[dropcap]C[/dropcap]omo en España no hay corrupción, ni hambre, ni pobreza, ni desabastecimiento de los que no tienen con qué sobrevivir a duras penas, ni expolio o desánimo de la clase media -desparecida en silencioso holocausto- ni evasión fiscal, ni saqueo de los bienes públicos, ni ningún mandatario que se tenga por honesto ha metido nunca la mano en la hucha de los esforzados y estafados pensionistas, nuestros políticos más perspicaces -y sobre todo coherentes- tienen que viajar al extranjero para denunciar y escandalizarse con todos estos desórdenes políticos y vicios civiles.
Como descubridores de un nuevo continente, ya roturado y descrito con pelos y señales, manchas y lamparones, en todos los juzgados de España y en todos los informes coincidentes de incontables ONGs, que claman una y otra vez en el desierto y hacen en vano lúgubre descripción de nuestro país, sin que por ello decaiga nuestro triste sino ni el interés por la Liga, estos nuevos conquistadores de lo ignoto recorren miles de kilómetros para mesarse los cabellos y denunciar lo que sin ir más lejos tienen a la vuelta de la esquina, cuando no oculto debajo de su propia alfombra.
Que estos peregrinajes tan fotogénicos coincidan con un periodo de campaña electoral, es pura casualidad.
Ni debe sorprendernos o extrañar que, no obstante la difusa y generosa ubicuidad de tales vicios, que también crecen vigorosos y florecientes en nuestra propia patria (más decaída, endeudada, e intervenida que nunca), o en la misma cúspide del poder europeo (un nido de corrupción donde desaparece al añoun billón de euros por evasión o fraude fiscal), todos estos peripatéticos políticos se dirijan, como convocados por un imán, al mismo sitio: Venezuela.
¡Qué perra se han cogido! ¡Da que pensar!
Y yo ni afirmo ni desmiento, pero esa sobreactuación tan focalizada y tan poco coherente, peca a mi juicio más de interesada que de sincera y honesta, una maniobra de distracción para dirigir los focos hacia la paja en el ojo ajeno, a ver si el personal se olvida de la viga en el propio, que somos así de hipócritas o de inocentes.
Muy inmaduro hay que ser para creerse que nuestro futuro político, con tanto chorizo y destrozo endémico y local, se decide a miles de kilómetros, en Venezuela. Ni siquiera en los tiempos de Felipe González y su «amiguito del alma», el corrupto Carlos Andrés Pérez.
[pull_quote_left]Muy inmaduro hay que ser para creerse que nuestro futuro político depende de Venezuela[/pull_quote_left]Y como esta mañana hemos amanecido seriamente preocupados por el devenir del mundo (y con toda razón), pidamos y trabajemos todos desde aquí para que haya libertad y democracia en Venezuela, y en Méjico, y en España, y en Marruecos, y en Egipto, y en China, y en Turquía, y en Emiratos Árabes, y en esta desconocida Europa que trata como perros a los refugiados, y no mucho mejor a sus propios ciudadanos.
Reclamemos justicia para Leopoldo López, perseguido político en Venezuela, y para Antoine Deltour, perseguido político en Europa, y chivo expiatorio de las corrupciones y evasiones fiscales organizadas por nuestro jefe común, el capo Juncker, al que ni Albert Rivera ni el dúctil Zapatero tienen nada que reclamar.
Al menos Ken Loach ha ganado en Cannes.
— oOo —