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El hornazo

[dropcap type=»1″]L[/dropcap]legar a Salamanca la tarde de un Lunes de Aguas es encontrarse con una ciudad abandonada, vacía, solitaria. Sus habitantes han salido a los campos por los caminos más insólitos a comer el hornazo. Todos los salmantinos conocen su origen, incluso en los años ochenta, con los primeros ayuntamientos democráticos, se llegó a escenificar el paso del río por las rameras y el Padre Putas. De la fiesta de antaño ha quedado el hornazo, comida sólida donde las haya, una masa de pan con huevos duros, chorizo, lomo y jamón, que es uno de los manjares más apreciado por estas tierras altas salmantinas.

Después de un siglo de prestar servicio, la mancebía se incendió o la incendiaron. Su clausura definitiva tiene fecha, el 4 de febrero de 1618. Más tarde, en abril de 1648, Gabriel Dávila y su esposa Felisa Solís, fundaron en la Ronda de Sancti Spíritus, cerca del desaparecido Hospital de San Sebastián, la Casa de la Aprobación de Nuestro Señor Jesucristo de las Recogidas o de las Arrepentidas de la Encarnación donde se acogían las mujeres que abandonaban el oficio más viejo del mundo.

A pesar de esa corriente moralizante que invadió España, y especialmente a la clerical Salamanca, la fiesta del Lunes de Aguas y la merienda del hornazo no se la pierde nadie en esta ciudad, y por simpatía en su provincia.

 

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