[dropcap]I[/dropcap]gual que las bicicletas, las verbenas son para el verano. Y menos mal.
No me gustan, no las soporto. Huyo de ellas. De hecho, nunca me veréis voluntariamente en una. Este rechazo viene producido por el hecho de que me recuerdan la cutrez en su estado más primario.
Me parece cutre la imitación, que no versionado, de canciones generalmente pasadas de moda. Igual que me parece cutre tanto el montar cuatro focos de colores y una máquina de humo como el desplegar un tráiler para cantar canciones de El Barrio.
Pero también hay tristeza. No me gustan los circos porque sus protagonistas son personajes tristes aunque intenten animar y alegrar al público. Como esos grupos u orquestas formadas por un señor mayor con un piano eléctrico tocando El baile del Gorila de Melody o en el mejor de los casos dos o tres señores con menos Flow que Iniesta anunciando helados.
De todas formas también tengo que decir que cada uno tenemos nuestro pasado oscuro y reconozco que hace tiempo yo era de los que se la pasaba dando saltos hasta el final cuando tocaban alguna de Mägo de oz, Extremoduro o Europe. Por eso simplemente rechazo las verbenas y opto por no ir más que lo imprescindible. De hecho, en cuanto a oferta de ocio en las fiestas patronales se refiere, es una de las cosas que defiendo.
Prefiero que músicos que no tocan su propia música, ya sea por falta de talento o de oportunidades, amenicen las noches veraniegas antes que esa costumbre bárbara que tenemos en este país de torturar animales por diversión. Me apetece más escuchar pasodobles hasta las dos de la madrugada que ver como lanzan una cabra desde un campanario. Prefiero una vedette con una boa de plumas que ha visto pasar ya todos sus días de gloria, ejerciendo de cierre de fiestas antes que ver a una recua de asesinos a caballo lanceando a un toro hasta la muerte por ser tradición.
Y es que las tradiciones son muy confusas. Se su pone que algo se convierte en tradición cuando a lo largo de los siglos se ha ido transmitiendo a modo de costumbre de padres a hijos. O sea que si decidiese yo dar un tortazo a uno de esos garrulos de las lanzas cada 20 de Agosto, al cabo de unos años nadie debería criticarme, o al menos podría escudarme de las criticas detrás de que es tradición y por tanto, inviolable.
Otra cosa es el endeudamiento que sufren algunos pueblos por llevar en su cartel de festejos a un cantante o grupo con cierto renombre y celebrar un encierro en vez de presentar una oferta cultural digna o quedarse simplemente con lo gastronómico y lo deportivo.
La España de la pandereta y el botijo. Verbenas o Toros y a veces, las dos cosas.