[dropcap]N[/dropcap]adie lo ha dicho, porque nadie lo sabe, pero en realidad todo esto es un experimento. Sí, somos conejillos de indias en un ensayo clínico a triple ciego, tan ciego que ni siquiera Dios está al tanto, solo el príncipe de las tinieblas, o como mucho el club Bilderberg y sus consejeros delegados.
El experimento consiste en medir nuestro grado creciente de parálisis ante un estímulo doloroso in crescendo, para demostrar una tesis tan antigua como cierta que reza: «cuanto peor mejor», prima hermana de aquella otra que dice: “quien da primero da dos veces”.
[pull_quote_left]Ha sido de gran importancia un largo proceso de desensibilización, un proceso homeopático a base de dormidera[/pull_quote_left]En realidad la clave del éxito del experimento está en su oportunidad y en escoger el momento preciso para que esa dinámica de directa proporcionalidad entre el incremento del dolor y el incremento de la parálisis -que es lo que se pretende incorporar como reflejo condicionado al conejillo ciudadano- no se vea interrumpida por una reacción imprevista e incontrolable, tal que la aceleración cardiaca que el dolor y el pánico de suyo produce, se traduzca en acción muscular de confrontación o huida, o en relámpago de pensamiento lúcido y consciente.
Por todo ello, ha sido de gran importancia un largo proceso de desensibilización, un proceso homeopático a base de dormidera, incluso de sugestión subliminal vía ondas de telebasura y telediarios, para que el conejillo se encuentre en medio del dolor, el pánico, y el asco, como en su propia casa.
¿Cuánta corrupción, cuánta insensatez, cuanta pérdida, cuánta desesperanza, cuánta lógica sin reglas, cuánta dosis de mentira oficial contraria a lo que el más tonto percibe, puede soportar el ciudadano conejillo sentado en el sofá de su casa, es lo que se pretende averiguar?
Se especula que no tiene límites, y que esto es lo que significaba aquello tan poco temido y meditado del «fin de la historia».
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