¡Silencio, se rueda! Y, acto seguido, te imaginas a una bella mujer delante de una cámara o a un hombre/actor de esos que quitan el hipo. Ahora, por Salamanca, no estamos precisamente acostumbrados a que divos y divas y de la gran pantalla se dejen caer por estas calles, pero hubo un tiempo en que sí, en que algún mito clásico de los grandes se coló de rondón y, aunque apenas se supiese entonces de su presencia, ese eco aún suena en escenarios ya desaparecidos o casi olvidados. Vamos a pasearnos juntos por la dolce vita del cine… en versión charra.
Año 1964. En Salamanca pasaban cosas como que moría un obispo (Barbado Viejo) y era ordenado otro (Mauro Rubio, ordenación el 15 de agosto de 1964 en la Catedral), o que el ministro de Educación Nacional de aquel entonces, de nombre Manuel Lora Tamayo, presidía en el Paraninfo de la Universidad el pistoletazo de salida de los actos en homenaje a Miguel de Unamuno por el centenario de su nacimiento.
Lo que está menos documentado (aunque también) es que a primeros de junio una de las habitaciones del ya desaparecido Gran Hotel estuvo ocupada por Audrey Hepburn en labores de esposa acompañante de Mel Ferrer, el clerical protagonista de El señor de Lasalle, película que hizo uso de la Catedral, el Patio Chico o la Plaza de San Benito para algunas de sus tomas.
Dicen que la bella Audrey apenas salió de su suite; cuando lo hizo, seguramente se camufló tras sus impresionantes gafas de pasta y su pañuelo a la cabeza, marcando (como siempre lo hizo) una corriente de moda. ¿Quién la vio y quién no? Eso forma parte de la leyenda. Lo que sí es cierto es que el matrimonio Ferrer/Hepburn acabó cuatro años después de ese 1964 tras más de una década de unión en la que ambos apenas se separaban, coincidiendo en rodajes o, como en el caso de Salamanca, simplemente acompañándose. Dicen que Mel tenía celos del éxito creciente de Audrey… pero ése es otro cantar.
En fin, que una diva vino en 1964… y otra un año después. En 1965. Fue entonces cuando el equipo de una de las películas top de aquella época, Doctor Zhivago, desembarcaba en Salamanca para rodar la presa del embalse de Adeadávila. El periodista Ignacio Francia cuenta una anécdota digna de referirse aquí, en estas ‘Historias de aluCINE’, anécdota sobre la rubia Julie Christie, Lara en el largometraje. Dice así Francia:
«Cuando se rodó la película algunos fuimos testigos de cómo la actriz Julie Christie (a pesar de no intervenir en las escenas rodadas en el embalse del Duero) viajó a Ciudad Rodrigo, donde parece que no se enteraron de esa presencia. La protagonista en el papel de Lara cruzó por Lumbrales a primera hora de la tarde y se metió por una carretera tercermundista en dirección a Miróbriga en un lujoso descapotable rojo conducido por un acompañante no identificado, y a algunos chavales lumbralenses de entonces que fuimos testigos, no se nos ha olvidado aún el recuerdo de la cabellera rubia mecida por el viento» (página 111, Salamanca de Cine)
Un descapotable rojo conducido por una rubia en aquella Salamanca, en aquella provincia salmantina… en fin. Imagínense.
A Nacho Francia no se le olvida. Como al personal del ya extinto Hotel Monterrey, que justo acaba de abrir sus puertas, no se le olvidaría cómo se alojó en una de sus habitaciones Olivia de Havilland (sí, la de «Lo que el viento se llevó») a mediados de junio de 1954 junto al equipo de rodaje de La princesa de Éboli.
El cine en color llegaba a la capital charra por la que ya circulaban las primeras ‘Vespino’. Olivia -que interpretaba a la misma princesa de Éboli, eternamente reconocida por su parche- dejó a muchos con la boca abierta y hasta concedió una entrevista a los periódicos locales. Después se fue para no volver más.
Y así acaba esta película.