Conocí un curandero mexicano, Carlos Said, que antes de sanar a sus pacientes con ritos, fumigaciones y hierbas, le ponía en el cuello una gruesa cuerda con nudo corredizo diciéndole: “Este lazo te indica que esta enfermedad es tuya y no mía. No soy yo el que la va a curar, te pertenece. ¿Comprendes? Estás enfermo porque no has sabido cuidar lo tuyo”. La enfermedad es la búsqueda desesperada por tener un territorio personal. Lo primero que tienes que hacer para dar algo a los otros es ser capaz de dártelo a ti mism@ (Alejandro Jodorowsky)
Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, lo he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaquado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque «la aman»; yo creo que es al revés. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto (Julio Cortázar)
[dropcap]J[/dropcap]odorowsky y Cortázar dicen lo mismo, aunque no lo parezca: ¿quieres ser feliz o tener razón? Cualquiera de las dos opciones de vida será válida porque es tuya; eso sí, te conducirá por caminos diferentes.
Querer tener razón implica que tienes que defender tu razón frente al resto del mundo, algo que está muy bien porque te pasarás los días hablando y argumentando y conseguirás mucha agilidad mental, mucha habilidad verbal, muchas tácticas, numerosas técnicas y, si tienes suerte y eres buen@, un amplio número de seguidores. Primero diseñarás el argumentario en tu cabeza y después, lo pondrás en práctica ante los demás según una estrategia más o menos diseñada. Tus razones de «querer tener razón» serán las razones heredadas, las de tu familia, o las asumidas y diagnosticadas por ti en función de tu percepción de las cosas. Son tus razones, no las del resto, por lo tanto entrarás inevitablemente en confrontación. El curandero de Jodorowsky te haría notar el nudo que llevas al cuello y Cortázar, en caso de que quisieras escucharle, te hablaría sobre la lluvia inesperada y la elección de una mujer (o un hombre) para querer tener razón también en ese terrero. Después, ambos añadirían que es tu decisión y que es perfectamente válida.
Querer ser feliz comienza por no querer tener razón, y esto implica que te has dado cuenta que no das ni una y que llevas toda una vida sin dar ni una. Que nada te ha salido bien, que no has sabido ver las cosas, que no tienes ni idea de qué va la vaina, que tus planes han fracasado y (sobre todo) que nadie te ha hecho nada a ti sino que todo ha sido fruto de tu decisión: la de querer tener razón siempre y en todo momento. Entonces sueltas las riendas, abandonas el timón, dejas de hacer planes, no argumentas, no decides, no cuestionas, no juzgas (esto es lo más difícil, porque supone la base más básica del querer tener razón) y te lanzas a un territorio desconocido en el que te curas tú sin curanderos, en el que (de pronto) aparece un inexplorado mundo personal inmenso, todo comienza a ser fácil y, fascinad@, contemplas cómo la lluvia inesperada te cala hasta los huesos sin analizar por qué llueve ahora y de este modo, y en este momento. Ya no te defiendes contra lo indefendible. Ya no te defiendes de ser feliz. Ya no quieres que el mundo entero te aplauda y te dé la razón. Ya no te defiendes del amor. Jodorowsky y Cortázar sonríen, pero, igualmente, dicen: «es tu decisión».
Todo es A y B. Y la vida supone una continua elección entre fabricar o crear. De estas dos caras nacen dos mundos.
Sea cual sea el tuyo, avanza por él. Ni Dios mismo cambiará tu decisión. El timón virará cuando lo decidas tú y solo tú, exactamente en ese preciso momento.
Mi respeto caminará siempre contigo, pues.