El cantante salmantino tiene ‘cerillas’ en la garganta y le apasiona el contacto directo con el público.
Compone y versiona. ¿Qué se aprende cantando canciones escritas por otros?
Sí. Para mí, hacer una versión no es coger e imitar el tono, es darle tu propia interpretación. Cuando elijo una canción, me llego a obsesionar, la escuchó muchísimo hasta que me aporta algo diferente a lo que creo que el artista originalmente quería expresar con ella. Además, comienza a formar parte de la banda sonora de mi vida, por lo que la asocio a ciertos recuerdos o historias que estoy viviendo en ese momento. Y a la hora de cantarla, me acuerdo de esos instantes por lo que siempre dejas algo en el escenario que es sólo tuyo.
Internet está siendo nefasto para la industria musical. ¿Qué tal está siendo para los músicos?
En mi caso, todas las canciones que tengo están disponibles para descarga gratuita o pagar por ellas. Cuando comencé, quise hacer una estrategia de marketing y comunicación en las redes sociales, como las que veía de mis bandas favoritas, que era bestial. Esperas que la repercusión que vas a tener con tus canciones será similar, pero no, por lo que tienes que poner los pies en el suelo y buscar otras formas de darte a conocer.
¿Qué le ha enseñado a usted la industria?
El primer disco lo saqué en 2008, hice 500 copias y en casa tengo 200.
Era acústico y más difícil de escuchar…
Sí, pero hay que tener en cuenta que si tengo 200 copias en casa es porque no lo compraron, incluso le bajé el precio a 2€, y pensé que había que hacer algo diferente. Llegué a la conclusión de que tenía que apostar por todas las plataformas que hay. Subo la música y lo que hago es establecerlas como lanzadera, en el sentido de que pones a disposición de todo el mundo tu música. También aposté por mis redes sociales, a mis contactos les decía que se las podían descargar gratis.
¿Qué beneficios ha obtenido?
Nunca más de cinco euros al año por un disco de los que he subido. Las plataformas se llevan una cifra escandalosa.
Entonces… ¿Cómo se gana dinero con la música?
Con el directo. El público escucha tu música, no hay trampa ni cartón, lo que escuchas es lo que hay.
¿Cómo se está dando a conocer?
A través de mis cuentas en Instagram y en Twitter. Hago una cover y subo unos segundos de la canción a Instagram o Twitter. La respuesta suele ser inmediata. Luego suelo colgarla en Youtube.
La red es universal. ¿Lo han llamado del otro lado del charco?
Contactó conmigo un productor de Estados Unidos porque le gusta mi voz rasgada y estamos trabajando en esto. Se te abren puertas de mil cosas y creo que eso es lo bueno, porque está siendo muy poco a poco.
Internet es inmediato, pero necesitas estar todos los días…
Y estudiar las franjas horarias en las que debes subir las canciones. En mi caso, tengo distinto horario para colgar las canciones en España, Europa o América.
Lleva siete años cantando en solitario, pero anteriormente estuvo con bandas. ¿Es tan solitaria la carretera como decía Miguel Ríos?
Mucho, pero me gusta mucho el rollo solitario de ‘yo me lo guisó, yo me lo como’. Me voy solo a los conciertos… Me gusta mucho tocar en Madrid, por lo que cojo mi guitarra, me la cuelgo, compro mi billete de tren, voy leyendo un libro, me hago mis historias. Llego donde tenga que dormir,… ¡Estoy tan bien! No tengo prisas por nada, no tengo que darle cuentas a nadie,… Pero, también tienes momentos en los que acabas el concierto y no puedes compartirlo con nadie.
¿Es cierto que el escenario les da tanta adrenalina que es difícil sosegarse?
Sí, por supuesto. Me sigo poniendo nervioso como el primer día, que fue en una función del colegio con 7 años. Son nervios de respeto por las personas que te vienen a ver. Es una sensación muy bonita. Después, cuando te bajas tienes un ‘subidón’ como de una hora. Te están hablando y aparentemente estás calmado, pero es como si tuvieras una hormigonera en el estómago. Estás muy arriba en ese momento.
¿Ha comprobado si adelgaza en los conciertos?
(Risas) No, no lo he hecho nunca.
Pues hágalo, seguro que al menos adelgaza un kilo…
Sí, por curiosidad lo haré. (Risas)
Continúa quejándose en su interior o ya está de vuelta…
Mi primer disco se llamaba ‘Quejas de Interior’ porque me fijaba mucho en Kike González, que me encanta como escribe, y quería hacer letras muy grandilocuentes y el título salió porque sonaba muy bien. Luego me di cuenta, pero dos años después de sacar el disco, de lo que significaban esas canciones.
¿Qué descubrió?
Están escritas desde la más absoluta hipocresía, porque estaban escritas para sonar bien, para quedar bien y a los dos años lo escuchas y dices: ¡Qué pedante! (Risas) Era el primer disco en solitario, en acústica,… ¿Pues qué haces? Equivocarte. Es lo que tienes que hacer… Pero, sigo quejándome en mi interior. Tengo un mundo oscuro y quejumbroso y todas mis letras hablan de esto, pero de una forma más sincera. Hay cosas de las que aún no puedo hablar porque me da mucha vergüenza.
¿Canta en inglés porque es más fácil hacerlo que en español?
Empecé cantando en español, porque me gustaban artistas de aquí. El segundo fue en inglés porque es un idioma que comencé a hablar desde los seis años, así que lo tengo muy interiorizado, y me veo mucho más ducho en inglés que en castellano. Además, el espectro objetivo de público es más amplio si cantas en inglés y por otra parte, la vocalización es mucho más bonito en inglés.
¿Es imprescindible vivir la realidad para ser artista?
Sí, nadie está en un pedestal, aunque se suba a un escenario. Cada vez que doy un concierto siempre digo lo mismo: ‘Sois el mejor público que he tenido en mi vida’. Puede parecer pedante, pero durante la hora y media que dura el concierto me debo y me doy a ese público. Espero que no me pase nunca que me crea por encima de los demás por el hecho de tocar música. Es algo aberrante.
¿Algún o alguna seguidar@ se lo ha creído que es el mejor público que ha tenido en su vida y…?
(Risas)No me ha pasado nunca. Además, soy un poco tonto. No me doy cuenta si alguien me tira los tejos.