[dropcap]L[/dropcap]as migraciones han estado presentes a lo largo de toda la historia de la humanidad. El hombre del Paleolítico cambiaba de hábitat en función de la climatología y las posibilidades de conseguir el alimento. Durante grandes períodos de la Antigüedad y la Edad Media se alternaron ciclos de ruralización de las sociedades con ciclos de florecimiento de los núcleos urbanos.
Uno de estos últimos procesos que conocemos en nuestra historia reciente se dio en la década de los años sesenta, cuando muchas personas emigraron desde las áreas rurales de la Península –fundamentalmente de Andalucía, Extremadura o las dos Castillas- para asentarse en los núcleos urbanos e industriales más importantes de nuestro país, o en el extranjero. Todo ello conllevó una disminución muy importante del número de habitantes en las áreas rurales.
Además, a partir de los últimos años de la década de los setenta, muchos jóvenes procedentes de los pueblos accedieron a las enseñanzas universitarias y a los sectores de producción urbanos, abandonando el trabajo en la agricultura y ganadería.
Si observamos el panorama actual, en la inmensa mayoría de los pueblos de nuestra provincia –exceptuando los municipios cercanos a la capital salmantina-, podremos darnos cuenta de su panorama desolador: una gran parte de sus habitantes, en la actualidad, corresponde a la población envejecida, mientras que cada vez son menos los jóvenes que deciden quedarse a vivir en esos pueblos.
¿Cuál es el futuro de los pueblos de nuestra región a medio plazo? ¿Quedarán exclusivamente relegados a lugares de vacaciones? El descenso de población en estos pueblos ha provocado que muchos cuenten cada vez con menos servicios: transporte, comunicaciones, asistencia sanitaria,… todo ello provocando a que cada vez sean menos habitables.
La crisis económica que vivimos en la actualidad y que ha afectado en gran medida a los núcleos urbanos -en sectores como el de la construcción, el comercio o la sanidad- no ha favorecido el retorno de muchas personas, especialmente los jóvenes, al entorno rural.
Es posible que las oportunidades en el medio rural no sean las idóneas, o que simplemente la vida en el campo es algo que ya no atrae a los jóvenes: la monotonía, la excesiva tranquilidad, la escasa oferta de ocio, las condiciones duras de trabajo en el campo…etc.
Sin embargo, hay algo que las personas que procedemos de algún pueblo tenemos muy claro, que es toda la riqueza cultural que un pueblo tiene: las tradiciones y fiestas, las relaciones sociales entre los vecinos –que en la actualidad se han perdido por completo en los vecindarios urbanos-, la sensación de libertad y de que el tiempo se detiene y se disfruta más, por no hablar de la riqueza en productos agrícolas y ganaderos. Por eso, por parte de las personas que hemos pertenecido o pertenecen a algún pueblo se deben promover iniciativas para que los pueblos sigan vivos, a la vez que las instituciones deberían fomentar las condiciones necesarias para que los pueblos vuelvan a tener vida. No es y nunca ha sido una tarea sencilla.
Hasta entonces, yo volveré a entonar aquella vieja canción de Los Panchos que decía algo así: “Me voy pa’l pueblo, hoy es mi día, voy a alegrar toda el alma mía”.