[dropcap]R[/dropcap]esulta arriesgado escribir sobre algunas cuestiones en determinados momentos. Posiblemente este no sea el mejor para escribir sobre izquierda, laicidad y multiculturalismo, pero hacerlo precisamente ahora es una obligación moral e intelectual.
Es consustancial a la izquierda defender la laicidad, es decir la separación entre la sociedad civil y religiosa y, de forma más concreta aún, entre religión y estado. Durante muchos años la izquierda ha defendido la separación de ambas en todos los órdenes de la vida y, en muchas ocasiones, con serios enfrentamientos con la Iglesia Católica al tratar de limitar imposiciones sociales y privilegios que ha ostentado y aún ostenta.
No están aun lejanos los tiempos en los que las mujeres para entrar en una iglesia no podían ir en pantalón, debían llevar un velo sobre la cabeza y vestir por debajo de la rodilla, aspectos afortunadamente superados. Tampoco los tiempos en los que era obligatorio estudiar en las escuelas la asignatura de Religión, e incluso el catecismo. Los profesores de Religión nunca han tenido que superar las pruebas que se exigen a los profesores de cualquier otra materia escolar. Retirar de las aulas los signos religiosos como los crucifijos, tampoco ha sido fácil y aún no se ha conseguido del todo. Sustituir la asignatura de Religión por otra de educación cívica (se llame Educación para la Ciudadanía o como se quiera llamar) tampoco. Para conseguir esos avances ha sido precisa una confrontación ideológica y cultural que, en general, ha sido abanderada por la izquierda.
[pull_quote_left]Tratar de imponer la religión o las ideas religiosas propias a otros y utilizar espacios y recursos colectivos para conseguirlo, conduce, inevitablemente a la confrontación[/pull_quote_left]Por eso, resulta difícilmente comprensible la “tolerancia” que la izquierda ha desarrollado respecto de otras religiones que no son la Católica. En nombre del pluralismo y la multiculturalidad se ha permitido, e incluso defendido, el derecho de fieles de otras religiones a lucir en espacios públicos, incluidas las escuelas, signos externos de la religión que profesan, sea esta la que sea. En las escuelas, en vez de suprimir todas las clases de religión, se propone incorporar profesores y contenidos de otras religiones.
La religión forma parte de la vida personal. Ser religioso, o no serlo, seguidor de una u otra religión, o de ninguna, es una opción personal e íntima que todos debemos respetar. Tratar de imponer la religión o las ideas religiosas propias a otros y utilizar espacios y recursos colectivos para conseguirlo, conduce, inevitablemente a la confrontación, y los enfrentamientos basados en principios religiosos son irracionales: se sabe como comienzan, pero nunca como terminan. La historia ha demostrado en el pasado y en la actualidad que terminan en forma de guerra. Incluso la religión es utilizada para justificar guerras y encubrir otros intereses ocultos y mucho más prosaicos.
La sociedad civil debe regirse por normas compartidas e iguales para todos, y la religión no iguala sino que diferencia. Hacerlo en nombre de la multiculturalidad y desde la izquierda, es un abandono (uno más) de los principios que le son consustanciales. Justificarlo además, en nombre de la multiculturalidad, es una estupidez. La multiculturalidad es otra cosa.
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