“Argentina, desde su acuerdo con los detentadores de los llamados “fondos buitre” ha recuperado el crédito internacional y la desaparición del cepo ha devuelto a su moneda…etc., etc.”.
“Macri, en conferencia de prensa, explicando con claridad, sencillez y franqueza que desembalsar una economía paralizada por el constructivismo demagógico tiene un alto precio que no hay manera de evitar y que, sin ese saneamiento que es volver de la quimera a la realidad…etc., etc.”. (Vargas Llosa, El País, 15 May 2016).
[dropcap]N[/dropcap]os han inculcado -despacio pero profundo- que si respiramos, como hacían antes los animales sanos, o si alzamos la mano para preguntar, como hacían antaño los griegos clásicos -que no paraban de hacer preguntas al mundo-, se puede generar incertidumbre en los mercados.
Convencidos estamos, a fuerza de adoctrinamiento, que los mercados son entes de salud delicada y enfermiza, para cuya comodidad no debemos escatimar esfuerzos, aunque nos duelan, y en los que cualquier amago de duda (punto de partida de todo pensamiento libre) puede desencadenar un constipado.
Y en ese sentido, lo que más los perjudica (más que una corriente) es que el personal se permita dudar, pensar, o imaginar más de una alternativa que no sea la que se contempla y permite con la venia de los amos. Es decir, que se plantee como hipótesis no desmesurada, ser libre y pensar distinto.
Los mercados necesitan de certidumbres, como los pueblos de religión y los rebaños de guías.
Más de la mitad de los españoles no entienden la factura de la luz, pero si expresan abiertamente sus dudas, al mercado se le puede relajar algún esfínter. Mejor no lo hagan.
O si lo hacen, diríjanse al ex ministro Soria cuando vuelva de Panamá.
Son estos tiempos, en que la única certidumbre cierta es la defunción confirmada de los derechos civiles, y con ella la del modelo Occidental. Y no sólo confirmada, sino bendecida.
Dado que los asiáticos son capaces de encajar mayores dosis de barbarie, y hemos de ser competitivos en barbarie, no podemos permitirnos el lujo de mantener el humanismo que inventaron los griegos.
Y junto a esta certidumbre, otra: la de que al planeta le estamos sacando de sus quicios. Aquí sería Epicuro el que les habría soltado una filípica ecologista y sensata a los teóricos del mercado y a los apóstoles del progreso y la explotación sin fin, que para decirlo de una vez, son unos auténticos orates. Entre otras cosas, porque ni les importa, ni entienden, ni creen en el futuro, que solo puede ser sostenible.
Ambas certidumbres, en comandita, no se sí dibujan un futuro halagüeño y deseable.
¿Los jóvenes y menos jóvenes deberían estar preocupados?
Creo que sí. Unos por la falta de perspectivas que no sean seguir avanzando en esa línea hacia el precipicio; y los otros porque ya la hucha de las pensiones se saquea, descaradamente, para parchear los expolios y pelotazos de los que nos representan (o eso dicen).
Una reciente encuesta desvela que el voto al PSOE (uno de los elementos fundamentales de la gran coalición, ese engranaje) ha envejecido, y aquellos que aún tienen esperanza instintiva -o biológica- en el futuro, prefieren otras opciones políticas.
Cuando ya no hay ideas de futuro y cambio, ni hambre para conquistarlos, es que se ha caído en la esclerosis y la polilla. Y sin embargo, esta ecuación cronológica no siempre es exacta. Hay muchos jóvenes rancios, y muchos ancianos jóvenes que han mantenido encendido el fuego de la esperanza y la lucha.
Sampedro, Saramago, Hessel, Anguita, y con ellos todos los abuelos -flauta- que acamparon junto a sus nietos el 15M. Me quito el sombrero.
El 15M ocurrió en primavera. Gracias a esa brisa fresca, hoy tenemos una ventanita abierta -aunque pequeña- al cogollo del sistema, y lo que vemos es pura y desalmada corrupción.
En política hay distintos grados de pérdida de la esperanza: la autoinculpación transferida e inducida por los que mandan, el mal llamado voto útil, y el convencimiento de la inutilidad del voto. Es decir, la certidumbre de la desesperanza. Y esa incertidumbre y depresión del ciudadano, le sienta muy bien al sistema, en cuanto que produce lo que mejor le engrasa: el miedo.
Tantos siglos cultivando la civilización para liberarnos del miedo, y ahora resulta que el desideratum es puro terror.
De ahí que el recurso ahora novedoso y desacostumbrado de solicitar frecuentemente el voto y la opinión del militante o ciudadano, sea un entrenamiento tonificante, un ejercicio saludable. Esos músculos que sostienen la dignidad y soberanía civil, estaban atrofiados. Ahora bien, no olvidemos que hay quien en política sigue al peor Platón, y prefiere no dejar en manos de la democracia lo que interesa hacer a la oligarquía. En función, claro está, de sus propios intereses.
[pull_quote_left]Una reciente encuesta desvela que el voto al PSOE (uno de los elementos fundamentales de la gran coalición, ese engranaje) ha envejecido, y aquellos que aún tienen esperanza instintiva -o biológica- en el futuro, prefieren otras opciones políticas.[/pull_quote_left]Por principio categórico y catecúmeno del estatus quo, para evitar la incertidumbre de los mercados, el ciudadano medio (que ya no pertenece a la clase media) debe maximizar su condición servil, y renunciar a cualquier aspiración de cambio o soberanía. Debe encajar torturas que le rediman de sus pecados (por ejemplo: buscar comida en los contenedores). Debe militar en el conformismo y renunciar a la libertad y la esperanza que no se conjuguen con los requerimientos macroeconómicos del mercado. Y a pesar de esa buena disposición de muchos para encajar torturas que no se merecen y derivadas de culpas ajenas, ahora resulta que –después de tantos recortes- estamos peor que al principio, que debemos más dinero que nunca, y que los intereses de esta estafa que llaman deuda, nunca se acabarán de pagar. Lo cual implica que nuestra democracia, y por ende nuestra soberanía, ya no existen. Desaparecieron, como nuestro patrimonio, por los sumideros de los paraísos fiscales.
[pull_quote_right]A lo que más recuerda la rígida disciplina que el mercado aplica a sus víctimas (pero no a sus verdugos), es a la teología medieval: cielo para los que mandan, infierno para los demás, y purgatorio para los que no obedezcan.[/pull_quote_right]Los “seres” humanos hemos degenerado en “recursos” humanos, al servicio de engranajes inhumanos y –en nombre de la libertad- rígidamente mecanicistas. A lo que más recuerda la rígida disciplina que el mercado aplica a sus víctimas (pero no a sus verdugos), es a la teología medieval: cielo para los que mandan, infierno para los demás, y purgatorio para los que no obedezcan. Hoy los filántropos más populares, populistas, y aplaudidos, intentan colocar sus fortunas en Panamá, detrás de una pantalla, como homenaje a la verdad y a la solidaridad con la Humanidad y el Planeta. Por supuesto, a estos panameños de los papeles, a estos paladines de la libertad, a estos filántropos de la evasión de impuestos (tal que un Macri, tal que una Kirchner, tal que los apólogos del primero), la corrupción y los derechos humanos en España, o en México, o las terribles torturas grabadas en video por las mismas fuerzas de “orden público” mejicanas que las perpetran, les importa un bledo, y ni alzarán la voz por ello estos “liberales a la violeta”, ni viajarán los expresidentes “socialistas”, porque lo que importa es el engranaje, y sobre todo la doctrina “sana” que lo mantiene. Y para eso hace falta “saneamiento”. Siempre estamos “saneando”, y siempre en el mismo sentido, y siempre con el mismo resultado. Quizás por eso nuestra democracia está cada vez más enferma y corrupta, y nosotros debemos cada vez más dinero. Sencillamente, nos están ordeñando.
No interesa a ese engranaje (mafioso) criticar el régimen de Méjico o el hambre en España, sino a todo el que ponga en duda el catecismo.
Hay quien concibe el egoísmo personal (sin desdeñar trampas y fraudes) como la flor más hermosa de la libertad y el motor de todos nuestros lujos y glorías. El Planeta nos unirá en el desengaño de esta falsa verdad.
Así como en la puerta de los campos de concentración podía leerse -paradójicamente- “el trabajo os hará libres”, en la puerta a este nuevo mundo libre se lee ya “la neolibertad de los mercados y la desregulación de sus delitos, os hará esclavos”.
O como decía Dante a la puerta del infierno: “Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza”.
Derechos sólo tienen los propietarios de los mercados, de la misma forma que en aquellos campos de la muerte sólo tenían derechos los guardianes y los fabricantes de jabón.
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