Opinión

El populismo, del que tanto se habla (II)

Juan Domigo Perón.

[dropcap]2.[/dropcap] LOS POPULISMOS EN IBEROAMÉRICA (Vargas, Perón y Chávez)

La pasada semana iniciamos este artículo, con varias entregas, sobre el populismo. Una corriente política que tantas manifestaciones ha tenido, y que hoy se extiende por numerosos países, según comentamos en la primera parte de este trabajo, y como podremos comprobar más ampliamente hoy, con el espacio que dedicamos al tema en las Américas. Más concretamente, se trata del populismo en los países iberoamericanos, que datan de la década de 1930.

En los países iberoamericanos hay muchos planteamientos populistas como solución a los males de la corrupción y la crisis económica. Con un ideal común en el peronismo/kirchnerismo en Argentina, y las políticas desarrolladas por de Hugo Chávez en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador, o Evo Morales en Bolivia. Con una visión que busca sobre todo la liberación ante la injusticia de la vida, en la línea de lo teorizado por Ernesto Laclau (Buenos Aires, 1935), filósofo argentino que vivió la mayor parte de su vida en Inglaterra y que murió, mientras disertaba, en Sevilla el 13 de abril de 2014. Como también el filósofo Ricardo Forster es uno de los intelectuales argentinos más relevantes del kirchnerismo.

Pero la liberación que preconizaba Laclau no es tal, pues como manifiesta Leon Wieseltier, en un brillante ensayo sobre la devoción moderna por la tecnología, irónicamente nunca ha existido un universalismo que no excluya secciones más o menos importantes de la sociedad. Y en ese sentido, Laclau aplaudía la polarización social a favor de los anti-casta, sin entender que ésta destruye los pilares del desarrollo político y económico; al separar de la sociedad piezas que no por casualidad, sino por la propia estructura, son partes vitales de la misma.

A propósito de influencias intelectuales, las ideas de Laclau de acérrima defensa de la liberación de los oprimidos, es un producto arquetípico de la burbuja universitaria, que normalmente se sitúa bastante lejos de las minorías que pretende defender; como se ve en su propio diagnóstico, en ‘Hegemonía y estrategia socialista’ y en ‘La razón populista’. Por lo que cabe considerar que el populismo es síntoma de una previa democracia enferma de corrupción, y de una economía que no brinda igualdad de oportunidades para sus diversos orígenes sociales.

[pull_quote_left]Cabe considerar que el populismo es síntoma de una previa democracia enferma de corrupción, y de una economía que no brinda igualdad de oportunidades para sus diversos orígenes sociales[/pull_quote_left]Aparte de todo lo anterior, en la puritita práctica -que confirma o niega la teoría-, hay que tener en cuenta que en el populismo venezolano, surgen nuevas élites, chavistas, de atacantes a la casta, que sin embargo han acabado, en muchos casos, en traficantes de gasolina con Colombia. En tanto que los señores peronistas de la obra pública argentina tienen cuentas suizas; y los apparatchicks de las empresas estatales brasileñas (y sobre todo de Petrobras) se benefician viviendo a costa del erario: ¿Se diferencian entonces de las viejas élites saprofíticas que de una forma u otra desterraron? No: representan la misma opresión aunque sea con un opresor más demagógico.

Es, otra vez, la vieja historia de ‘El Engranaje’ de Jean Paul Sartre, una obra poco conocida del filósofo francés, en la que se aprecia cómo los revolucionarios que desplazan a gobiernos conservadores autocráticos, acaban cayendo en la corrupción y en la autocracia. Por obra y gracia de un engranaje político y social, que no acierta a facilitar el modo definitivo de erradicar la corrupción y la tiranía por falta de moral, o porque se desiste de ella. De algún modo, el cambio que los populistas proponen acaba siendo lo que decía Lampedusa en ‘Il Gattopardo’: “para que todo siga igual, algo tiene que cambiar”. Y en el caso de Podemos, aunque aún tengan un cierto beneficio de la duda por lo reciente de su aparición, no hay por qué esperar cambios milagrosos.

En Iberoamérica, desde que Alberto Fujimori accedió al poder en el Perú de 1990, se produjo un renovado interés por el tema del populismo, con un gran despliegue de análisis teóricos -algunos ya comentados- sobre la realidad; centrándose la atención en la emergencia de líderes más o menos mesiánicos, que llegaban para arreglarlo todo, prometiendo a la democracia directa, para luego acabar en casi lo mismo de siempre.

Pero al igual que hemos visto antes con el populismo desde un enfoque general, el tema en Iberoamérica no es algo de hoy mismo. Por lo cual resulta indispensable volver la mirada a los populismos históricos, el de Getulio Vargas en Brasil, y el de Juan Domingo Perón en Argentina, a lo largo de los años 40 y 50 del siglo XX. Cuyos gobiernos fueron percibidos como modelos autóctonos, surgidos en momentos en que era imposible seguir con el antiguo orden liberal que oprimía a las masas populares, en condiciones sociales en verdad insoportables.

[pull_quote_left]De algún modo, el cambio que los populistas proponen acaba siendo lo que decía Lampedusa en ‘Il Gattopardo’: “para que todo siga igual, algo tiene que cambiar”. Y en el caso de Podemos, aunque aún tengan un cierto beneficio de la duda por lo reciente de su aparición, no hay por qué esperar cambios milagrosos.[/pull_quote_left]Figuras como las mencionadas, Vargas y Perón, se convirtieron entonces en conductores históricos del nuevo estado de cosas. Basándose el caso de Perón en su gran fortaleza carismática, con un discurso de redención social hasta entonces inédito; exacerbado por su elección de Evita como una nueva Samaritana para los descamisados argentinos. Así las cosas, líder y pueblo pasaron a constituir una unidad aparente, en la que el primero se convirtió en la encarnación incontrovertible del segundo. Y con admiraciones y relaciones exteriores (Hitler y Franco), que no decían mucho de su pretendido izquierdismo, ni de su pedigrí democrático.

Con tales antecedentes, no estaban descaminados los periodistas, analistas y académicos que observaron en Hugo Chávez y su gobierno, similitudes con el de Vargas o con el régimen de Perón: todos ellos fueron militares, de extracción popular, pretendidos portadores de valores eternos, defensores radicales de un nuevo trato para los pobres.

Pero naturalmente, además de esos parecidos, también hubo diferencias notables, porque Getulio Vargas contribuyó decisivamente al Brasil moderno, en tanto que el peronismo fue un desastre económico para Argentina, que en 1945 estaba entre los países más ricos del mundo, y que en 1955 había pasado a figurar entre las naciones más endeudadas y empobrecidas. Porque tras el lenguaje de Perón y de Evita, el fraude a las masas fue total; muestra de la incapacidad del populismo cuyo mensaje resultó letal: ¡Argentinos, podéis vivir mucho mejor, trabajando menos! Y durante un tiempo eso fue verdad, pero luego, fundidas las ingentes reservas internacionales en dólares, acumuladas durante la Segunda Guerra Mundial, llegó el estancamiento y la nueva miseria.

Seguiremos la próxima semana

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