No es que quiera amargarles el turrón, los dulces y los regalos, ni enturbiar el sentimentalismo facilón de estos días navideños, ni romper la idílica paz familiar junto al árbol, la tele y los buenos cavas… es solo que me gusta recordar también en estas fechas a tantos que en su soledad siguen naciendo fuera de la ciudad porque no hay sitios dignos para ellos en nuestras posadas y belenes.
Los cristianos celebraremos estas semanas el misterio de luz y esperanza que acontece cada vez que un niño nace en este mundo –igual que Jesús- , el milagro de la vida que se renueva y que a todos nos invita a comenzar de nuevo. Se renueva la confianza de que hay lugar para todos en esta sociedad sobre todo para los más marginados y olvidados.
Caritas y tantas ONGs nos lo recuerdan: nadie sin futuro, construyamos la casa común, hagamos posible la felicidad y el bien común de tantos desfavorecidos como todavía llaman a nuestras puertas.
Bajo el falso manto de las celebraciones navideñas, de las luces y las visitas a belenes se esconden muchas personas que siguen muriendo de hambre, de falta de salud y de posibilidad de desarrollarse conforme a los derechos humanos más básicos.
Tras los fulgores de estrellitas y purpurinas, en medio de tantos villancicos y mercadillos efímeros existen mujeres maltratadas, ejecuciones de muerte injustas, persecuciones ideológicas, venta de armamentos, crueles guerras y negocios insaciables de drogas y esclavitudes personales.
Cada reunión internacional de magnates y políticos termina volviendo a defraudar la esperanza de millones de marginados. Todavía hoy la guerra de los poderosos contra los más débiles sigue estableciendo profundas divisiones entre los países del norte y los del sur. Y los subdesarrollados del tercer mundo siguen clamando ayuda para vivir con dignidad y humanismo.
En el seno de este sistema económico injusto la situación de lo más pobres se agrava y se vuelve cada día más traumática y desesperante. Lo vienen afirmando los últimos Papas: “Si no hay esperanza para los pobres, nuestro mundo se destruirá y no habrá esperanza para nadie…”
Repetiremos nuestras cenas familiares y de empresa, correrá el champan, serviremos buenos manjares en nuestras mesas y enseñaremos a nuestros hijos aquello de “mira como beben los peces en el río..” pero estaremos lejos de la Navidad verdadera: aquella que se fragua en el mundo de la pobreza y la indigencia.
Porque hoy Jesús nacería en alguna patera, en alguna trinchera con muertos de las distintas guerras o en cualquier cola de recogida de alimentos o de búsqueda de empleo.
“A la nanita, nana, duérmete cielo,
la patera es chiquita, grandes los sueños…”





















