[dropcap]Q[/dropcap]uerido amigo Antonio. ¡Qué digo amigo, hermano! Porque siempre fuiste algo así como mi hermano mayor, a quien quiero y sigo respetando.
Me trajiste a Salamanca como tu Profesor Adjunto. El 13 de octubre hará 50 años. Habías sido mi profesor y guía y confiaste en mí para la difícil labor docente. ¿Te acuerdas de aquel rincón que nos dejaron, en el Palacio de Anaya, hace medio siglo, antigua vivienda del bedel, antes ocupadas por Julio Rodríguez Martínez, luego inefable Ministro de Educación, causante del efímero «calendario juliano»?
Llegué a Salamanca como un pajarillo caído del nido y tuve el valor, que recomiendo a todos los jóvenes enamorados –pero de verdad–, de casarme con la que desde entonces ha compartido mi vida. Y lo hice con el escasísimo sueldo de entonces, que tú te encargaste de mejorar. Sí, porque en aquel momento un Profesor Adjunto era el comodín del Catedrático, el que daba las Prácticas y resolvía el problema de su ausencia. Y fuiste tú, Antonio, el que hizo que se desdoblase la Geología para que yo me ocupase de impartirla a la mitad de los alumnos, lo que fue inmediatamente copiado por los demás Catedráticos. Aprendí de ti como había que tratarlos sin que faltasen al respeto. Fuiste tú el que rompió la costumbre de que los alumnos se pusiesen de pie hasta que el profesor les diese permiso para sentarse, en aquel Aula Magna, tan enorme e imponente, donde mucha gente se colaba en invierno y asistía a las clases por estar en un sitio más caliente. Recuerdo un día en que expulsé a un extraño que estaba leyendo el periódico en la última fila, ocultándose detrás de él. O aquel otro, en 1966, en que había avisado que iba a hablar sobre los últimos descubrimientos de Australopitecos y me encontré el aula rebosante de sacerdotes. ¡No me atreví y di mi clase normal! O aquel en que después de hablar de la agitación tectónica en el Caribe, me vino a decir un cubano que tuviese mucho cuidado con lo que decía sobre su amada isla. ¡Son tantas y tantas vivencias, tantas «batallitas del abuelo», que viví con ilusión inolvidable!
Llegó tu jubilación oficial, septiembre del 88. Y dejaste a todos boquiabiertos (a mí no, que ya sabía cómo eres) con tu clase final ante tantos amigos que vinieron de toda España y de fuera. A ti no te lo dijeron, pero a mí sí: «¿Cómo es posible que a un hombre así, con esas facultades, le dejen marchar? ¡Eso es un despilfarro!» Hablaste, lo recuerdo bien, de las minas de oro de todo el mundo, y diste los datos numéricos ¡¡sin necesidad de papeles ni diapositivas!! ¡A pelo!
Era evidente que tu poderosa mente no podía desaprovecharse y la Universidad de Salamanca, siempre tan generosa, la regaló a la Escuela de Ingenieros de Minas de Madrid, donde ejerciste tu inigualable docencia emérita durante muchos años.
¡Son tantas cosas las que hay que admirar en ti, Antonio! ¿Sabes cuándo te vi más grande? Cuando con 89 años, después de tu terrible accidente que te dejó inválido y dabas los primeros pasos, me dijiste que esperabas que en 5 años volverías a andar como antes.
¿Que también tienes tus defectos? ¿Y quién no los tiene?
¡Antonio! Hace 50 años vinimos juntos a Salamanca; yo, de tu mano. Si creías que nadie iba a recordarlo, ya ves que no es así. Y no somos solamente Andrés y yo, que compartimos contigo este Aniversario, quienes lo hacemos. Los que contigo trabajaron y la legión de alumnos que tú enseñaste no te pueden olvidar.
Y te digo, querido Antonio, que tú con tus años y yo con los míos, todavía podemos dar ejemplo a estos jóvenes inexpertos de hoy. Y por eso la próxima vez que te vea te diré: ¡»HOLA CHAVAL»!
8 comentarios en «¡Hola, chaval!»
Querido Emiliano,
Te deseo un feliz aniversario y para don Antonio Arribas mi enhorabuena. Ya sabes que auí en el IRNASA también se os recuerda.
Un abrazo,
Emilio
Muchas gracias, Emilio. ¡Es una pena que él no nos cuente tantas cosas de su vida! ¡Tanto de la Universidad y del IOATO como de sus muchísimas correrías por todo el mundo! ¡El sí que se merece un gran homenaje!
Un abrazo
Hola Emiliano,
Mis sinceras felicitaciones por un día tan especial. El paso del tiempo no arruga la inteligencia y la generosidad de los buenos.
Un fuerte abrazo con mi afecto y respeto.
David
Muchas gracias, David. Tienes toda la razón. Puede que se haya pasado una página, pero queda aún mucho libro. ¡Espero!
Un abrazo.
¡Enhorabuena, amigo por esos cincuenta años de sabiduría compartida y transmitida con entrega y pasión! ¡Un fuerte abrazo!
Muchas gracias, Armando. ¡Es curioso que de esos 50 años recuerde todos los buenos momentos, que son muchos, y, sin embargo, se me han borrado los malos. ¡Es como si estos no hubiesen existido! Y digo más, si tuviese que volver a vivir esos 50 años, no cambiaría en ellos absolutamente nada.
Un abrazo
¡Enhorabuena, con un fuerte abrazo…!
Muchas gracias, queridos amigos. He de decir muy alto que sin vosotros la Sala de las Tortugas no sería lo que es hoy. Habéis sido unos grandisimos colaboradores y yo os estoy profundamente agradecido. ¡Que no decaigamos en nuestro empeño, es lo que deseo!
Un abrazo muy fuerte