Recuerdo que, cuando leía El País, un comentarista más bien carca y redicho solía llamar «suido» a Pedro Sánchez. Era la época en que este estrenaba gobierno y el jefe de la oposición, un tal Pablo Casado, le solía insultar por duplicado, llamándole «traidor» y «felón», «incapaz» e «incompetente», y así. La prensa de trinchera pronto siguió esa fea costumbre, de modo que pudimos leer en cierto periódico local un editorial que empezaba así: «Algunos de los especímenes del gobierno social-comunista no llegan a la categoría de ratas». Tal cual. Se abrió entonces la veda para el uso de la descalificación y el insulto público, creando poco a poco el irrespirable ambiente político que hoy nos toca sufrir a los españoles, no se sabe por qué pecado colectivo que hayamos cometido
Pero, entre otras cosas, me duele el poco respeto que mostramos a nuestros animales, incluso con el lenguaje, al usar como insultos palabras como burro, cerdo, cochino, rata, zorra o animal, cuando muchas «personas humanas» son más bestias que las propias bestias, como se ve con prácticas como las del toro embolado o las burradas, con perdón, que se le hacían en Tordesillas. Y no es justo, por ejemplo, tener al burro como tonto, pues ya los ingenieros romanos se fiaban de su instinto para trazar las rutas más fáciles en terrenos difíciles, especialmente en laderas (algo que me confirmó un amigo cazador, que solía ir al monte con su asno).
En El Quijote, Rocinante y el burro de Sancho son personajes de consideración, si bien los cerdos no lo son tanto. Así vemos que les llama «animal inmundo» cuando en una «cerdosa aventura» una piara de camino arrolla y pisotea a Don Quijote, a Sancho y a sus monturas, siendo la única vez que a Sancho se le ve bravo y queriendo coger la espada para matar unos cuantos cerdos. Y para que se note más el contraste entre la guarrería y la lírica el capítulo termina con un madrigal cantado por Don Quijote a su ideal Dulcinea.
Me ha venido a la memoria lo de «suido» por el episodio de la peste porcina que viene afectando a los cerdos españoles y que ya ha costado la vida a decenas de miles de ellos. También recuerdo que no es la primera vez que las epidemias afectan a la cabaña porcina, lo que era en otros tiempos una desgracia casi cósmica, cuando esas carnes con algunos «bocadillos golosos», como dice Covarrubias, eran casi las únicas que se consumían.
Que ahora el virus de la PPA haya pasado del jabalí al cerdo no es de extrañar, pues ambos son suidos, es decir, del mismo género (mamíferos ungulados con un número par de dedos, de piel dura, colmillos largos, etc.), si no es que se trata de dos variantes de una misma especie, pues en algunos sitios se han cruzado ambos animales con éxito para dar lugar al cerdalí, que es también de excelente rendimiento gastronómico.
Por mucho que haya una preocupación creciente ante el maltrato animal nunca se tendrá en cuenta el mucho provecho que sacamos de ellos. Volviendo al Covarrubias y al cerdo, de este «no tenemos ningún provecho en toda su vida sino mucho gasto y ruido, y solo da buen día aquel en que lo matamos». Como ocurre con el avaricioso, añade, que solo da de sí el día de su muerte. Menuda comparación.























