«La luz ha entrado, pero no la vemos. No nos damos cuenta de que el presente es siempre una oportunidad de volver a empezar» (Marianne Williamson)
[dropcap]I[/dropcap]mpecable. Sí, sin medias tintas. Impecable hasta la saciedad, hasta que parezcas romperte en dos y apenas puedas respirar. Impecable con el otro, con quien te acompaña en este viaje, con quien amas. Impecable no en el trato; impecable en el pacto. En ese pacto que una vez, hace mucho, mucho tiempo hiciste: «Nos reencontraremos para ser, el uno con el otro, impecables».
Impecable para no repetir errores. Impecable para cambiar la mirada y saber ir más allá del cuerpo, hacia el ser, ese ser brillante y magnífico que comparte contigo una idéntica condición: estar situado por encima de todo dolor, de todo miedo, de toda inexistente culpa. Impecable en la entrega absoluta, en el dar sin pedir nada a cambio. Impecable para no representar ningún papel más que el esencial, el de quien realmente eres. Impecable para permitir, respetar, acompañar, ofrecer, alegrar. Impecable quiere decir impecable; y no hay un 70% de ‘impecabilidad’. No hay un 80%. Impecable es impecable cada uno de los días. A un absoluto 100 por 100.
Sucede algo curioso. Cuando te arrebata una rémora, cuando regresa algún tipo de comportamiento antiguo (que siempre está relacionado con el miedo, siempre), cuando te abandona lo impecable, un mundo entero se oscurece. Esas luces que alumbraban el camino se apagan y el alma del universo se encoge como la tuya se encoge al ser ambos a imagen y semejanza. El tiempo se vuelve derrota y ansia. Se apodera de ti el temor. Caes en una afilada garra que te traspasa y piensas: «¿Cuánta pena nueva me aguarda?» De un plumazo, se te escapa de entre las manos la magia. Dejaste de ser impecable y sí, abandonaste la magia. El milagro y la magia.
En el amor, querido amigo, sitúate en lo impecable. Renuncia a quien creías que eras, a lo que creías que deseabas. Renuncia a tus sueños de ‘gloria’, a tu absurdo sentimiento de verte ‘especial’ con principios dignos de ser acatados y obedecidos hasta el final. A tu futuro programado en una ruleta de la fortuna particular. En el amor, querido amigo, sitúate en lo impecable y abre las puertas a un mundo para ti desconocido hasta ahora; en ese mundo todo brilla, la luz del sol nunca se pierde, no hay noche, no hay miedo, todo se mece en la paz y la más completa confianza. Es eterno y eternamente abraza.
Cuando vuelvas, como yo vuelvo en ocasiones, al territorio oscuro párate, obsérvate, toma conciencia y sé consciente de los pasos que das. Mira, entonces, hacia lo impecable. Vuelve la vista definitivamente a lo que crees que tanto te cansa y apuesta por eso, únicamente por eso una y otra vez. Comprobarás lo fácil que resulta seguir esta estela de mar, lo conducido que vas en lo impecable. Y lo herido que viajabas en tu supuesto ‘especialismo personal’.
Lo impecable te llena el alma y te conduce hacia el amor y la verdad. Lo otro, querido amigo, sólo te engaña. Desenchufa ese canto de sirena y sintoniza la melodía de las estrellas, que desde siempre te llama.