Opinión

Mercados de Abastos

Maqueta del Mercado Central de Abastos, de Salamanca.

 

[dropcap]H[/dropcap]ay expresiones de las que es difícil saber su origen. Siempre piensas que es el que te dijeron hace mucho tiempo y resulta que un día te enteras de que es mucho más antiguo.

 

Así ocurre, por ejemplo, con aquello de «ir hasta el quinto pino«. Muchos suponen en Salamanca que era un topónimo local, pero la verdad es que se popularizó mucho antes en Madrid, en el Paseo de Recoletos, donde había esos árboles y los novios de finales del siglo XIX sólo podían pasear sin su carabina, pero siempre vigilados por ella, hasta el último de los pinos, el quinto.

Ignoro donde se inició aquello de «hablar u obrar como una verdulera», que se aplica a las personas descaradas u ordinarias, groseras y mal habladas. Su superlativo era decir «como una rabanera«. Hoy se podrían incluir como tales a muchos personajillos de los que salen en televisión o levantan la voz en política, insultando de mala manera a todo bicho viviente que no piensa como ellos.

Sinónimo de esto es aquello de «hablar como un camionero«, pero está en desuso ante la avalancha de mal gusto que impera en las calles. Hoy el lenguaje del honrado gremio de los camioneros, heredero de los arrieros, es de angelitos al lado de lo que estamos oyendo continuamente.

No sé si en todas las ciudades de España donde se construyó un edificio como Mercado de Abastos o Municipal se implantaron las mismas costumbres. Es de suponer que en cada sitio tendría las suyas propias y que habrán ido cambiando con el tiempo.

Antiguo Mercado de San Antón, en Madrid, cuando estaba entre las calles de Augusto Figueroa y Pelayo.

Yo nací en Madrid. Y en mi calle, la de Augusto Figueroa, estaba el Mercado de San Antón. Hoy continúa allí, pero, igual que ha acontecido con otros edificios similares, se ha transformado en lugar de «chateo».

Pero sigamos. Había en aquellos mercados de entonces un griterío tremendo. Los vendedores chillaban a pleno pulmón sus artículos, en dura competencia con sus colegas. En todos había puestos fuera, en la calle, donde, por lo general, se ofrecían productos hortícolas.

En el mercado de San Ildefonso, el más antiguo de la Villa y Corte, que está pegado a la iglesia de este nombre, y en las calles aledañas, había numerosos puestos de venta libre, donde destacaban por su lenguaje duro y agresivo las verduleras. Llegaban estos puestos hasta la plaza donde estaba el cine «Dos de Mayo», el popular «Palacio de las Pipas», llamado así por la enorme consumición que se hacía allí de este producto, que vendían donde podían las entrañables «piperas».

No sé si en otros mercados madrileños, San Miguel, La Cebada, Antón Martín y los demás, llegaba a haber tanto ruido ensordecedor, pero en el de San Ildefonso era infernal. Dicen que cuando las discusiones entre las verduleras se encrespaban, ni los municipales podían poner paz. ¡Mi madre me tenía prohibido acercarme allí! Pero -por supuesto- alguna vez fui con mis amiguitos. Desde luego, era algo diferente, agitadísimo, de locura, fascinante… El ambiente ultracastizo en su máxima expresión… Nada tiene de particular que haya sido tema e inspiración de obras de ambiente popular, como ocurre en la gran zarzuela «Gigantes y Cabezudos«, en la que se reproducen sabrosas escenas con los gritos de las vendedoras del mercado de Zaragoza. No se puede dejar de mencionar el ambiente del mercado de San Miguel reflejado por Benito Pérez Galdós en «Fortunata y Jacinta«.

Pero la recreación de este maremágnum de voces, olores y alimentos de todo tipo en mercados no es exclusiva de nuestra «piel de toro». Me vienen a la memoria muchas escenas de películas y novelas desarrolladas en los barrios bajos de París. Como para muestra basta un botón mencionaré «Fanny«, protagonizada por Leslie Caron, la genial intérprete de «Lili«.

Es una pena que Pili padezca el Mal de Alzhéimer. Si no, os hubiese añadido más de una anécdota del mercado de Antón Martín, aledaño a la madrileña iglesia de San Nicolás y al cine Doré, el más antiguo de España. Allí iban ella y su madre a «hacer la compra». Yo sí recuerdo que me decía que era «más tranquilito».

Y para remate voy a relatar algo que ocurría todos los años en el Mercado de San Antón el 28 de diciembre. Ese día las compradoras tenían que andar con cuidado, porque al menor descuido las colocaban un muñeco de papel prendido en la espalda. Si no se daban cuenta el pitorreo de los vendedores era gigantesco, todos gritando «inocente, inocente» al toque de cencerros. Pero nunca llegaba la sangre al río…

¡Qué tiempos! ¿Mejores o peores? Se fueron para no volver…

2 comentarios en «Mercados de Abastos»

  1. Emiliano, lo mío no son los comentarios en línea. Dos veces he iniciado comentarios en relación con el mercado y las dos se ha perdido.
    Espero que alguno reaparezca.
    Marcelino

    Responder

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