[dropcap]Q[/dropcap]uienes todavía necesitamos seguir recurriendo a los libros para poder continuar viviendo, solemos contar con una serie de ellos a los que echar mano de vez en cuando, por placer o para documentarnos…, o las dos cosas conjuntamente. En mi caso, uno de esos libros es uno pequeño, menudo de estatura, como su autor, pero hondo al tiempo que sencillo de contenido, también como su autor. Para conocer qué ha sido y qué es Salamanca resulta indispensable acudir periódicamente a “Remotas y recientes huellas humanas en el solar salmantino”, de Ángel Cabo Alonso, aquel madrileño que se salmantinizó mientras su sentido geográfico privilegiado –lo denominaron padre de la Geografía española– era totalmente universal.
A sus 93 años, la muerte nos ha llevado por delante a Ángel Cabo. Los amigos nos peleamos internamente por establecer qué nos duele más: perder al científico con reconocimiento sin fisuras en su ámbito profesional, o habernos quedado sin aquella persona aún más reconocida por su bondad, por su condición de hombre de bien. Sin embargo, desde esa bonhomía nunca encontré a Ángel Cabo carente de sentido crítico, no lo advertí sin las precisiones adecuadas de sus conocimientos privilegiados, nunca recuerdo a Ángel Cabo sin su armadura ideológica fundamentada en un sentido social, en el compromiso y en la fuerza de quien aportaba documentación y reflexión. Y eso que lo conocí y lo cultivé en tiempos enormemente complicados, los del último franquismo y el periodo de la transición política.
Al catedrático de Geografía lo conocí en el otoño de 1968, con motivo de la primera noticia que se ofreció sobre las galerías subterráneas de agua que recorrían diferentes zonas de la ciudad, lo que trasladé en un reportaje que publiqué en El Adelanto y que nos llevó a meternos bajo la Universidad Pontificia en paralelo a la calle de la Compañía. El profesor había comenzado el estudio meses atrás a partir de un comentario que le hizo un albañil y lo puso en la pista de esos “viajes de agua”, estudio que luego presentó en el Congreso Internacional de Geografía en Nueva Delhi. No mucho después, leí un análisis soberbio sobre la geografía de La Armuña, donde Cabo diseccionaba esa tierra en sus diferentes estratos…, y me dio por considerarlo armuñés. Es sabido que también fue él quien mejor analizó el fenómeno de la concentración parcelaria, que tuvo su primera expresión dentro del país en el término de Cantalapiedra. Lo podemos considerar pionero en torno al estudio del mundo secular de dehesa –sin olvidar ni mucho menos la enorme aportación del profesor José Manuel Gómez Gutiérrez–, y así Ricardo Robledo ha recordado ahora cuando, con motivo del 8º Congreso de Historia Agraria, en el ámbito de la finca Castro Enríquez, dejó boquiabiertos a los congresistas con sus explicaciones sobre el terreno. La geografía agraria, sus entresijos, fue un asunto fundamental de estudio científico por parte del profesor Cabo Alonso.
De la sabiduría de Ángel Cabo en su especialidad dan cuenta sus numerosas y variadas publicaciones, que no es ocasión de sacar a relucir en esta rememoración. Pero quizá sí procede aludir a uno de sus textos más accesibles para el ciudadano normal, el capítulo que firmó en el Tomo V de la Historia de Salamanca, “Tiempos de escasez: economía y población en la posguerra”, donde nos dejó un texto cargado de conocimiento, de documentación, de riqueza sobre economía y geografía humana en un tiempo de tanta miseria, y no sólo económica.
El catedrático dedicó también amplias parcelas de su trabajo en torno a Castilla y León, sobre actividad agraria, sobre el medio rural en general, su situación y evolución, los diferentes sistemas de funcionamiento y sus derivas, al igual que ocurrió con sus tareas científicas en torno al conjunto del territorio peninsular. Los portugueses reconocieron esa dedicación con el doctorado honoris causa por la Universidad de Coimbra.
Ese compromiso con Castilla y León le llevó a participar activamente en el grupo promotor de Ámbito, aquella singular experiencia cultural y política de los tiempos preautonómicos, que sembró de libros y actividades las conciencias de la región. Igualmente le involucró en el lanzamiento y desarrollo del Instituto Regional Castellano-Leonés que encabezó el recordado medievalista José-Luis Martín.
Eran tiempos, además, en los que la Universidad ardía en un largo recorrido de conflictos que, evidentemente, no se redujeron sólo a los alumnos, sino que repercutieron en los profesores que no quisieron meter la cabeza debajo del ala. Ángel Cabo figuró entre el grupo de profesores progresistas que lucharon por la marcha hacia la democracia y no se echaron atrás ni en las aulas, ni en las asambleas, ni en los despachos ni en la firma de manifiestos, cuando “aquello” no era ningún divertimento sino un compromiso con riesgo.
Además de sus aportaciones científicas, Cabo ocupó una serie de cargos académicos y de ámbito social –peleó mucho por mantener a flote, como presidente, el Centro de Estudios Salmantinos–, pero cuando se mentaba todo eso, él siempre salía al socaire de su sonrisa irónica: “bueno, bueno, bueno…, ya estamos”. Fue un gran profesor, un reconocido científico, y lo recordaremos como un hombre cabal. Pienso que lo último que permitiría Ángel es que cualquiera de sus amigos nos disolvamos en cantos a su persona y obra. Era así, y ahora mismo, desde donde ande, ya me estará señalando: “Bueno, Nacho, ya está bien, no te vayas por los cerros de tu Abadengo, que son chicos”. El geógrafo sabio, el hombre escueto.
— En el momento de cerrar este texto, me llega la noticia de otra muerte: el cineasta Eduardo Ducay, 89 años. Quizá a la mayoría no les diga nada su nombre, pero mucha de la historia del cine español de los años 50, 60 y 70 del pasado siglo pasó por su inteligencia y su capacidad organizativa. Mantuvo amplia relación con Salamanca en los años 50 y pesó mucho en la puesta en marcha de las Conversaciones Cinematográficas del 55…, aunque, tras firmar el manifiesto, no asistió…, para que sí pudiera hacerlo e intervenir R. Muñoz Suay. Películas como “Tristana”, de L. Buñuel, o “El Bosque animado”, de JL Cuerda pasaron por su factoría de productor.
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