Jesús Málaga – Ignacio Francia
Con diferencia de unos días, el territorio de la docencia y la investigación de la Geografía ha perdido a dos miembros de prestigio contrastado: al del maestro Ángel Cabo ha sucedido ahora el fallecimiento de uno de sus discípulos destacados, Enrique Clemente Cubillas (Bilbao, 1942), que en la noche del pasado martes no superó las secuelas de una operación de corazón. En ambos casos, a la competencia profesional se suma la reconocida condición de “buenas personas”. Enrique Clemente fue, sin embargo, más “hombre de acción” que su maestro.
Enrique Clemente centró su dedicación como investigador y profesor en el ámbito de la Geografía Humana, donde dejó aportaciones que traslada la recopilación de sus trabajos. Pero para no ser prolijos, esos trabajos los reflejamos simbólicamente en dos que atienden a su tierra de adopción, Salamanca, y al territorio de nacimiento, con dos de esos estudios: “La recuperación ambiental del centro histórico de Salamanca” y “Los estudios de Geografía Urbana sobre Euskal Herría”. El medio ambiente, el suelo, la ordenación del territorio, la geografía urbana fueron, entre otros, asuntos presentes en su tarea profesional.
Pero desde que llegó a Salamanca en 1963 –“el mismo día en que mataron a Kennedy”, ha recordado él mismo– para estudiar en la entonces facultad de Filosofía y Letras, Enrique Clemente comenzó a destacar por su conciencia política frente a la dictadura. Ya durante ese curso se integró en el entorno del grupo estudiantil Juventud de Estudiantes Católicos (JEC), de la que era consiliario el sacerdote y profesor de ambas Universidades Enrique Freijo. Al tiempo que éste iba a tener una influencia decisiva en la orientación ideológica de un amplio número de estudiantes, la JEC en seguida se situó como el principal grupo que se enfrentó al régimen en las dos Universidades (también, con un grupo de alumnos de bachillerato). Y Enrique Clemente se situó a finales de 1963 al frente del movimiento en Salamanca, aunque no tardó en alcanzar la dirección de zona (distritos de Salamanca, Valladolid, Santiago y Oviedo). Movimiento amparado sin disimulo por el obispo de Salamanca Mauro Rubió Repullés, como lo recogió en sus memorias.
En aquel momento, el foco fundamental de actuación se centraba en horadar al SEU (Sindicato Español Universitario), de obligatoria afiliación. El movimiento de orientación católica se organizó en una constante presencia de protesta a través de continuas acciones en las clases, en las asambleas de facultad, en manifestaciones callejeras, en lanzamiento de panfletos, en posiciones en actividades culturales, en la orientación de esas mismas actividades, en la infiltración de miembros en las propias organizaciones del sindicato oficial… Al aumentar la influencia, como ha recordado E. Clemente, “ya nos entendíamos directamente con los profesores” para organizar actividades, en lugar de a través del SEU. La plaza de Anaya se convirtió en un polvorín de constantes e inesperadas situaciones conflictivas dispuestas por la agrupación, lo que también dio origen a frecuentes detenciones de dirigentes, y lógicamente de Enrique Clemente.
[pull_quote_left]El compromiso político de Enrique Clemente lo mantuvo siempre activo frente al franquismo ya en su tiempo como profesor durante el último periodo del régimen y con la llegada de la democracia.[/pull_quote_left]Algunas de esas acciones durante ese periodo ya convulso de mediados los años 60 han quedado como actuaciones antológicas de eficacia frente al régimen dictatorial, al que sorprendían por su frescura e incluso ingenio. Fue el caso, por ejemplo, de la denominada “huelga de los cines” en marzo de 1965 o el bloqueo del IX Certamen Nacional de Teatro, que tuvo que suspenderse en presencia de las autoridades nacionales, también en marzo de 1965. Era la época en la que la JEC –con el apoyo en ocasiones de otros grupos, entre ellos un emergente PCE– se las arreglaba para instrumentalizar al sindicato oficial –metido en una serie de reformas que eran rechazadas sin contemplaciones– como vía para organizar actividades culturales o de otro tipo. Fue el momento en el que algunos estudiantes dejaron los colegios mayores o las pensiones para comenzar a ocupar pisos alquilados, con lo que supuso como nuevo sistema de vida, y entre los avanzados figuró en el paseo de Canalejas el de “los vascos”: Enrique Clemente, Iñaki Azkuna, Ramón Irigoyen o Fernando Cristóbal. (Sobre esa etapa, se pueden consultar con detalle “Salamanca 1950-1992. Materiales para la Historia” (2002), de Ignacio Francia, y “Desde el balcón de la Plaza Mayor” (2015), de Jesús Málaga).
El compromiso político de Enrique Clemente lo mantuvo siempre activo frente al franquismo ya en su tiempo como profesor durante el último periodo del régimen y con la llegada de la democracia. Había ingresado en el PSOE en 1971 y su presencia fue muy activa en el socialismo salmantino. Una vez que, a través de las elecciones democráticas los socialistas llegaron a los diferentes ámbitos de gobierno, E. Clemente ocupó cargos como la dirección provincial del Ministerio de Obras Públicas en 1983, y tras las trasferencias a la Junta, la delegación territorial del mismo departamento, hasta que en 1986 J. Constantino Nalda lo llamó para ocupar la Consejería de Obras Públicas en el Gobierno autonómico que sucedió a Demetrio Madrid. Posteriormente gestionó la Dirección General de Medio Ambiente en el Ministerio de Obras Públicas en la etapa de Felipe González. Ocupó sillón de concejal en el Ayuntamiento de Salamanca entre 2003-2007. Durante esas etapas en cargos oficiales las actuaciones canalizadas por sus competencias en la ciudad y en la provincia de Salamanca fueron de peso tanto en volumen económico como en repercusión de utilidad.
En el ámbito estrictamente de política de partido, Clemente Cubillas ocupó cargos orgánicos en diferentes etapas, tanto como secretario general o como presidente en Salamanca y en Castilla y León. En conformidad con su talante de hombre de diálogo, se distinguió por la serenidad en las negociaciones y a la hora de afrontar situaciones conflictivas. El respeto por esas cualidades era palpable en otras fuerzas políticas y sociales. También fue vicepresidente del consejo de administración de Caja Duero.
Enrique Clemente, aunque asentó su vida en Salamanca, sin embargo, nunca dejó de sentirse y sentir como vasco, y también añadió su interés por la tierra gallega a través de su relación con El Ferrol, donde últimamente pasaba largas temporadas.