[dropcap]E[/dropcap]res fiel?» A esa pregunta, hace sólo unos meses, mi respuesta habría sido inmediata: «Absolutamente: soy fiel. Nunca he engañado a ninguna de mis parejas y, además, valoro la fidelidad por encima de todas las cosas». Sí, creo que más o menos así hubiera respondido. Ahora a ese «¿eres fiel?» contesto de esta manera: «No. No he sido fiel. He sido absolutamente infiel, completamente infiel. Infiel a más no poder… CONMIGO MISMA».
Mi querida ‘fidelidad’, ésa que me llevó a enarbolar una bandera de ‘orgullo’ y ‘excelencia’ y a romper relaciones una tras otra (relaciones, por supuesto, con hombres que califiqué de infieles, incluso de insoportablemente infieles, infieles hasta la naúsea y la aberración), mi querida ‘fidelidad’, digo, era mi mayor fantasía. Empecinada en no mirarme, inquebrantable en mi principio de no volver la vista hacia mí para no verme, recibía uno tras otro los ‘regalos’ de relaciones que no hacían otra cosa que plantarme ante mis excelentes narices mi infidelidad más descarnada. Y, desde luego, cuanto más infiel era conmigo misma, cuanto más me mentía, cuanto más me comportaba como no deseaba, cuanto más daño me hacía… voilà! Más infieles eran ellos, más me ‘herían’, más me engañaban, menos (por supuesto) me respetaban, muchísimo menos ‘me querían’. Exactamente al mismo nivel que me hería, me engañaba, me faltaba al respeto y me despreciaba yo. Ahora puedo decir, con agradecimiento, que fueron precisos espejos de mi kilométrico alejamiento de mí misma.
Pero volvamos a la pregunta. Volvamos a ese «¿eres fiel?» para revisar la respuesta que hubiera dado hace sólo unos meses: «Absolutamente: soy fiel. Nunca he engañado a ninguna de mis parejas y, además, valoro la fidelidad por encima de todas las cosas». Y sí, he de decir que, efectivamente, era fiel. Intensamente, profunda y tenazmente fiel... A UN PROGRAMA. Fiel a lo que hicieron todas y cada una de las mujeres de mi familia. Fiel, estrictamente fiel a un engaño fidelizado en una estirpe de hembras que no fueron ellas generación tras generación hasta los confines de los siglos. Fiel. Muy fiel al dolor repetido, a la insatisfacción multiplicada, asumida, aguantada, apuntalada y perpetuada a fuego, sangre y lágrimas, a veces lloradas y otras muchas no.
Ahora, estoy segura que si cualquiera de mis abuelas, mis bisabuelas, tatarabuelas… pudieran hablarme, mirarme a la cara y tomarse un café conmigo, me dirían exactamente esto: «Celia, sé fiel sólo a ti misma. ¿Sabes por qué? Porque sólo tienes que hacer eso que, además, es lo más divertido. Celia, por favor, haz lo que nosotras no hicimos, ¡hazlo, que puedes!». Y en eso ando. Siéndome fiel y siéndolas fiel y siendo fiel a mi clan, a mi biología y a mi estirpe por primera vez.
Mi estirpe, que clamaba porque alguien, de una puñetera vez, dejara de hacer el tonto tanto tiempo… seguido.