones tan complicadas donde se vive en primera persona nuestra vulnerabilidad, la fragilidad de nuestros cuerpos necesitados de atención y cuidados, pone en evidencia la imposibilidad real de cubrir individualmente unas urgencias que necesitan del concurso social, de lo público.
En estas ocasiones, que no son pocas, tomamos conciencia de nuestra interdependencia, del apoyo mutuo imprescindible para satisfacer buena parte de nuestras necesidades más elementales: sanidad, educación, vivienda, pensiones, cuidados, etc. Y sí, aunque la palabra no guste, esto se sufraga con impuestos. Su disminución o supresión conduce al abismo, a mercantilizar el dolor, a deshumanizarnos, a sucumbir a la dictadura del mercado y entonces “tanto tienes, tanto vales”, a vivir prisioneros del miedo, sin la libertad que depara el amparo de una sociedad que colabora, coopera y alimenta los fondos necesarios para que el dinero deje de ser el problema para centrarnos en lo importante: resolver estas imperiosas necesidades que en muchos momentos de nuestra vida nos acucian.
Aunque no seamos conscientes de ello en todo momento, vale la pena reparar, al menos en estos casos, en la dedicación, la profesionalidad y la humanidad del personal que te atiende y cuida, el cual, a su vez, también debe ser reconocido y cuidado. De que la calidad de sus condiciones laborales sea satisfactoria depende también la calidad del servicio que nos ofrecen. Su bienestar y el nuestro van de la mano.
Por último, quiero agradecer el magnífico trato dispensado por el personal sanitario y no sanitario, ambos sanan, de la cuarta planta del bloque E del Hospital de Salamanca, nos han regalado lo impagable, disfrutar de un tiempo más de vida en las mejores condiciones posibles.
Por. Santiago Herranz Castro.























2 comentarios en «Sanidad Pública: ¿dónde van a parar nuestros impuestos?»
Brillante reflexión. Enhorabuena al autor.
No puedo estar más de acuerdo que lo que dice este señor pero claro a los señoritos que tienen dinero le importa tres narices de los que no lo tenemos que se jodan y se mueran el caso él no pagar impuestos para ser más ricos