[dropcap]A[/dropcap] principios de 1970 leí una nota en el diario «ABC», donde se decía que habían encontrado una tortuga gigante fósil en Coca (Segovia).
Por entonces yo solía ir con bastante frecuencia al Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, para empaparme de bibliografía sobre graptolites. ¿Que no sabéis que es eso? Pues son unos…, ¡pero mejor os lo cuento otro día! ¿Os parece?
El caso es que yo estaba allí, cuando entró un joven que me pregunta quién puede informarle sobre tortugas fósiles. ¡A mí! ¡Precisamente a mí, que estaba aquel día allí por pura coincidencia!
¿Estaría predestinado a ello o serían las tortugas del Mioceno las que me buscaban a mí, desde aquel remoto pasado, y no yo a ellas, en el siglo XX? Y siguiendo el hilo del pensamiento, ¿qué pasará en el futuro?
Bien. Pues volviendo a aquel momento, Fernando-Antonino Sanz Velázquez era hijo del alcalde de Coca, Fernando Sanz Pedraja. En la villa estaban interesados en que alguien se ocupase de lo que se había publicado en el «ABC».
¡Digno ejemplo de lo que hay que hacer! Así que varios días después me presenté allí, en compañía de José Nicolau, un amigo gemólogo que no quiso perderse la aventura.
Al llegar a Coca nos cayó un chaparrón que impidió toda observación campestre. El alcalde, compungido, nos invitó a comer y hablamos de un ilustre hijo de Coca, Cándido, Mesonero Mayor de Castilla, que hubiese compartido nuestro yantar de haber estado allí. También nos contó Fernando Sanz que unos pescadores habían localizado más restos fósiles, así que quedamos en volver mejor preparados para intentar rescatar la tortuga periodística de su encierro pétreo en el «Vado de Villeguillo», paraje donde estaba.
Volví poco después, acompañado esta vez por Eduardo Carbajosa. ¿Os suena el nombre? Es el alumno de Químicas, inseparable en mis primeros años paleontológicos, descubridor de hallazgos muy importantes en el Teso de la Flecha, a quien le dediqué una especie nueva, «Podocnemis carbajosai«, que yo mismo desvirtué años después.
El «Vado de Villeguillo» se encuentra a unos 6 km de Coca, aguas abajo del río Eresma. En un escarpe de su orilla derecha se veía el corte de una tortuga gigante, arrancada toda su mitad delantera o trasera por la erosión. ¡Incrustada en caliza! Con las herramientas que llevábamos –leznas y punzones– era imposible hacer nada. El alcalde se ofreció a pagar a unos obreros para que sacasen un gran bloque, pero le convencimos de que era inútil, porque la superficie de la tortuga, por lo que pudimos ver, se encontraba encostrada por carbonatos.
De modo que, no pudiendo hacer nada más, emprendimos la vuelta. Pero antes convine con el alcalde en alquilarle una casita, aledaña a la suya, para pasar allí mis vacaciones veraniegas, aprovechándolas para lo que saliese.
Y así me convertí en vecino y casi hijo adoptivo de Coca, tierra de pinares y de entrañables gentes, castellanos de pura cepa, aparentemente secos, pero generosos hasta el límite. Fueron tres veranos los que pasé allí, estudiando la estratigrafía en aquellos profundos barrancos y sacando a la luz varios grandes fragmentos de tortugas fósiles, que encontraron los amigos de Coca, Fernando Sanz, Felipe Rodríguez Martínez, Antonio Anaya, estudiadas y publicadas en 1971, más una mandíbula de Listriodon juvenil y, para mí lo más satisfactorio, gran parte (56 huesos)del esqueleto de un rinoceronte miocénico, objeto de la tesis de Licenciatura del añorado Miguel Ángel Cuesta, el infatigable paleontólogo que nos dejó tan pronto, para poder ver sus «burros» –como él los llamaba– pastando en las eternas praderas celestiales.
Teníais que haber visto aquellas aventuras. Un día, atravesando el río con un ejemplar enorme (el 351 STUS) sobre unas rústicas angarillas, en una escalera. Siempre ayudado por aquellos entusiastas jóvenes –yo también lo era– de Coca. ¡Qué tardes aquellas, buscando, por toda la provincia de Segovia, pegamento para embadurnar los delicados fósiles que se encontraban diariamente! ¡Caucenses! Ellos me animaban todos los días, me metían prisa para ir a excavar, su recién nacida afición. ¡Y sin ánimo de quedarse con nada! ¡Todo por el honor de ayudar al renombre de su querida Coca!
Después de aquellos tres inolvidables veranos… ¿me olvidé de Coca? ¿Se olvidó Coca de mí? ¡No! ¡Rotundamente, no! Pero eso… lo contaré mañana.
5 comentarios en «Coca»
Jajaja!….Querido Emiliano,
Me ha entrado una ataque de risa nada más empezar a leer tu entrada de hoy…
Jajaja!
O sea que estando en el Museo viene uno y te pregunta que a quién debe acudir para informarse sobre las tortugas…Pues si que tenía buen olfato el amigo, o es que llevabas puesto algún distintivo?
Perdona pero es que no puedo parar de reirme pensando qué pudo ver en tí Fernando-Antonino. Supongo que habreis recordado el encuentro en varias ocasiones,…
Un fuerte abrazo y hasta pronto,
Emilio
¡Si es que hay cosas que hacen pensar si estará uno predestinado a ello! Hoy mismo me ha pasado algo parecido. Santiago Martín ha encontrado un hueso craneal muy extraño, de cocodrilo, y, al final de la mañana, aparece una persona que nos lo ha aclarado, a quien no veíamos hace un montón de años. ¿Casualidad? ¿Destino? ¿Qué?
Un abrazo, quasi-tocayo
Las fechas estan bien? Yo naci en el 78, y recuerdo ir con mi padre a verla en el vado de villeguillo antes de ser extraida y llevada posteriormente a salamanca
Las fechas son correctas. La tortuga del Vado de Villeguillo no merecía la pena sacarla por su encostramiento calcáreo. y allí quedó. Ignoro cómo estará en estos momentos. Entonces se veía sólo su contorno que medía 1,03m.
La que vería siendo niño es la de la Ribera de los Mata, situada en la orilla izquierda, que es la que está en Salamanca. Hablo de ella y de su excavación en mi próxima «ocurrencia», que podrá leer el lunes en este mismo periódico. Le ruego que escriba nuevamente su comentario cuando lo haya leído, con sus recuerdos de aquella tarde y aquella tortuga.
Un abrazo a todos los caucenses