Opinión

Monseñor Argüello: ¿opinión política o sectarismo?

Miriam Chacón / ICAL. El arzobispo de Valladolid, Luis Argüello, dirige a los asistentes su felicitación de Navidad.

En la película Monty Python los judíos andaban a la greña entre los partidarios del Frente Popular Judío, el Partido Popular de Israel y la Unión Palestina (algo así). No era sino una caricatura de lo que pasaba en tiempos de Cristo, cuando se peleaban saduceos, esenios, zelotas y fariseos, a los que Jesús, -líder de su propia secta-, lanzaba épicos insultos: «sepulcros blanqueados», «raza de víboras»… Claro que ellos le acusaban a él de blasfemo y hereje, y por eso le condenaron a muerte.

Las iglesias no siempre traen paz y concordia. Sin meterme en las guerras de religión de la historia, recordaré que el mismo «Príncipe de la paz» que ofrece la otra mejilla y promete el mundo a los mansos y a los pacíficos es también el que echa del templo a los mercaderes con el látigo y clama: «no penséis que he venido a poner paz a la tierra; no he venido a traer paz, sino espada. El Evangelio, no digamos ya la Biblia, no siempre tiene mensajes claros y unívocos.

Sí los ha tenido la secretaría de la Conferencia Episcopal que, no sin cierta beligerancia, ha avalado las opiniones de su presidente, monseñor Argüello, quien ha insistido en que la situación política es insostenible y hay que ir a elecciones o a plantear una moción de censura. Todo ello, «desde el respeto a las reglas básicas del Estado de derecho» (como si estuviera fuera de él un gobierno salido de las urnas). Argüello, que tiene una gran cabeza, sin duda sabe que su opinión se alinea con cierto grupo político de la oposición y que caldea así un poco más el ya tenso panorama político.

En esta tesitura cabe preguntarse: Argüello ¿en calidad de qué opina: como arzobispo de Valladolid, como presidente de la Conferencia Episcopal o como mero ciudadano?, ¿cabe identificar su opinión con la rectitud moral o algún tipo salvación? y lo que dice ¿responde a una postura común de los 70 prelados que componen la citada institución? No consta que esta se haya reunido para debatir asuntos políticos y es difícil imaginar que, dado el caso, hubiera un consenso total al respecto. Si más no, sabemos que el arzobispo de Tarragona, monseñor Planellas, ha pedido prudencia a Argüello, dando a entender que ha metido un poco la pata. Bien es cierto que en el otro extremo hay también radicales como el arzobispo de Oviedo, quien va más allá y aprovecha para arremeter contra el gobierno, al que relaciona con la «decadencia moral, la corrupción, la prevaricación, la indecencia de saunas y prostíbulos». etcétera.

El señor García-Jalón, rector de la Pontificia, tercia para indicar que «la iglesia va a opinar cuando quiera y lo estime oportuno, porque tiene la obligación de transmitir su juicio». Faltaría más. Pero en este punto se suscitan al menos tres problemas conceptuales. Por un lado, que es difícil marcar a toda la grey católica con un mismo hierro político (a no ser que se siga pensando como en tiempos de Menéndez Pelayo, cuando para ser buen católico había que ser muy español y de derechas). Por otra parte, que, siendo la iglesia infalible en cuestiones de fe y de dogma moral, no lo es en asuntos mundanos, y por eso hay dentro de ella distintos talantes políticos, aunque ya sabemos hacia qué monte tratan de llevar muchos pastores a sus ovejas. Y, finalmente, ¿quién tiene autoridad para expresar esa opinión de la iglesia española en su conjunto?

Así que condenamos a Argüello por un pecado de prepotencia y le invitamos a recordar lo que Jesús dijo a Pilatos: «mi reino no es de este mundo». Y que antes había dicho que ese reino pertenecerá a los perseguidos por la justicia (sobra decir que por la justicia humana, esa que no siempre acierta y a veces peca de lawfare).

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