[dropcap]E[/dropcap]n un momento en el que resaltan tantas situaciones trascendentes, cuando tanto se encuentra en juego en torno al creciente sufrimiento y a la desnutrición física y moral de nuestra sociedad, cuando desde Bruselas nos quieren sacudir otros dos años de látigo mientras el Gobierno canta su aleluya tronado, cuando incluso nos envuelve una campaña electoral en la que se vocea, en general, sobre lo que no debería ser motivo mitinero, precisamente en ese momento me da por reducirme a la pequeñez de la leña.
Con tanta trascendencia en danza –que, por otra parte, ya comentan o recrean gran número de glosadores–, nadie se fija en la leña. La humilde leña. La leña que cae en la pobre vertiente del “tema local” sin mayor relevancia. Incluso, por lo que parece, la leña no merece ni una línea por parte de nadie. Pero la leña –ocurrencias que tiene uno– se me antoja que traslada una escena de lo que es la escenificación general en Salamanca: la proclividad a “la grandeur”, al tiempo que se destrozan signos de esa misma grandeza parida por el engreimiento tontorrón. Ocurre con demasiada frecuencia.
[pull_quote_left]Allí se encuentra la leña amontonada a la vera misma del puente romano, sospecho que para ofrecer un nuevo motivo de atractivo turístico a los visitantes que ya son numerosos en ese territorio del Lazarillo y su amo.[/pull_quote_left]Y es lo que creo que sucede con la leña, la humilde leña, que se amontona en el entorno del puente romano. Leña que, desde hace meses, se halla apilada a la orilla del Tormes, donde ya no se encuentra toda la que hubo en su día, porque la corriente se ha llevado ramas (que no me digan que no, porque yo lo he visto), y donde ya también se ha encendido alguna hoguera (que no me digan que no, porque allí está la ceniza), e incluso lo raro es que las piras ardientes no hayan sido más, mayores y más peligrosas cuando tanto pirado anda suelto por ahí.
Digo que allí se encuentra la leña amontonada a la vera misma del puente romano, sospecho que para ofrecer un nuevo motivo de atractivo turístico a los visitantes que ya son numerosos en ese territorio del Lazarillo y su amo. Lucen que da gusto los montones de leña. Se advierte que la limpieza realizada –reclamada durante años y años, y aún con mucho territorio pendiente por desbrozar– tuvo la clara misión de aportar ese reclamo tan llamativo para los turistas: es una aportación nueva que destaca el enorme valor monumental del puente y del propio río, ese monumento magnífico, y tan maltratado, en el que apenas se fija alguien.
Así pues, creo que hay que felicitar al concejal del ramo –y al alcalde que lo colocó– por lo bien dispuestas que durante meses han asentado esas montoneras de leña, la humilde leña que tanto deslumbra y que está apareciendo como la gran estrella de la nueva temporada turística. Desde luego, el lugar es estratégico para tal exhibición. Me extraña que alguien pueda competir con nosotros en tanto tirón, es decir: tanta desidia, tanto borrón, tanto maltrato a los monumentos más antiguos de la ciudad, el río y el puente romano.
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