[dropcap]E[/dropcap]l espéculo buscó y buscó en vano. No encontró nada.
Aquello era, de nuevo, una gestación de aire, un embarazo de viento, un intento inflado de ocultar la acostumbrada esterilidad. Un auténtico y prescindible parto de los montes, donde el ratón tras asomar el hocico y guiñar un ojo para sacudirse la legaña, se volvió a su oscura y confortable cueva, junto a su botín, fruto de minuciosos y sistemáticos saqueos. Los últimos, con sede diplomática en la India.
Escucho a nuestro inefable y enigmático presidente de gobierno (un enigma que no alberga misterios sino que aborta ratones de los que mangan) decir que “un debate a dos es más debate”. Que es como decir que el PPSOE es más partido. ¡No, señor árbitro! ¡No hay partido! ¡Hay cotarro!
Tras hacer novillos, como un párvulo zascandil temeroso de las orejas de burro, y huir como alma en pena de un debate que amenazaba examen de reválida, ráfagas de preguntas, e intercambio de ideas (por presencia, aunque mínima, de lo nuevo), acude ahora gozoso y lleno de confianza (es un decir) a otro, dicen que debate, donde él, enfrentado a su mismo yo, o Sánchez conversando con viceversa, su heterónimo de Galicia, pueden recordarnos a Maricarmen y sus muñecos, donde el papel de la ventrílocua lo juega el ibex 35, el auténtico oráculo en el vientre del sistema, la última y primera palabra de este monólogo oficial en forma de pedo.
¡Y hasta parecerá que es de verdad!
Ni siquiera el asomarse a un espejo y reconocerse, puede en este caso, al contrario de lo que sucede con algunos primates superiores, considerarse un signo de inteligencia. Antes al contrario, debe considerarse como síntoma de la vanidad más vacía de conceptos, de la publicidad más pobre de recursos, de la madrastra más huera de blancanieves, de la antítesis absoluta del diálogo socrático.
Cuando el diálogo en Occidente se convierte en monólogo, cuando la ideología única juega al escondite con su propia sombra y su fiel guardaespaldas, y se enseñorea de la sociedad abierta solo a los militantes con carnet, es que Occidente, como ante un espejo, se enfrenta al abismo de su propia madriguera, donde el tufo es ya irrespirable.
Y esa idea única de la unanimidad unánime, de la ventriloquia teledirigida y ensimismada, del vientre repleto de meteorismos y flatulencias, libre de asperezas, contrincantes, y debatientes, bien lubricada, nos la endosarán, con todo el aparato ceremonial posible de las grandes ocasiones revenidas, como un supositorio de vaselina para niños preguntones.
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