Opinión

Otro maltrato en Salamanca

centro del cancer
Centro de Investigación del Cáncer de Salamanca. (Archivo)

[dropcap]E[/dropcap]l Centro de Investigación del Cáncer conmemora sus 15 años de recorrido. Un providencialista –de los que tanto abundan en Salamanca–, reaccionaría con un “bendito sea Dios”, pero cualquier persona racional y debidamente informada tendrá que echar pestes sobre el maltrato que desde los estratos institucionales y políticos se ha otorgado a los capacitados y esforzados científicos que trabajan en el edificio enladrillado vecino de la que antaño fue la Cueva de la Múcheres: aquella brujería recreada, aquel pobretón aquelarre salmantino de pacotilla, reemplazados por un centro de investigación de vanguardia y con innovadora gestión que figuró entre los hitos más destacados del siglo XX en Salamanca.

Hace 15 años algunos fuimos tan ingenuos de creernos la palabrería de los políticos locales, regionales y nacionales. Nos creíamos que, ciertamente, aquella gente con mando en las instituciones habían entendido lo que representaba el Centro del Cáncer, con su innovador planteamiento en todos los ámbitos en relación con la habitual rutina que funcionaba –y aún funciona, que se dice bien– en relación con “eso” tan nada previsto como es la investigación. Yo, al menos, pensé que aquella gente “lo había entendido”, que se había comprendido en qué residía la singularidad de un centro pionero en España, asentado en la atrasada Salamanca. Quizá queríamos entender que aquel contraste avanzado iba a suponer un impulso decisivo en la configuración de la Salamanca siempre conservadora. Pero, ni mucho menos, aquella palabrería fue simplemente palabrería, no se habían enterado de nada. Y si se enteraron, procuraron “hacerse el tonto”.

Procuraron “hacerse el tonto” porque en relación con el Centro de Investigación del Cáncer se ha mantenido la palabrería oficial, pero no se ha establecido el compromiso que requería la proyección de una labor científica como la que se desarrolla en ese ámbito del Campus Unamuno. Nunca ha faltado la palabrería, pero parece como si, una vez construído el edificio, ya se considerara que todo se hallaba resuelto. Y eso a pesar de que, verdaderamente, esos científicos han profundizado y peleado lo indecible para conseguir –con su sistema de gestión tan diferente a lo habitual en este país—recursos y medios con los que desarrollar sus investigaciones punteras. Investigaciones que cada dos por tres nos señalan logros que representan avances científicos en su terreno. En fin, no es Centro que se encaje en el elitismo fatuo, sino que su elitismo –y eso es esencial– en el campo científico es bien real con sus pesquisas y sus hallazgos. Pero frente a ese esfuerzo investigador, la respuesta oficial ha sido palabrería. Palabras, muchas; euros, cortos. Los euros se suelen desviar hacia tantas majaderías que a veces nos hieren tales destinos.

[pull_quote_left]Hace 15 años algunos fuimos tan ingenuos de creernos la palabrería de los políticos locales, regionales y nacionales. Nos creíamos que, ciertamente, aquella gente con mando en las instituciones habían entendido lo que representaba el Centro del Cáncer[/pull_quote_left]Renuncio a revolver la nutrida carpeta de documentación que almaceno en torno al Centro de Investigación del Cáncer, porque viví –¿para qué negar el entusiasmo?– desde su arranque el sueño (primero, sueño) cuajado en realidad (aunque con tanta brega y tanto razonamientos) de ese salmantino singular que es Eugenio Santos, un caballero esforzado desde su capacidad científica y gestora que a muchos nos da por pensar que no es propia de la ciudad en la que nació, siempre tan superficial. Y no quiero recrearme en esos papeles porque lo que ahora importa, ciertamente con preocupación, es el panorama que ha planteado ese hombre bregador y sereno, que se ha rodeado de un equipo de destacados científicos que realizan y coordinan tareas que permiten entender por qué la ciencia merece la financiación que este país niega desde unas instituciones que se rebozan en la ignorancia de entender cuáles son los caminos que precisa recorrer este país, esta región, esta ciudad.

No quiero recrearme en papeles de antaño porque lo que reclama el momento, 15 años después, es señalar cómo no se ampara el que quizá fuera el paso más importante de avance, de racionalidad, que se dio en Salamanca en el siglo XX: el Centro de Investigación del Cáncer.

Cierro. Pero si la concesión del Premio Nobel se otorgara (Eugenio Santos, al lado de Barbacid, no anduvo lejos del alcanzar sus ribetes con “sus” oncogenes en aquellos años de juventud) en función de la importancia de los hallazgos científicos, sino que se computaran los esfuerzos de un día y otro, sin desaliento, con madurez y con sentido, con el aval del trabajo riguroso, estoy seguro de que Eugenio Santos y su equipo –los que permanecen y los que pasaron– tendrían sobrados motivos para recibir ese galardón a su tarea en este secarral en tanto aspectos que es Salamanca, donde se desprecia, se olvida o se masacra todo aquello que sobresale con mirada abierta y rigor.

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