[dropcap]L[/dropcap]os años que había pasado en Coca me habían dejado la insatisfacción de saber que podían encontrarse ejemplares más completos de tortugas gigantes y que se iban a perder al intentar extraerlas, como había ocurrido por toda España a lo largo del siglo XX y parte del XIX. Pero un día…
Era el 4 de diciembre de 1988, domingo, cuando recibí una llamada de Felipe Rodríguez, amigo caucense, descubridor de hallazgos en aquellos felices años 1970-1972. Ahora vivía en Alcalá de Henares. Me dijo que le habían informado sobre un buen ejemplar que había aparecido en su querida villa natal. Yo no sabía nada del asunto.
De modo que esperé acontecimientos. ¿Se acordarían de mí, en Coca? ¡Pues sí! Al día siguiente Juan Francisco Blanco, arqueólogo de la Escuela-Taller de Coca me dio la noticia. A continuación, el mismo día, lo hizo Luciano Municio, Arqueólogo Territorial de la Junta de Castilla y León en Segovia. Habían decidido que fuese mi equipo quien se hiciese cargo de una excavación de urgencia para rescatar aquel ejemplar. La Junta se haría cargo de los gastos ocasionados.
De lo que no hablamos fue sobre la restauración y depósito final de la pieza. Si he de decir la verdad la cuestión me tuvo preocupado aquella noche, pero tomé la decisión de extraerla lo mejor posible sin pensar más en su futuro. ¡Eso era lo importante y no permitir que un ejemplar que podía estar en muy buenas condiciones, las perdiese por ser tratado por manos inexpertas! Y para que eso no ocurriese nadie mejor que mi equipo de la Sala de las Tortugas, con Santiago Martín, Eugenia Mulas, Santi Gil, Elisa Pérez Ramos y Antonio Guillén.
Nos presentamos todos en Coca el 9, muy temprano. Nos acompañó el alumno Julio Ayala. Fuimos recibidos por las autoridades, por Juan Francisco Blanco (su equipo ya nos estaba esperando en el lugar), y por Luciano Municio.
Lo primero que me dijo Luciano fue que, después de alguna discusión, habían decidido en Segovia que el mejor sitio donde luciría la tortuga era en la ya prestigiosa Sala de las Tortugas, que desde mayo de aquel año 88 resplandecía en el Claustro de la Universidad de Salamanca. ¡Habían pensado que sería un orgullo para los segovianos que estuviese allí! ¿Comprendéis ahora por qué estos castellanos siempre me «cayeron» tan bien?
De modo que allá nos fuimos todos. El paraje era la «Ribera de los Mata», en la orilla izquierda del río Eresma, casi enfrente del «Vado de Villeguillo», donde dejé –y allí debe seguir– la tortuga «periodística» que no pude extraer –no merecía la pena– en 1970. Era preciso bajar al fondo del barranco, por un camino de tierra que estaban ampliando las máquinas de la Escuela-Taller de Coca. Y fue precisamente haciendo esto cuando una de ellas rozó a la tortuga, sin que se diesen cuenta de ello. Unas oportunas lluvias limpiaron el talud y se pudo ver entonces al fósil. Lo comunicaron a las autoridades y se siguió el protocolo que hemos explicado. ¡Ojalá que siempre se procediese así!
En esta ocasión la roca no ofrecía grandes dificultades por ser una arenisca arcillosa, algo calcárea. La misma pala mecánica que la descubrió nos trabajó el terreno, aislándola en un bloque, y más de 20 personas se afanaron por dejarla lo más limpia posible.
Los detalles de aquella excavación de urgencia figuran en el pertinente informe para la Junta de Castilla y León y motivaron una película-reportaje, titulada igual que esta «ocurrencia» de hoy.
El arduo trabajo se realizó durante los días 9 y 10 de diciembre. El sábado por la tarde se había corrido la voz por toda la comarca y numerosas personas se presentaron para ver que estábamos haciendo. Recuerdo que una mujer estableció conmigo el siguiente diálogo:
– X.: «¿Pero, es verdad que hay dentro hay una tortuga?» -se refería a la «magdalena» de poliuretano, que aún no habíamos desarraigado.
– E. J.: «Sí. Sí. Si hubiese venido ayer la hubiese visto».
– X.: «Y ¿POR DONDE PUEDE RESPIRAR?»
Esto es sólo una muestra de los infinitos comentarios de tanta gente. Era un día muy frío de invierno, y tuvimos que encender una hoguera para calentarnos mientras esperábamos el remolque que subiese la abrupta pendiente de aquel camino de tierra. Por fin llegó, pero al subir la pesada «magdalena» (unas 3 Tm) las ruedas se deshincharon. El camino se congeló y no pudimos subirla.
De modo que nos fuimos de aquel paraje. Ya era de noche. Pero no sin encomendar a la Guardia Civil que vigilase el tesoro durante el domingo y a la Escuela Taller de Coca su traslado el lunes hasta sus dependencias.
¿Acaba aquí la historia? ¡Pues no! ¡Ni mucho menos! ¡Ahora viene lo mejor! Pero eso lo contaré otro día…