[dropcap]E[/dropcap]l otro día leí una frase en Instagram de esas que parecen sentenciar la verdad absoluta. Decía así: “Las personas no cambian, lo que cambia son los ojos con los que la miras”.
[dropcap]E[/dropcap]l otro día leí una frase en Instagram de esas que parecen sentenciar la verdad absoluta. Decía así: “Las personas no cambian, lo que cambia son los ojos con los que la miras”.
[dropcap]C[/dropcap]uando en Wuhan estaban bajo confinamiento estricto, desde el otro lado del mundo leíamos —sin prestar demasiada atención—, noticias sobre las secuelas psicológicas de permanecer encerrados o el índice exacerbado de divorcios que iba a tener lugar.
[dropcap]D[/dropcap]ías llenos de incertidumbre mezclada con una cotidianidad que nos recuerda que nuestra vida continua.
[dropcap]M[/dropcap]e gusta pensar que cuando reflexiono sobre algún tema más de índole existencial, miles o millones de personas antes que yo ya han deliberado sobre ello. Hombres y mujeres de otras épocas que, aún con circunstancias y vivencias totalmente diferentes a las mías, ya llegaron a las mismas —o posiblemente mucho más elaboradas—conclusiones. Le saca a una de su egocentrismo ipso facto. Qué alivio.
[dropcap]Ú[/dropcap]ltimamente no dejo de pensar en las consecuencias de nuestros actos a nivel medioambiental. Como para no reflexionar sobre ello si uno sigue mínimamente la actualidad.
[dropcap]L[/dropcap]lega un momento en la vida en que, casi sin darnos cuenta, las personas que habían sido nuestros referentes cuando éramos pequeños dejan de estar con nosotros.
[dropcap]L[/dropcap]os espacios públicos en los que se cruzan miles de personas a diario me parecen lugares fascinantes: aeropuertos, estaciones de tren, metro y autobús, cruces emblemáticos o calles especialmente transitadas. En todos ellos podemos observar gente que viene y va, cada uno con su respectiva historia particular y su mochila llena de ilusiones y algunos sueños rotos.