«Recorrerás algunos de ellos felizmente por algún tiempo, antes de que comience la amargura. Mas por otros, las espinas se dejarán sentir de inmediato. La elección no es cuál ha de ser el final, sino cuándo va a llegar. No hay elección posible allí donde el final es indudable. Tal vez prefieras probarlos todos, antes de que te des cuenta de que todos son lo mismo. Los caminos que el mundo ofrece parecen ser muchos, pero llegará un momento en que todo el mundo comenzará a darse cuenta de cuán parecidos son los unos de los otros» (Un Curso de Milagros)
[dropcap]U[/dropcap]na llave pequeña también es capaz de abrir una puerta pesada. El amor es la llave de todas las puertas cerradas. Aprende a utilizarlo hasta que todas las puertas se hayan abierto»
He abierto muchas puertas, supongo que como tú. Las abrí porque buscaba, al igual que lo hacías tú, la felicidad. Imagino que tu idea de felicidad no es la misma que la mía, pero sí el sustrato que la sostiene: la merecemos. Merecemos la felicidad, merecemos nuestro reino, ahí donde poder reinar. Ahí donde descansar, sí: donde felizmente descansar.
He abierto muchas puertas. Y todas se abrieron en función de un plan que, consciente o inconscientemente, tracé. Como creadora que soy (al igual que tú), el plan se ejecutó a la perfección al otro lado de esa puerta. Primero, lo diseñé en mi mente, lo visualicé; como tú haces, yo también lo imaginé. Imaginé la persona que llegaría para aportarme eso que necesitaba para ser feliz. Imaginé las situaciones. Imaginé los logros. Imaginé el futuro. Imaginé el reino y mi reinado. ¿Te suena? Sí: exactamente igual que tú.
He abierto muchas puertas buscando la felicidad y detrás de cada una de ella, detrás de cada uno de mis planes para ser feliz, sólo hallé dolor. Y nunca jamás entendí cómo el mundo y la vida y las personas podían tratarme tan mal con lo bien pensado y bien intencionado, con lo bien que empezó todo… ¿Cómo es posible que también por esa puerta todo fuera tan amargo, tan espinoso, tan duro, tan hiriente? ¿Cómo es posible que el amor, la pareja, el prestigio, el dinero, el reconocimiento, la seguridad… me volvieran la cara otra vez de un portazo (que, por cierto, en la mayoría de los casos daba yo)?
He abierto muchas puertas después de abrir muchas puertas. He vuelto una y mil veces al ‘hall’ de mi vida y he elegido otra. El cartel que, en letras luminosas, figuraba sobre ella encajaba perfectamente con mi plan del momento. Y lo seguí. Al regresar al ‘hall’ de nuevo, volví siempre sintiéndome un poco más derrotada, más sola y más cerca de la muerte.
Sin ya más oportunidades, sin ya más donde buscar, vi que sólo quedaba una puerta. La última, la más pequeña, la menos brillante. Era una puerta sin más. Ni un cartel, ni un rótulo, ni una incitación, ni un objeto del deseo: sobre ella nada. Un puerta nada más. No me atrevía a abrirla porque era distinta al resto: todo lo conocido tenía un funcionamiento similar; me trajo mucho dolor, pero sabía lo que era, aprendí de sobra cómo maniobrar. Esta última puerta me resultaba sospechosa y desconocida; sí, me daba miedo… Pero fue entonces cuando una voz empezó a brotar desde dentro. Era un impulso pertinaz, como un río manando cada vez con mayor caudal. El río que crecía en mi interior estaba rompiendo compuertas, me estaba inundando por momentos frente a la puerta y ya, completamente encharcada, la abrí.
Al hacerlo, al abrirla, no sabía ni quien era, ni por qué hacía lo que hacía, ni que significado tenía el mundo, ni qué querían decir las relaciones, ni cómo eran realmente las personas que conocía o había conocido, ni qué pasaría el día de mañana. Todo concepto sobre mí se había ahogado en esa manar. Abrí la puerta diciendo «ayúdame: nada sé ya. Dejo de dirigir, dejo de maquinar, dejo de pensar, dejo de programar: hazlo Tú por mí».
Y ahora estoy en el otro lado de la puerta. Y puedo contaros que el río va camino de convertirse en mar. Es esa sensación que tienes en momentos puntuales tras las otras puertas, esos momentos inspirados, de ‘conexión’ que duran tan poco y que con tanta facilidad se van, dejando paso otra vez al dolor en cualquiera de sus formas; aquí, tras esta puerta (donde sí, te espero), esa sensación se extiende en un tiempo ilimitado y ‘amenaza’ con no abandonarme más. Y sí: se va pareciendo todo a un reino donde poder reinar. Ser feliz y reinar.
Yo me rendí al abrir la última puerta. Estoy empezando a comprobar que nunca jamás en todas las miles de vidas imaginé que una ‘derrota’ pudiera otorgarme una victoria igual.