[dropcap]H[/dropcap]ay dolores que duelen despacio, casi de forma austera, sin que si quiera llegues a comprender su existencia. Hay dolores que ni el prozac, ni el paracetamol ni la lluvia saben curar lo suficiente como para que no los sientas. Hay olores, caricias, besos suaves. Hay gestos, hay motivos, hay intenciones. Hay razones que ni siquiera la razón entiende, y es el corazón el que actúa de esclavo. Hay palabras y momentos. Instantes en los que la felicidad son tu mejor compañera, o que por el contrario, la tristeza hace que tu lágrima sea fácil y que se convierta en un lago en medio de un desierto cubierto de llamas.
Nacemos programados en medio de una existencia, sin saber de dónde venimos ni hacia dónde vamos cuando nos dormimos para siempre. En medio de la nada, vacíos, caminamos hacia un no existir o hacia un nuevo comienzo adquiriendo recuerdos, lecturas, momentos de paz y de crispación, subidas y caídas; la torpeza, que nos hace caer en el mejor de los momentos y que nos recuerda que, al menos, aún creemos seguir vivos. Creamos literatura, música, pintura, arquitectura, escultura, momentos, recuerdos, un sin vivir de emociones creyendo en una reminiscencia futuro, en que los que vengan después tendrán nuestra loa presente y que por ello nunca se olvidarán de lo que un día fuimos. Presumidos, ególatras, hemos caminado durante años hacia el futuro de lo más mortal de nosotros, olvidando que tan solo una cosa hace que estemos vivos mucho después de haber dejado a un lado el cuerpo que, según Platón, tan solo es la jaula de nuestra alma desbocada.
El amor, aquella tela que borda la imaginación según Voltaire, nos hace libres. El amor como meta en la vida, como forma de hacer el bien y de ayudar a quien te rodea y a quien está al otro lado del mundo; el amor que nos guía, que nos muestra el afecto, que nos hace ser libres aunque no lo creamos y que, como dijo Machado, ‘Solo por el amor viviremos’.
Y por eso hay dolores que no duelen y que son los analgésicos incapaces de calmar. Porque no llegamos a entender hasta dónde somos capaces de llegar si dedicamos nuestras fuerzas a trabajar por hacer que la gente deje de sufrir el dolor que no duele. Porque cuando nos vayamos, será el amor que hemos entregado lo que queda y toda la gente que te recuerde te hará seguir tan vivo como el primer día.