[dropcap]L[/dropcap]a semana pasada ya hicimos algunas referencias a la Conferencia del Clima de París, y más concretamente nos ocupamos de la cabalística meta de los 2ºC. Y hoy volvemos a esa megaconferencia, para ocuparnos de otro tema igualmente crucial.
Voy a referirme en este artículo a lo que en la citada Cumbre del Clima de París se llama diferenciación. Según la cual, los países más desarrollados deben asumir la mayor parte de las obligaciones financieras en la lucha contra el cambio climático; siguiéndose así, ad pedem literae, lo planteado en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático de 1992. Conforme a la cual, China e India no estarían entre los Estados que vienen obligados a asumir mayores esfuerzos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Por la sencilla razón de que en la lista de 1992 –que todavía rige oficialmente—, ambos países no figuraban; al considerarse que todavía contaminaban relativamente poco.
En cambio, ahora, esas dos inmensas naciones asiáticas, se sitúan entre los cuatro países más contaminantes del mundo y tienen muchas de las características propias de grandes potencias, entre ellas la de disponer del arma nuclear. Se podría decir que un país que se preocupa de estar en el Club Atómico, debería tener dinero disponible para mejorar un poco la condición de sus ciudadanos, en materia de calidad del aire. Pero el cinismo reina hoy planetariamente.
[pull_quote_left]La futura aplicación del Acuerdo de París sobre el Clima, van a ser complicados[/pull_quote_left]Así las cosas, en la polémica que ya se ha suscitado, la postura de EE.UU. y la Unión Europea se sitúa en la idea de que la diferenciación vaya diluyéndose en un plazo de cinco a diez años. Con el argumento de que “para frenar el cambio climático no cabe que luchen solos los países desarrollados, que ahora ya representan únicamente el 35 por 100 de las emisiones totales de GEI”. Pero China e India, mantienen su postura a toda costa.
Un antecedente importante para la diatriba en marcha, es la de la Conferencia de Copenhague de 2009, en la que los países desarrollados admitieron estar dispuestos a facilitar 100.000 millones de dólares al año, para paliar los ingentes esfuerzos a desplegar por parte de los en vías de desarrollo.
Aunque nadie dijo cómo se reuniría esa cantidad, ni con qué base de cálculo, ni con qué mecanismos de captación y distribución. Fue una especie de promesa ‘ad calendas graecas’, cuyo cumplimiento se exige ahora en voz muy alta desde el Sur. En ese sentido, desde el menor desarrollo, recuerdo que teniendo en cuenta los más o menos 40 billones de dólares de PIB anual de los países más ricos (2014), la cifra de 100.000 millones sería un mero 0,20 por 100 del producto mundial de cada año.
Pero los tiempos van cambiando, y a partir de 2009, los más desarrollados, percatados de lo difícil que era reunir la cifra indicada, sostienen la propuesta de que ha de ampliarse la base de países donantes, para que también aporten lo suyo los Estados que están “en condiciones de hacerlo”. Una clara insinuación a los BRICS, ante la cual, la ministra sudafricana de Medio Ambiente, Edna Mowo Bolema, dijo en París: “la diferenciación debe continuar tanto en financiación como en transferencia de tecnología”. Y lo hizo hablando en nombre del G-77 más China, que agrupa a alrededor de 130 naciones de renta per cápita todavía baja.
[pull_quote_left]La aplicación de los compromisos adquiridos por los países miembros de la Convención Marco del Cambio Climático en la COP-21 requeriría una inversión global de 13,5 billones de dólares en los próximos 15 años, a razón de una media de 840.000 millones de dólares al año[/pull_quote_left]Por lo demás, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) –de los países más desarrollados de la OCDE—, ha estimado que la plena aplicación de los compromisos adquiridos por los países miembros de la Convención Marco del Cambio Climático en la COP-21 (170 países que cubren el 95 por 100 del total de las emisiones de gases de efecto invernadero), requeriría una inversión global de 13,5 billones de dólares en los próximos 15 años, a razón de una media de 840.000 millones de dólares al año. Cifra, esta última, que sería algo más del 1 por 100 del PIB global: un guarismo que hoy por hoy es imposible saber cómo podrá formarse, por mucho que incluya partidas muy diversas en muy diferentes ramas de la actividad política de todos los países.
En cualquier caso, para todo hay optimistas. Y desde ese enfoque, la AIE prevé que tales inversiones, si efectivamente se confirman, tendrían un impacto muy positivo en el sector energético, aunque no serían suficientes para evitar el alza de temperatura media de la Tierra por encima de los 2ºC . En ese sentido, en el mismo informe de la AIE, se proponen cinco medidas para una mayor reducción de emisiones: aumentar la eficiencia energética en la industria, la edificación y el transporte; eliminar gradualmente las centrales de carbón más contaminantes; ampliar las inversiones en las renovables; acabar con los subsidios a las energías fósiles; y reducir las emisiones de metano en la producción de petróleo y gas.
Como se puede apreciar, pues, los temas de la futura aplicación del Acuerdo de París sobre el Clima, van a ser complicados, y tiempo habrá de ocuparse de algunos de ellos, pues nos vamos a jugar “el todo por el todo”, en las próximas décadas. Se acabaron los tiempos de “la ciudad tranquila y confiada”: sobre ella se ciernen los peores nubarrones.
Y aunque sea con una terminación aparentemente dramática, no quiero dejar de desear a todos los lectores de lacronicadesalamanca.com mis mejores deseos para 2016. Como dicen los chinos, que tengan Vds. un año complicado, pero interesante y fructífero.
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