[dropcap type=»1″]E[/dropcap]l convento de San Francisco el Grande fue uno de los más importantes de Salamanca. Los franciscanos se establecieron en Salamanca siendo obispo de la diócesis don Martín, a principios de 1231, a los pocos años de la fundación de la orden. Llegaron a la ciudad del Tormes de la mano de Bernardo de Quintabal, discípulo y compañero de San Francisco. Venían atraídos por la Universidad, que había iniciado su andadura años antes, en 1218.
[pull_quote_left]Los miembros de la orden seráfica atendían a los nobles en el lecho de muerte y celebraban funerales en su iglesia, arrogándose una función que correspondía al párroco donde residía el fallecido. Esta atención a los moribundos reportaba a la comunidad franciscana grandes beneficios[/pull_quote_left]El primer asentamiento de la orden mendicante en Salamanca fue en la desaparecida ermita de San Hilario, junto a la puerta “Falsa” de la muralla, desaparecida al construirse en su solar parte del Colegio Mayor del Arzobispo Fonseca. Después pasaron a un lugar próximo. De su iglesia y claustro se han conservado unas ruinas que se encuentran detrás de la capilla de la Tercera Orden de San Francisco y en el patio del antiguo hospital de la Santísima Trinidad. Para construir el convento e iglesia de la seráfica orden, los franciscanos contaron con donaciones de don Fadrique, hijo de Fernando III el Santo. El traslado a la nueva ubicación se realizó diez años después de la llegada, en 1241, cuando el Infante había cumplido ya los veinte años. Para construir el convento y el templo, los franciscanos ocuparon las iglesias de San Simón y San Judas, las dos románicas del siglo XII.
Los franciscanos recibieron muchas donaciones de la nobleza castellana y leonesa. Los condes de Benavente dotaron una capilla lateral, en el altar mayor de la iglesia, dedicada a Santa Catalina, virgen y mártir. Esta familia, perteneciente a la Grandeza de España, sufragaba también el capítulo provincial de la orden que se celebraba en Benavente cada tres años.
La iglesia poseía gran número de enterramientos de otras tantas familias nobles salmantinas. Por este motivo, durante siglos, mantuvieron grande litigios con el clero secular. Los párrocos se quejaban a las autoridades religiosas de la actitud de los franciscanos. Los miembros de la orden seráfica atendían a los nobles en el lecho de muerte y celebraban funerales en su iglesia, arrogándose una función que correspondía al párroco donde residía el fallecido. Esta atención a los moribundos reportaba a la comunidad franciscana grandes beneficios, estipendios que no recibía el clero de la ciudad.
La comunidad de San Francisco el Grande era muy numerosa, superando la mayor parte de las veces el centenar de frailes. Tenían mucha influencia en la Universidad, donde ostentaban, especialmente, las cátedras de cánones.
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