[dropcap]M[/dropcap]enuda tormenta de arena se ha levantado desde que se celebró el último debate sobre el estado de la nación de esta legislatura. Una polvareda tremenda girando en torno a la señora Celia Villalobos, vicepresidenta primera del Congreso de los Diputados, la cual fue grabada jugando en su tableta durante una intervención del señor Mariano Rajoy. Pero qué queréis que os diga, no me parece para tanto. Me explico.
Si bien es una falta de respeto total y absoluta no prestar atención mientras otra persona está hablando y también una falta de profesionalidad tremenda jugar estando en el puesto de trabajo, a menos que el propio trabajo consista en jugar, cosa que en el caso de la señora Villalobos no es así, repito, no me parece para tanto. Me parece peor que se le diera un tirón de orejas al periodista de «La Marea» Antonio Maestre por grabar la sesión de gaming de la diputada.
Y digo que no me parece tan mal, porque aunque el suyo sea un cargo público que sufragamos con nuestros impuestos y con un sueldo astronómico, nada habría mejorado o empeorado aun si la vicepresidenta hubiera estado pendiente de lo que hablaba el señor Rajoy, aunque hubiera cumplido con su cometido.
Lo que quiero decir con esto es que lo mismo da que nuestros políticos debatan o presidan el Congreso, lo mismo nos da que jueguen a Candy Crush o vean pornografía. Nos da absolutamente igual. Y nos importa poco, a mí por lo menos, porque el cargo de vicepresidente del Congreso de los Diputados, el del propio presidente de la Cámara, y el de toda esa recua de haraganes, son parasitarios.
El objeto de su trabajo es simple y llanamente calentar la silla. Aportan lo mismo asistiendo a los plenos que dejando la cámara vacía, me refiero con esto, también, a los diputados que no intervienen en las sesiones más que para ejercer de palmeros de sus líderes, claro que luego saldrá a la palestra quien les defienda, alegando que están trabajando fuera del hemiciclo, preparando propuestas o negociando con miembros de la bancada contraria para que cuando la Ley de turno llegue al teatro, que es el pleno del congreso, ésta se apruebe sin demasiados problemas. Me da exactamente igual.
Lo que a mí me importa es la gente que está en mi misma trinchera jugando con el móvil, esa gente que no tiene callos en las manos ni en los codos. Que sólo los tiene en las rodillas. Porque entre los de mi clase social sí que nos afectamos cuando uno no cumple con su trabajo. Si yo, en mi puesto me pongo a twittear, el resto de mis compañeros tendrán que hacer su trabajo y el mío y, obviamente, me afearan el gesto al cruzarse conmigo. Lo que pasa es que a principios de mes, con la nómina caliente, somos todos muy amigos, hayamos hecho o no nuestro trabajo.
Si esas personas de traje y corbata no prestan atención durante los debates, en los cuales nunca participan, poco me puede afectar en mi vida diaria. Qué sí, que está mal, lo sé, pero yo voy a seguir cobrando lo mismo aunque esa gente no juegue con su tableta. Me va a seguir doliendo la espalda después de cada jornada.